“EL 31 DE JULIO: ENTRE FUNERALES, VOTOS Y EL CÁNTICO ETERNO DE LA IZQUIERDA”
En el agitado devenir de nuestra República, hablar de política, demagogia y poder es como caminar por un puente colgante donde las cuerdas están hechas de humo y los pasos se dan al filo de un abismo discursivo. Porque, al final, todo debate sobre historia y poder se reduce a una pregunta tan vieja como disruptiva: ¿qué queda de los que se van? Y el 31 de julio, es el día propicio para contemplar esa extraña pregunta bajo una luz fría y burlona.
Ese día, de manera casi trágicamente poética, nos despedimos primero de Líber Seregni, en 2004, y luego de María Auxiliadora Delgado, en 2019. Uno fue el arquitecto paciente de un sueño político que cambió el ADN electoral del país; la otra, la silenciosa compañera de quien encarnó ese sueño en el poder real, consolidando el Frente Amplio como el indiscutible custodio de Montevideo y, por un buen tiempo, del Uruguay entero.
Ahora bien, no se puede hablar del 31 de julio sin mencionar una de las paradojas más deliciosas —y sigilosamente crueles— de nuestra historia política reciente.
Líber Seregni, fue el estratega paciente que entendió que más allá de las banderas y canciones folclóricas, el poder es un ejercicio de persistente moderación. Su fallecimiento fue el cierre del capítulo de un líder que no pudo ver su sueño totalmente materializado, pero que cimentó la base para que otros reinaran en su nombre. Por otro lado, María Auxiliadora representó la enorme fortaleza del bajo perfil en un ambiente político atestado de egos y flashes. Fue su forma de hablar callando, de acompañar sin gritar y de estar sin escenas lo que permitió a Tabaré gobernar como el arquitecto final de la izquierda consolidada.
Al final, queda la paradoja del 31 de julio: un día que celebra muertes pero también rememora victorias. Seregni y María Auxiliadora, cada uno a su manera, encarnaron las dos caras de una fuerza política que, de una utopía tambaleante, pasó a ser un modelo institucional estable, aunque no exento de críticas.
En el fondo, todo esto se reduce a la más humana de las tareas: contar historias. Y como abogados, eso hacemos cada día. A veces ganamos y otras perdemos, pero siempre buscamos lo mismo: que los relatos de justicia, de política y de derecho se encuentren, aunque sea brevemente, en un punto donde todo tenga sentido. Aunque claro, el verdadero desafío es mantener esa coherencia en un mundo donde nada dura demasiado, ni siquiera los sueños. Que irónico, ¿no?
Hasta la próxima semana.