Edición Año XVII N° 882, lunes 7 de octubre de 2024
TEMPORALIDADES. Algunos podrán decir que viene pasando rapidísimo, otros dirán que va muy lento, la cuestión es que el tiempo es relativo de acuerdo al interés o la necesidad de quien lo observe. El tiempo nunca es lo que es, es lo que parece.
En lo que todos concuerdan es que el tiempo es irrecuperable. Si lo dejaste pasar sin hacer nada, ya no se podrá volver el tiempo para atrás. Por eso, cuando a alguien le preguntan, ¿harías lo mismo de tener la posibilidad de retroceder en el tiempo? Gastar tiempo en pensar eso se convierte en un ejercicio intelectual innecesario a sabiendas que se trata de un imposible. Mejor gastar ese tiempo en algo más útil.
Hayamos actuado de la manera que lo hicimos en el pasado se convierte a través de la experiencia en una parte de nosotros. Si aprendimos de nuestros errores, bien, porque ya no nos equivocaremos de la misma manera. Quizás nos equivoquemos por hacer otra cosa, pero no repetiremos el mismo error. A otros puede darle lo mismo y no tendrán inconveniente en repetirse, aún a sabiendas que lo que hacen no es lo correcto, ni siquiera para ellos, pero seguramente no les importe.
Quienes aprendieron, no cometerán los mismos errores. Entonces, ¿por qué hacer el esfuerzo de volver sobre nuestros pasos hacia el pasado para no volver a equivocarnos y hacer lo correcto? Si de todas maneras pudiésemos viajar en la máquina del tiempo de Wells y corrigiéramos lo que hicimos, ¿podemos decir que aprendimos la lección? Toda persona de bien debería saber reconocer sus errores y cambiar el rumbo de las cosas si comprende que hace mal. De eso se trata también crecer y madurar como persona.
Lo cierto, y en definitiva, es que tenemos que acostumbrarnos a cometer errores en este camino de la vida con la seguridad que de ellos aprenderemos a hacer las cosas mejor. ¿Cuántas veces nos dijeron nuestros padres por experiencia propia que no hiciéramos esto o aquello porque la pasaríamos mal y sin embargo, lo hicimos? Ellos sabían de todos modos que necesitábamos tener nuestras propias equivocaciones, pero al menos nos advertían para que en vez de chocar a 120 kilómetros por hora contra el muro, redujéramos preventivamente un poco la velocidad para que el dolor del golpe fuera menor, aunque el dolor igual estaría. Algunos redujimos la velocidad, a veces. De todas maneras, el dolor de crecer estuvo ahí, y hoy me toca ser padre y repetir la historia con mi hijo.
Así que el tiempo no es solo relativo, también es cíclico pero a través de distintas vivencias. Tan relativo y cíclico es que he comenzado a vivir mi mes de octubre número 56. Es decir que he vivido 55 meses de octubre, pero ninguno ha sido igual.
Este es el octavo mes de octubre que marca la fecha de partida de mi padre y de lo que hubiera sido también un nuevo octubre de su nacimiento, y los recuerdos se vuelven vivenciales. El presente se mezcla con el pasado en una extraña alegoría de añoranzas de octubres pasados, a sabiendas que esos octubres vividos los podré enfrentar de otra manera a los que tendré por delante en los años que me queden por vivir.
Y como uno va comprendiendo de qué va la vida, sabe que la mecha se va acortando, pero de su velocidad debe hacerse cargo cada uno. Algunos octubres seguramente sean más rápidos que otros, algunos más lentos, pero el ritmo lo debe imponer cada uno, porque la vida le pertenece.
Seguramente esto que escribí hoy en mi primera columna de octubre, con algo de melancolía por extrañar los consejos de mi padre, buenos o malos pero ahí siempre estuvieron, no lo hubiese escrito en octubres pasados porque necesitaba escribirlo y compartirlo justo hoy con ustedes, queridos amigos lectores, tan solo para recordarles que nadie más que nosotros somos dueños de nuestro tiempo.
Hasta la semana que viene… “mientras la vida va!” (Dixit de un mejor Silva)