Recordando a Selva Casal

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Selva Casal
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Una gran poeta, enorme poeta Selva Casal (Montevideo, 1927-2020). Queremos hoy recordarla con el fin de rescatarla del olvido de algunos, y de contribuir a la merecida revalorización de su obra. Pero además, unimos ello a una sucesión de notas que hemos venido publicando para mostrar más el trabajo constante que realizan los integrantes de la Academia Nacional de Letras y que siempre invitamos a leer en la página web de la institución. El siguiente trabajo crítico es del Académico Ricardo Pallares. 

El viaje insondable de la poesía de Selva Casal

“Su personalidad señalada por la empatía con los seres y por la promoción y estímulo a los jóvenes escritores evitó la notoriedad y sumó la pintura a su poesía, pintura de caballete acerca de la que mantuvo recato. Pero era abogada y también desempeñó la judicatura y la docencia universitaria con imprescriptible inteligencia y ancho corazón. Tampoco puso por delante los antecedentes de su padre Julio J. Casal ni de su mítica Revista Alfar con su período español y luego uruguayo que diera lugar a un variadísimo flujo, propio de los períodos de cambio y transformación. Julio J. Casal confiaba en las depuraciones y sentencias del tiempo como Selva Casal confiaba en que las revelaciones fueran comprensibles para el público lector. Lo cierto es que sus primeras publicaciones fueron en dicha Revista. Lo cierto es que su sonrisa iluminaba a la persona con una luz de bondad comprensiva.

Su obra édita reúne no menos de quince libros entre los que se destacan -a modo de ejemplo- Poema de las cuatro de la tarde (1962), No vivimos en vano (1976), El infierno es una casa azul (1999), Ningún día es jueves (2007), En este lugar maravilloso vive la tristeza (2011).

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Su pertenencia a la Promoción de los años 60, dentro de la Generación Crítica que caracterizó Ángel Rama, es incuestionable, pero no hizo de ella su espacio ni seña de identidad, por no creer en el valor de las categorizaciones y por su profunda convicción acerca de la libertad en el arte. No obstante, no dejó de cultivar afinidades en la peña del bar “Mincho” donde se encontraba con Marosa Di Giorgio, Leonardo Garet, Ricardo Prieto, Miguel Campodónico, Juan Introini y otros.

Como todos los del 60 tiene una singularidad inconfundible que la hace incomparable como lo es Washington Benavídez, Di Giorgio, J. Medina Vidal, Circe Maia y tantos otros. Pero se reconoce un lenguaje que se aproxima al habla o al coloquialismo, una sensibilidad social con pretensiones de conciencia histórica cabal y un abandono de las formalidades puristas y tradicionales en poesía, un estremecimiento de raíces existenciales y la evidencia de un posvanguardismo rioplatense.

Asimismo Selva Casal también es una posmoderna, si atendemos especialmente a los rasgos de su discurso y su metapoética, a la atmósfera de esa etapa de la cultura letrada que está recreada en sus textos. Así por ejemplo a través de las rupturas temporales, racionales, de las visiones, los giros de una metafísica personal, de la concepción del sujeto, de la vida y del amor como sentimiento central y desrealizador del viejo catálogo del idealismo neorromántico.

Dice en el libro Ningún día es jueves, al final del poema “Hace 2000 años que no le veo”: “cuando quieras saber algo de mi vida/ constatarás que estoy registrada en un cuaderno/ allí verás mis ojos sin ojos mi boca sin boca/mis herramientas esperando tu llamado/ estamos acostumbrados a medirnos para saber qué somos y por qué/ no me midas: él vendrá sin venir los santos bajarán/ envueltos en sus martirios y sus oraciones/ ese rumor de hombres golpea mi cuerpo abre las puertas/ no te asustes/ ayer llegó un pájaro cantó un segundo/ luego fue noche siempre”.

Su escritura libre, efervescente, que deja de lado convenciones y a veces a múltiples gramaticalidades, su poesía por momentos disintáctica, está entre el sueño, el ensueño, las imágenes liberadas y lo alucinado que tiene lo real. Es una forma que da cauce a un torrente de asombro, de pesimismo y al mismo tiempo de arrobamiento por lo humano. Dolor y sentimientos entrañables parecen ser los planos extremos entre los que la voz poética busca su identidad y procura el universo del deseo que incluye a los otros.

Al comienzo de la composición “Las últimas tumbas” se lee: Fuimos felices a pesar de todo ahora ya habíamos muerto/ y nunca más la luna amarilla, la casa/ las noticias no podían llegar/ eran como levísimos lobos de mar/ que no pasaban de la orilla/ y sólo dormían en la arena/ vámonos al mar dijiste/ pero la noche quién podrá con la noche/ a lo mejor contesté y el zumbido de una abeja me despertó/ era 1974 – y yo así/ con el campo en la mano

 Esta escritura con las formas y maneras enumeradas expresa la pérdida de un quicio y de una referencialidad que privó al hombre de su centro de valor y lo arrojó a una periferia de cataclismos sociales, políticos, religiosos y morales de la primera mitad del s. XX.

Su discursividad tiene mucho de magma recurrente, reconocible en los lenguajes del deseo, del desconcierto ante el mal y lo perverso, reconocible en los lenguajes del inconsciente humano, del discurso dominante formador de opinión y tergiversador de conciencias, reconocible en las formas del arte que tienen o convocan a la palabra como principal dadora de sentido. Es un magma desconocido, incendiado de historia, de amor y dolor pánico, pero es una de las fuentes que dan lugar y nutren ciertos rasgos del lenguaje propiamente dicho, otro magma vuelto océano infinito.

No obstante la obra de Selva que avanzó rápidamente en la configuración de lo que llamamos su estilo, el reconocimiento le fue tardío y escaso; los varios y sucesivos oficialismos reinantes en las letras parecieron evitar en razón probablemente de sus complejos intereses hegemónicos, una consagración temprana. Quizá los desniveles e irregularidades anticanónicas en su poesía, las aparentes trivialidades temáticas, las reiteraciones, los libros antológicos más o menos desordenados no fueron leídos como metonimias de campos compositivos y constructivos del que sería su sucedáneo de los sufridos estragos de los principios normativos. “Un poema es una transgresión / siempre”, escribió en el libro Perdidos manuscritos de la noche (1996).

Dice en “Un poema” del mismo libro que mencionamos desde el comienzo: “Un poema comienza tan simplemente/ el sol entra en la sangre/ sombrío él se asoma/ tuve miedo quería recordar el agua/ latían las entrañas/ era hermoso/ pero despiadados me despedazaron”. Su discurso transcurre al modo de un viaje por su psique y sus confines personales que es insondable y no siempre aprehensible ni claramente comprensible. Pero la inteligibilidad permanece como un faro vigilante porque “fatal es el amor y la congoja”.

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