Los académicos trabajan: Pallares sobre Carlos Brandy

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Por Jorge Pignataro

Tuvimos la curiosidad estos días de ingresar al sitio web de la Academia Nacional de Letras. Comprobamos que esa institución, que algunos creen que es en algunos aspectos “inamovible”, “arcaica”, etc., presenta rasgos totalmente contrarios a ello: su página es moderna, dinámica, actualizada y exhibe el permanente trabajo de los académicos. De hecho hay un lugar dentro de la misma, que se titula “Los académicos trabajan”. Están allí textos nuevos (creación y crítica) de los integrantes de la mayor institución de nuestras letras. Hoy, simplemente a modo de ejemplo, compartimos el fragmento de un trabajo del Ac. Ricardo Pallares sobre Carlos Brandy, poeta uruguayo de cuyo nacimiento el año pasado se cumplió un siglo (1923-2010).

ACERCA DE LA POESÍA DE CARLOS BRANDY

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“La obra de Carlos Brandy tiene una presencia ineludible en nuestra poesía contemporánea y se reúne en más de quince libros. Así, a modo de ejemplo, entre los más significativos, Larga es la sombra perdida (1950), Los viejos muros (1954), Juan Gris (1964) y Pescador de sombras (2008).

En 2019 -por acto de justicia crítica y literaria de Alejandro Arias- los breves libros de Brandy se complementan con la publicación de los inéditos que dejó al fallecer en 2010. Estas obras, en nuestra opinión, reiteran o continúan la obra suya anterior. Quizá las variantes o novedades puedan verse en el nivel semántico, pero en tanto que realizaciones líricas confirman el léxico, el estilo, las formalizaciones e imaginería poética.

Poeta del 45, según decimos por hábito de categorías y clasificaciones, Brandy excedió verdaderamente dicha generación por autonomía estética, lúcida libertad de pensamiento y por una ética atenta a las realidades propias de la crisis de la modernidad que se acompaña en su poesía con imágenes alucinadas y a veces visionarias. Así, a modo de ejemplo, en el texto 44 del libro Esa enorme soledad, leemos:

La eternidad cae sobre las casas/ con su pesada mano de plomo y antimonio,/ su reino no es de este mundo/ aquí se sobrevive despacito/ mascando un chicle interminable.

El juego de abstracción (la eternidad) y su pesada mano de metales metafóricos (plomo y antimonio) con la concreta lentitud del tiempo percibido en la sobrevida del hablante (aquí se sobrevive despacito) antecede a la abulia aplastante o al enorme desgano que expresa la imagen disruptiva del último de los versos citados (mascando un chicle interminable). Allí comparece el tedio que se insinúa y por momentos asoma entre los grises de la composición.

En el panorama poético uruguayo de la segunda mitad del s. XX Carlos Brandy cultivó una poesía profunda y austera pero comunicante, universal por los grandes temas del hombre que asume, metafórica y visionaria -como ya se afirmó- pero, como también lo dice Alfredo Fressia, es una poesía con enunciados accesibles no exentos de encanto expresivo y originalidad creadora.

Asimismo, aquí se verá que las texturas de Brandy actualizan desarrollos de un pensamiento poético con rasgos vigorosos y por momentos surrealistas, libremente elaborados, sin eludir los misterios de tiempo vida y muerte. El comienzo de la composición 20 ofrece su ejemplo:

Los lejanos trajes nos dejan sus saludos/ con el aire burlón de quien viene de la feria./ El cielo escupe la saliva del diablo/ Y su corazón ya no quiere.

En esta poesía tampoco está ausente el dolor y su humana pertenencia, ni el amor desmoronado por la temporalidad omnipresente.

Tal como lo dijo Alejandro Paternain, “para Brandy, estar en el mundo es sentir la poesía”, con lo que se advierte que él como creador está siempre llamado a escribir, como un verdadero oficiante capaz de dialogar con las oscuridades de la existencia.

Entre las oscuridades mencionadas está la de su océano interior como reino que en parte es de sombras y en parte es de abismos. Por esta razón en sus textos suele aparecer una zona o sesgo metafísico que expresa estremecimientos e incertidumbres cuyos conectores conducen a las circunstancias de la vida interior y otras veces a las coyunturas de la cotidianidad avasallante con sus rutinas y sinsentidos.

La primera composición del libro es a la manera de umbral un testimonio y anticipo del libro, en especial de cuanto hemos interpretado. Dice:

Los que comen puerros/ y duermen sin saberlo/ y que en el tiempo escriben sobre la tierra/ ¿Pueden decir que el abril/ alcanza para todos?/ Sustancias que el universo abandona,/ todo nada entre los océanos de aire./ Admira la pasión del caracol/ por los túneles de la tierra/ todo está dentro nuestro,/ penetra por la piel y por los sueños/ viajeros hay que desconocen esto./ Por eso el fuego quema los fantasmas/ entre las llamas de este infierno./ De pie ante todo, guardián de este polvo,/ casi sin saberlo.

Esta atención lúcida y desgarrada que Brandy le presta al entorno también se aprecia en varios poetas de la primera promoción de la “generación de la crisis”. Es notoria en Amanda Berenguer, es una constante en Mario Benedetti, tanto como -a modo de ejemplo- en alguna zona de Idea Vilariño, de Sarandy Cabrera y de Selva Casal, aunque esta última pertenecería a la promoción siguiente…”.

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