Salto, es una de las tres ciudades del interior del país, junto a Melo y Florida -además de Montevideo, claro está- que tuvieron el enorme honor de recibir a un Papa de la Iglesia Católica.
Más allá de que Uruguay sea un país laico por excelencia, el hecho simbólico de la visita de Juan Pablo II, trasciende su condición de jefe espiritual de una religión.
Quienes éramos niños, pero recordamos el momento vivido, no podemos dejar de sentir la emoción que se vivía previamente a la llegada del Sumo Pontífice, la que aumentó con su arribo y perduró tras su partida.
El hermoso altar artesanal levantado en la Plaza Mattos Netto, que estuvo allí como reliquia -no ya religiosa, sino que, como lógico atractivo hasta turístico, podríamos decir-, fue vandalizado e incendiado, colocándose en el lugar un monolito sobre una pequeña plazoleta a manera de homenaje al ilustre visitante.
Pues bien. Recorriendo esa hermosa zona de nuestra ciudad, orgullosos de mostrársela a visitantes, nos encontramos con la desazón -una vez más- del abandono, descuido y poca relevancia de otro de los lugares icónicos de Salto.
Quienes tienen a su cargo el cuidado del lugar, deberían actuar; y, si no pueden hacerlo por el motivo que fuere, las autoridades deberían ser los que procuren no tenerlo en las actuales condiciones que, realmente, avergüenza.
No se merece Salto; no nos merecemos los salteños, seguir viendo tanta decadencia.
