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lunes, 2 de junio de 2025
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CULTURA

Se fue Alcides Flores…

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Diario EL PUEBLO digital
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Si debo ser estrictamente objetivo, digo que ayer falleció un escritor salteño nacido en Pueblo Belén el 19 de enero de 1961, que es autor de los libros de cuentos “Historias de Tapellara” (2011) y Después de las palabras” (2016), y que además participó en otros libros colectivos. Se puede agregar que era funcionario de UTE y que se dedicaba con gran pasión a la comunicación radial: primero con el programa El Atajo en Nueva Era FM, luego con un pasaje en Radio Tabaré y finalmente (hasta este año) otra vez en Nueva Era FM con el programa Depende. Tuvo formación en el taller literario Horacio Quiroga orientado por Leonardo Garet y más tarde fue un entusiasta asistente al Grupo Literario Horacio Quiroga. Falleció este 29 de setiembre, a  los 63 años.

Pero con Alcides me unía una amistad de más de 20 años. Entonces me resulta casi imposible no hablar más desde la cercanía y el afecto. No puedo dejar de decir que,  a pesar de tener dos buenos libros publicados y estar siempre escribiendo porque era un gran creador, tuvo siempre como consigna la humildad. Vaya que necesitamos de eso en estos tiempos. Era difícil, muy difícil que Alcides hablara de sus libros; prefería hablar de los libros de otros, o, con mucha humildad, mostrar cosas nuevas que había escrito y pedirnos a los amigos una opinión, una sugerencia para mejorar. Eso ha de llamarse grandeza.

Lo conocí allá por el año 2000 cuando juntos iniciamos el taller Horacio Quiroga en la biblioteca departamental. Luego trabajamos juntos para un libro colectivo, se llamó “Los nombres del cuento” y se publicó en 2004. Cuando editó sus libros me pidió, las dos veces, que fuera quien los presentara. Así fue: presenté “Historias de Tapellara” en 2011 (primer acto en la nueva Casa de la Cultura de calle Lavalleja)  y “Después de las Palabras” en 2016, en el Centro Comercial.

Fueron los de aquel taller, tiempos de conocer también a Myriam Albisu, Estela Rodríguez Lisasola, Alberto Prósper, y enlazar una valiosa amistad. Qué rondas de lectura debe haber ahora por algún lugar de la eternidad.

A mí, desde acá, todavía me parece que escucho sus voces leyendo cuentos y poemas. Las escucho en el corazón, porque como dijo el maestro Hugo Rolón (que también murió un 29 de setiembre, pero hace dos años) Yo no sé donde se van los que se fueron, pero sé donde se quedan…

La última vez que estuve con Alcides, fue hace un par de meses en la feria de Plaza de Deportes. También ahí, y en esa misma esquina, había visto pr última vez a Estela casi diez años antes. Alcides me dijo que quería irse a vivir a Tomás Gomensoro. Estela me había dicho que quería irse a vivir cerca de San Antonio. ¿Dónde van los que se fueron?

Después el tiempo se nos vino sin control, como si solo viniera para desconcertarnos cada día un poco más. Hace un mes me dijo Alcides que estaba internado y le estaban haciendo algunos estudios, después que lo habían operado y más tarde que estaba recuperándose.  Me dijo también que esperaba “que esto pase pronto Jorge, me interesa seguir yendo a tu taller”. Ayer se nos fue nomás, sin más ni más. Pero quiero completar la frase de Rolón: Sí, maestro, yo también sé dónde se quedan, se quedan aquí cerquita, prendidos a nuestros corazones.

DE VUELTA

Agustín Laborde estaba cansado y aburrido de estar siempre en la misma posición observando aquel techo gris y asqueado de tanta soledad. Por eso aquella mañana decidió escapar por la ventana.

Enseguida volaba cómodamente por encima del hospital. Le resultaba muy cómodo y agradable aquello, recibir la caricia del viento, cuando una ráfaga lo llevó al otro lado de la plaza. Planeó un instante rodeando el edificio y se acercó lentamente a un ventanal del sexto piso y allí lo vio, un hombre estaba cómodamente leyendo el diario. Inmediatamente lo reconoció y descargó toda su bronca contra él, no podía dejar pasar la oportunidad, le gritó barbaridades a la  persona que se las ingenió para quedarse con su casa.

En vano, porque el lector ni se enteró y siguió tranquilo ojeando la cotización de la moneda extranjera.

Laborde miró para abajo, en la vereda algunas hojas secas se cambiaban de lugar empujadas por el viento y otras mojadas resistían aferradas al piso. Una niña en la parada del ómnibus sostenía preocupada tres globos de colores y un cuarto se le había escapado. Él hizo un esfuerzo hasta recuperarlo y bajó lentamente hasta entregárselo en la mano. La niña quedó extrañada pero al final sonrió.

En eso, a Agustín Laborde le pareció escuchar otras voces… Entonces decidió volver. Entró silenciosamente por la ventana del hospital, por donde había salido y allí se vio acostado en la cama con aparatos encima de su pecho, lo rodeaban personas vestidas de blanco que parecían preocupadas. Se dieron cuenta, pensó, porque alguien dijo: —¡Ahí regresa…lo tenemos!

Alcides Flores, 2016

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