
En el marco del Día Nacional del Candombe, la Cultura Afrouruguaya y la Equidad Racial, un trazo breve por la genealogía del tambor en Salto. De la mítica «Candombera» y la sonrisa del Negro Fochi, a la identidad ganada de las Llamadas al Puerto.
Cada 3 de diciembre, Uruguay celebra el sonido que lo define ante el mundo. Pero mientras la narrativa oficial suele centrarse en el Barrio Sur y Palermo de Montevideo, el interior teje su propia trama de manos rítmicas y parches templados al fuego. En Salto, esa historia no es lineal; es un relato que viajó desde el maquillaje de corcho quemado hasta la reivindicación técnica de la raza, bajando —literal y simbólicamente— desde el centro hacia el agua.
LA NIEBLA DE LA MEMORIA, LA CANDOMBERA
Cuesta encontrar los datos, los elementos, el proceso, solo hay algún recorte de diario, algún cuento de viejos, brevisimas leyendas urbanas de gente carnavalera, y poco más…
Antes de la profesionalización, el candombe en Salto era un habitante más del caos festivo del carnaval. No existía la pureza del desfile exclusivo; el tambor competía con la corneta de la comparsa, los platillos de la murga y el camión alegórico.
En la memoria oral de los viejos carnavaleros salteños resuena un nombre que baila entre el mito y el recuerdo: «La Candombera» que era más comparsa que lubola, pero, era tambor también. Más que una comparsa con estatutos, representaba una era de «agrupación espontánea», un colectivo de antaño que funcionaba como el útero de lo que vendría después. Eran tiempos donde el candombe no se estudiaba, se vivía; una expresión rústica, visceral y de barrio, que preparó el terreno para los gigantes que llegarían luego. El candombe con sus matices eran tradiciones de negros viejos, de salteños que anduvieron por el sur, se enamoraron de los sonidos de las lonjas y los recrearon por acá.
LA ERA DEL BETÚN, EL NEGRO FOCHI
Si hay un eslabón perdido que une aquel pasado difuso con el presente, ese es Germán Piñeiro, el inolvidable «Negro Fochi». Era murga, era comparsa, era carnaval… «Al marchar, al marchar bravos Betunes/ al marchar, al marchar de corazón…», «Cantemos ya Los Betunes para la fiesta alegrar». Y sonaba el tamboril, y sonaba marcha camión y en esa mezcla de ritmos, el carnaval.
Con su agrupación «Los Betunes», Fochi definió una época —las décadas de los 60, 70/80— donde la estética lubola era la norma. El nombre no era inocente, el betún era la máscara, la herramienta de transformación para que el vecino se convirtiera en personaje.
Y hubo en Salto candombe comparsero, candombe murguero. y candombe que sonaba parecido a otros sonidos. Por esos días, musicalmente no buscaban la perfección técnica de las cuerdas montevideanas. Era candombe de pocos golpes, era más «liso», acelerado, urgente. Era el sonido de la alegría popular, carente de rigor académico pero sobrado de alma.
Anónimos tocadores figuras quijotescas de la cultura local, mantuvieron encendida la llama del ritmo afro cuando las modas empujaban hacia otros géneros. Sin esos muchachos teñidos de negro, el puente hacia la modernidad se habría caído.
En 1993, el Conjunto Debutaca bajó calle Uruguay con una cuerda de tambores, causó sensación y amalgamó los sonidos de Ansina, Cordón y Barrio Sur. Su fuerte era el canto murguero, pero en ese desfile, fueron puro candombe y recibieron todos los aplausos de miles de personas, muchos se animaron a bajar la calle y bailar con el grupo, inolvidable…
LAS LLAMADAS Y LA CONQUISTA DEL PUERTO
El siglo XXI trajo un cambio de paradigma. El candombe dejó de ser un «número» dentro del corso para exigir su propio altar. Alrededor de 2004, la aparición de agrupaciones como Tunguelé marcaron el inicio de una búsqueda más purista: se empezó a estudiar el toque, a respetar la madera y a dialogar con la tradición afro de una manera más solemne.
Este proceso culminó en 2006, un año bisagra para la cultura salteña. Fue entonces cuando nacieron las «Llamadas al Puerto». El candombe se emancipó de la calle Uruguay. Al cambiar el escenario y obligar a las comparsas a descender hacia la zona portuaria, el evento ganó una mística fluvial única. El tambor volvió a donde siempre perteneció: cerca del agua, dialogando con el río Uruguay, consolidando un corredor cultural que hoy atrae a todo el litoral.
Una generación nueva, una generación comprometida y autoridades departamentales que llegaron, es justo decirlo, encendieron el fuego del tamboril, lo multiplicaron, lo hicieron regional e internacional y le dieron una dimensión de la que hoy goza. Ese prestigio que hoy exhibe fue de esos pioneros.
ECOS DE UN 3 DE DICIEMBRE
Hoy, cuando una cuerda de tambores repica en Salto, ya no suena igual que en los tiempos de La Candombera. Hay más técnica, hay mejores lonjas, hay un vestuario de diseño. Pero en el fondo del toque, en ese repique que acelera el corazón, todavía subsiste el espíritu de los pioneros.
Celebrar el Día Nacional del Candombe en Salto es también recordar que antes del desfile televisado, hubo gente que se manchó las manos de betún para que el silencio no ganara la batalla. El candombe salteño es hoy un grito de identidad propio, que supo bajar al puerto para, desde allí, zarpar hacia la historia.









