Los fantasmas que están en mi casa no son, en el sentido figurado, recuerdos y sombras que me vienen a visitar, ni metáforas de cosas pasadas que me invaden cada tanto, sino que son, en verdad… fantasmas… Seres que antes estaban en esta realidad y que ahora vagan perdidos por las habitaciones. Se mueven entre las dimensiones invisibles, buscando una respuesta de preguntas que me hacen en charlas que tengo inconscientemente con ellos…
A veces les pongo nombre y a veces supongo quiénes pueden ser los visitantes que se encierran ahí dentro y merodean de cuarto en cuarto en busca de cosas perdidas que ya no saben dónde pueden encontrar.
Algunos sólo quieren una canción, otros la luz de una vela, a veces me piden permiso para tomar un espacio del patio y sentarse al sol a disfrutar del pasto y el sonido de los pájaros.
El tiempo que lleva en concederle sus necesidades varía de ente a ente, los más tercos sólo esperan que les diga una palabra clave para que se sientan victoriosos con sus razonamientos, confirmarles de alguna manera que lo que decían en vida era cierto y reafirmarles que tenían razón, así no molestan más y se van a descansar de una buena vez.
Los más tímidos aparecen detrás de las paredes de algunos pasillos y se esconden otra vez, no quieren ser vistos, juegan a las escondidas y se escabullen en cualquier sitio desordenado del cuarto de mis niños hasta ser encontrados para pedirme lo que necesitan.
Supongo que soy bueno en cumplirles los deseos, pues no he vuelto a saber de ninguno de los que he ayudado y han terminado yéndose del todo.
A veces los extraño, sobre todo cuando los días son más ruidosos y por cosas de la vida no puedo detenerme a escucharlos, reniego con ellos pero me sirven de compañía para distraerme cuando me encuentro aburrido.
Llegado el momento, espero no tener que recurrir a nadie para poder irme hacia el más allá, he notado con cierta preocupación que todos los que vienen a visitarme tienen algo que decir o cosas que jamás pudieron soltar.
Las palabras que no pasan por la garganta, los cachivaches de los que se enamoraron, los cuerpos que quisieron abrazar a cambio de migajas, o los que no pudieron hacerlo por fatalidad de elecciones, las horas quemadas, a todos les pesa…
A veces pienso que todos somos fantasmas en un purgatorio caótico, igual a la vida que tuvimos, y si fuera así, temería ser el terco que no pueda palpar el Cielo por culpa de sinsentidos.
Tengo la caprichosa impresión que falta mucho para mi viaje, pero por ahora soy yo también el que vaga entre los fantasmas, quizás algún día sean ellos los que puedan ayudarme a partir.
Juan Pablo Nickleson