Por Germán Milch Escanellas
Estimados lectores que hacen uso de este prestigioso medio de comunicación, déjenme tomarles un minuto de su atención para hablarles de algo que transformará su percepción de mundo. Si sos salteña, salteño o salteñe y te gusta el arte, después de leer este modesto artículo, de este humilde escritor que no pasa de un gorrión con berretines de zorzal, el universo ya no será el mismo.
Muchas veces traté de crear proyectos artísticos en Salto y así como me ven, tengo el orgullo de decir que he tenido un éxito rotundo en todo lo que significa fracasar.
He fracasado de todos los modos, en toda las áreas, de todas las maneras, hasta convertirme en un maestro del fracaso.
En Salto fracasé como actor, fracasé como músico, fracasé como ceramista y si no fracasé como bailarín clásico, fue simplemente porque no me lo propuse, mi técnica del fracaso es tan exquisita y depurada, que conseguiría fracasar al primer intento.
Ahora bien, yendo al tema, de todas las respuestas que coseché ante mis proyectos, generando un curriculum perfecto con el 100% de negativas, una tras otra vez escuchaba a mis interlocutores, principalmente de los ámbitos del poder público municipal, argumentar diciendo: a los salteños habría que estudiarlos.
Era una frase multifuncional y de una gran utilidad, porque en definitiva, la persona que decía —¡NO! — ante cualquier iniciativa artística, se eximía de la responsabilidad, la culpa no era de él, era de nosotros, los salteños y nuestra forma especial e inexplicable de ser que nos volvía adversos a recibir los beneficios del arte.
Si quería hacer una obra de teatro, me decían — ¡NO! Porque acá para que alguien vaya al teatro es muy difícil, a los salteños habría que estudiarlos. Si la idea era un ciclo de talleres sobre gestión cultural, ya escuchaba — ¡NO! No va a funcionar, es que acá a nadie le interesa nada, los salteños son muy especiales, habría que estudiarlos —.
Y yo para mis adentros pensaba: se los digo o no se los digo, porque alguien algún día se los tiene que decir. Pero nunca se los decía, porque en el fondo sería muy descortés de mi parte romperles una negativa que tanto trabajo les había costado construir a los pobres jerarcas municipales, sería como decirles que Papá Noel son los padres; nunca nadie está sicológicamente preparado para enterarse de que es el hijo de Papá Noel.
Por eso hoy me dieron ganas de decírselos, aprovechando el inicio de este ciclo de artículos: ¡están equivocados, señores, a los salteños no tienen que estudiarnos! Somos un pueblo más, igual y diferente de cualquier otro, con nuestros defectos y virtudes, pero no cargamos ningún enigma que sobrepase a los enigmas de otros pueblos, ni tampoco ningún estigma que nos prohíba merecer el arte.
Recuerdo que cuando me fui de Salto iniciando mi exilio, el 8 de noviembre de 1993 y me instalé en Montevideo, solía pasar las tardes en la casa del poeta Rolando Faget y una vez le pregunté — ¿qué pasa con Salto, por qué es tan difícil entenderlo? — y él sonrió y me lo explicó al instante; Salto es un río marrón y en el horizonte una naranja de color azul.