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domingo, 1 de junio de 2025
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Salto

«El perfecto itinerario del amor – Un viaje revelador»,
un nuevo libro de Victoria Beneditto Lluberas

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Diario EL PUEBLO digital
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Por: Jorge Pignataro

Se presenta el próximo sábado en Hotel Concordia

Ahora ya tiene 25 años y acaba de editar su segundo libro. Hablamos de Victoria Beneditto Lluberas, que hace exactamente un año atrás, cuando presentaba su primer libro, «Percepciones», contaba en entrevista de EL PUEBLO: «Tengo 24 años, soy estudiante avanzada de Trabajo Social, estudio acá en Salto en la Universidad de la República. Vivo con mi madre, hermano, y nuestra gata Tina. Me gusta viajar, conocer lugares y diferentes personas, experimentar cosas nuevas, y encontrar letras en cada lugar que conozco. Mi mayor deseo es, a través de las letras, y mi futura profesión, dejar una huella, y con ella parte de mi esencia en el mundo”.

Ahora salió de imprenta «El perfecto itinerario del amor – Un viaje revelador», una novela suya que acaba de lanzar la editorial argentina Ediciones Miríficas».
Tendrá su presentación en Salto el próximo sábado 4 de junio, a las 19:00 horas en el Hotel Concordia, ocasión a la que están inivitados todos los salteños.

Fragmentos de la novela compartiremos en próximas ediciones, una vez que el libro haya sido públicamente presentado. Hoy compartimos, a modo de adelanto, las palabras de solapa y el prólogo.

SOLAPA:
Mi nombrees Victoria. Nací enla ciudad de Salto, Uruguay, en agosto de 1996.
A finales del año 2018 comencé a publicar mis escritos en instagram, en la página sentidosletrascon, y desde ese momento abrí una puerta a un nuevo universo del que ahora no puedo salir.
En el año 2019 participé en una colaboración en el libro Jóvenes Escritores – Tiempos difíciles. También publiqué en diferentes plataformas virtuales de escritores y escritoras, y participé en diferentes concursos y revistas de todo el mundo.
En el año 2020 publiqué mi primer libro titulado Percepción (es).

PRÓLOGO:
Según una leyenda japonesa, las personas estamos unidas por un hilo rojo. Un hilo que nos enlaza a la persona con quien estamos destinadas a estar juntas para toda la vida. Al parecer, el destino nos tiene preparadas una serie de aventuras y experiencias únicas, pero solo si es con aquella persona «correcta». Yo no creo en el destino. Creer en él te relaja, te predispone a la espera, convirtiéndote en un ser sumiso, pasivo, inerte, esperando a que llegue algo del futuro. En este caso, ese alguien que se encuentra del otro lado del hilo que, por alguna razón que no imaginamos, está destinado a nosotros. Antes, sí me lo creía. Antes, hubiera jurado que, por alguna parte del mundo, se encontraría mi «alma gemela», quien llegaría para hacerme feliz y cambiar mi vida para siempre, como en las telenovelas que miraba por las tardes en la casa de mi amiga o las historias que leía de pequeña, antes de ir a dormir. Con el paso del tiempo, aprendí que la idea de la supuesta «alma gemela» es un arma de doble filo: por un lado, corremos el riesgo de crecer creyendo que las personas, por sí solas, son incompletas y necesitan de alguien para vivir. Por otro lado, quedarse esperando implica que las cosas pasen por encima de ti y no contigo. Sinceramente, me niego a arrastrar una cadena buscando a quién engancharme. Menos aún, quedar esperando a que las cosas se muevan, mientras yo me quedo quieta. ¿Esperando qué? Desde el momento que me animé a salir del escritorio de mi habitación y dejar que la imaginación se expandiera más allá de mis cuadernos de escritura, descubrí que las historias reales duelen más que las de fantasías. Aun así, son las que nos llevan a lugares extraordinarios, esos que no imaginábamos ni en nuestros sueños más locos, ni siquiera en las historias más descabelladas que podamos inventar. Un pincelazo de pintura fría en una pared blanca. Un rayo de sol en la cara en pleno verano. Un cuaderno olvidado que una noche sale a la luz para «surcar la oscuridad de una blancura acechante». Reescribir esta historia me costó más de lo que creía. Me dolió cada párrafo que dejé atrás, cada punto final. Cada vez que volvía a eso que había dejado inconcluso, me dolía volver a enfrentarme a lo que no quería. Me dolió cada historia de amor que no pudo ser. Me salvó la amistad. Me dolió haberme mostrado tan vulnerable, tan sincera y, al mismo tiempo, insinuosa. Me dolió aprender que al entregarnos por completo sufrimos, pero de vez en cuando se hace necesario. Me dolió mirarlo a los ojos nuevamente, sentir su sonrisa resquebrajando cada pedacito de mí. Admito que me dio miedo esas primeras palabras, y las últimas también.““Me dolió sentirme tan fuerte o haber creído que lo era, después de derrumbarme una y otra vez sola en mi habitación. Porque nadie es impermeable a la realidad, ni siquiera quien vive en la fantasía, pues en algún momento todos nos caemos, hasta quien se ríe de sus propios raspones. Las palabras que no pudieron ser se secan dentro de uno y se estrujan en el corazón. Eso lo aprendí no de las historias de fantasías, sino de la realidad que le divierte jugar con el destiempo. Y se ríe de nosotros, mirando cómo desesperados corremos atrás del tiempo, sabiendo de antemano que es muy poco lo que podemos cambiar, o casi nada. Me dolió casi todo, pero desde que me animé a salir del escritorio de mi habitación y dejar que las historias traspasaran mis cuadernos de escritura, entendí que la vida real duele un poco, a veces mucho, pero está bien que así sea. Está bien si, en algún momento, sentimos que no existe ni un solo lugar en el mundo al que pertenezcamos. Está bien. Porque esta es la única manera en que nos podemos encontrar a nosotros mismos; buscando. Sintiendo que no pertenecemos a ninguna parte y, al instante, sintiendo que somos dueños de todo. Está bien. Porque es de esta manera como nos buscamos. Como aprendemos. Y justo en ese momento es donde las historias duelen otro poco más, pero la verdad es así, duele. Estas también son parte del itinerario. El complejo y perfecto itinerario del amor.

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