PALABRA DE CAMACA

Esos simples juegos de palabras…

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Otto y Rino Naringólogos eran dos hermanos, con mucho olfato, buen oído para el chisme y gargantas privilegiadas para desafinar toda canción que se les pusiera enfrente. En un tiempo supieron de amores y aventuras con las mellizas Ortopedia y Ortodoncia, de apellido Yesoni. Fueron romances muy comentados en una comunidad ansiosa por la vida ajena. El mayor tributo a los dimes y diretes, sin dudas, tuvieron que ver con las nueve lunas y la puntería de los mellizos, basquetbolistas de pura cepa, para encestar por partida doble en cada una de las hermanas, y cuatro llantos a cada rato podían oírse en esa casa, que provocaban grandes ojeras en hombres y mujeres de la vecindad que no podían dormir por el llanto al unísono de los cuatro niños.

Un día “los brothers” se fueron a estudiar a Estados Unidos y venían de vez en cuando por el barrio contando historias fabulosas. Recordaban los dichos del Profesor de la Universidad de Michigan, Sam Peter Burgos, historias científicas sobre los pasmosos descubrimientos del académico Simpson Brero y las sensibles frases de Susana Oria, aquella docente que cautivaba al mundo estudiantil, una belleza comparable con la docente de origen latino, Susan Díaz. Otto y Rino no fueron estudiantes brillantes, a veces parecían de cera, otras veces eran muy flemáticos y a veces soltaban el moquillo cuando recordaban los mates, la costanera y los asados de los domingos, las cervezas artesanales y el fernet.

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Otto se enamoró de una estudiante mexicana llamada Clara, hija del traficante de escarbadientes, Sam Pat Boya. Clara Boya supo estar enamorada de Frank Sonny, pero Frank era un Sonny, y a ella le gustaban otras sonoridades. Rino, por su parte, había trabado una ardiente relación con Anny Ferr, la hermana menor de Lucy, quien también era una chica muy fogosa y muy conocida en ese ambiente universitario.

Esos amores de Otto y Rino preocupaban a los viejos Naringólogos, sobre todo, porque debían enviar muchos dólares, a pesar de que había bajado mucho el valor de los verdes billetes en nuestro país y al parecer con tendencia a volver a estar a la par del peso oro, como decían nuestros abuelos. (estamos hablando a la cotización del tiempo de esta historia, hoy los viejos tendrían que vender sus casas y otros enceres). Aunque es bueno decirlo también, otros aseguran que hay atraso cambiario, lo que si en realidad fuera cierto o se ajustara el dólar a la verdad, deberían vender hasta el alma para seguir estudiando.

Un día decidieron emprender negocios propios en los Estados Unidos, y su brillante idea, no le hizo competencia a Bill Gates, pero sí pudo competir con Hall Ryder, un californiano que nadie conocía, y por eso es que pudieron competir, porque el viejo vendía maní en la puerta de los Estadios de la NBA, y a veces sacaba para el whisky, otra para los hot dogs, y otra sacaba la armónica una lata y se sentaba en una esquina con un tarrito por si alguien le tiraba una moneda. Dicen que el propio Ryder les comentó que Jack Nicholson, Bo Derek, Michael Jordan, Scotty Pippen, el propio Manu Ginóbili y el Tato López le dejaron algunas monedas en el tarro, lo que motivó a miles de anónimos donantes que al terminar los partidos de la mayor liga de básquetbol del mundo, le llenaron cinco veces seguidas el tarro en una sola noche. Desde entonces supo que la solidaridad es movilizadora… una linda enfermedad, contagiosa al fin, pero linda de tenerla.

Otto se encargó de gestionar visas para los latinoamericanos, les cobraba unos cientos de dólares y hay que ver qué bien que las falsificaba, mejor que las originales, y daban ganas de tener varias de ellas, para presumir, nada más. Rino vio en el negocio inmobiliario una veta de oro. Y como todo el mundo vendía sus casas a un precio irrisorio, se puso a comprar casas y más casas. Un día Otto despertó rodeado por el FBI y Rino con la noticia del derrumbe inmobiliario en los Estados Unidos, como quien dice se les derrumbaron sus castillos en el aire. Fue entonces que decidieron volver a nuestro país, con los pocos verdes que les quedaban y sin aguardar de la mesada desde Uruguay.

Dejar la carrera universitaria y correr por Universitario un rato en todas las maratones que se hacían en Salto, ese fue el pretexto del retorno. Y volvieron en un otoño de lluvias e inundaciones, con el descalabro de Río Grande do Sul y un Uruguay con un mundo de agua.

Lo curioso del retorno fue que los hermanos Naringólogos volvieron con pensamientos distintos, por ejemplo, Otto se hizo hincha de Peñarol, Rino admirador del Chino Recoba, de Nacional. Otto quería adelgazar y se hizo simpatizante de Delgado para las próximas elecciones. Rino dio rienda suelta a su buen gusto por la alta moda y se afilió al Sindicato de la Aguja y se hizo fan de Cosse.

En fin, fueron tomando caminos distintos, posturas diferentes y horizontes diversos. Prometieron reunirse el 24 de agosto, en Sportivo Progreso, que reeditaba las viejas y nostálgicas noches bailables de “La Telaraña”. Como decía Yupanki: “Y así seguimos andando/curtidos de soledad/nos perdemos por el mundo y nos volvemos a encontrar”.

Lleven plata para tomar algo el 24…

CAMACA

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