A la memoria de Piba Muñoa y Arturo Arruabarrena

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“Claro de luna” 

-Por Juan Carlos Ferreira-

CLARO DE LUNA

Aquel 18 de febrero fue especial: habíamos decidido festejar el cumpleaños de Piba y después de una rápida coordinación (y el visto bueno de ella) aparecimos con todo lo necesario en su casita de calle Cervantes, a una cuadra de Treinta y Tres. La noche estaba oscura y el cielo cubierto de nubes auguraba una lluvia de verano; eso nos hizo dudar pero al final dispusimos mesas y sillas en el patio.

Sólo quedaba definir quién haría el asado, algo muy importante (y si es para una amiga a quien se quiere mucho, ¡cuánto más!) Había dos candidatos:                                                                                                                                                       

-El domingo hice dos paletas de cordero que las cortabas con el tenedor…                                              -El viernes de noche del matambrillo no quedó nada, claro, le puse el chimichurri que preparo…                                         

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Aún sacándole el IVA a tales afirmaciones era claro que el asador debía ser uno de los autopromocionados, cada uno con su estilo: el Vasco, muy técnico y yo, vuelta y vuelta, con un toque de ceniza.

Intuyendo un conflicto, Indalecia, la pobre lavandera y el bueno de Rogelio, el trapero ‒personajes de Las ranas y matrimonio en la vida real‒ propusieron que lo hiciéramos entre los dos. Imposible, en una batalla de egos parrilleros es inimaginable este diálogo: 

-Échele más brasa, compañero… ¡qué color está tomando!
-Buen ojo el suyo…
-¿Le parece que está para dar vuelta?
-Cómo no, déle nomás…

El Vasco se moría por hacer el asado y tuve un momento de debilidad; recordé que su equipo había andado muy mal el año anterior, me dio pena y lo llamé aparte: 

-Arturo, hacelo vos. 

El asado quedó espectacular pero cuando me dijo Gracias por dejarme hacer el asado mi comentario (rastrero, lo reconozco) fue Te salió bien, bien… aunque pudo ser más jugoso ¿no? 

Piba se encargó de que sus hijos Aitor y Guyunusa tuvieran lo suyo. En la sobremesa se alternaron las anécdotas: las murgueras del malvado Ruffo ‒el proxeneta de la potente voz‒, las de la dulce Estela ‒la gurisa desamparada‒ y las del loco Jacinto ‒el cazador de ranas. 

Sobre la medianoche llegó lo que queríamos escuchar: la experiencia docente de Piba en Cuba. Su voz vibraba con el amor por la Revolución y aún conservo sus palabras:

Una mañana calurosa me dirijo al taller de teatro y paso frente a una obra en construcción. Entre montones de arena, pedregullo y bolsas de portland, veo a un hombre con una carretilla llena de bloques; viste camisa y pantalón verdes, botas y una boina. Algo me llama la atención y me detengo… el sol se filtra entre los andamios y curiosamente lo ilumina sólo a él, que se detiene también y me saluda: “Buenos días, compañera”. Aunque no puedo creer lo que estoy viendo atino a contestar: “Buenos días, comandante”. Él esboza una sonrisa, se toca la boina estrellada y vuelve a tomar la carretilla.

El pequeño mundo de la calle Cervantes quedó en silencio. El cielo había cambiado, el viento también y también nosotros. 

Cuando le pedimos unas líneas de alguna obra de El Teatrito sonrió, acarició a Guyunusa y miró a Federico quien sonrió dulcemente. La voz de Piba nos llevó a un convento de Granada:

¡No puede ser! ¡Cobardes! ¿Y quién manda
dentro de España tales villanías?
¿Qué crimen cometí? ¿Por qué me matan?
¿Dónde está la razón de la Justicia?
En la bandera de la Libertad
bordé el amor más grande de mi vida.
¿Y he de permanecer aquí encerrada?
¡Quién tuviera unas alas cristalinas
para salir volando en busca tuya!

-Mariana Pineda ‒dijo el cruel Pedrosa, emocionado‒ yo la mandé al cadalso.    

Volvimos a la noche salteña y los ojos de Piba buscaron a la lavandera y su esposo… Se entendieron sin palabras: Indalecia se levantó y secó sus manos en el delantal; Ramón permaneció postrado, encadenado a su cama del cantegril.

-Nos estamos quedando sin carbón. Subió otra vez…Si sigue así va a resultar más barato usar el primus de vuelta…
-Más barato es ponerle leña al brasero… El primus más valdría venderlo.
-Quién te dice que algún día lo volvamos a usar…
-Cuando lo podamos usar, también vamos a poder comprar otro… Así que lo podríamos vender.
‒Vamos a esperar un poco… fue el regalo de mamá cuando nos casamos, ¿te acordás? A lo mejor yo consigo algunos lavados y no tenemos necesidad. Ahora que se viene el invierno es mejor tenerlo.   
                            

Los ojos del Ruso brillaban. Esa noche hubo algo más en el viento; las nubes se abrieron y dieron paso a la claridad: llegó la luna con su polisón de nardos; María ‒la mendiga renga que pedía limosna en la iglesia‒ puso un casete con el primer movimiento de la sonata Claro de luna. Queríamos que ese momento no terminara nunca pero… 

Nada es para siempre. Aunque su deseo era quedarse, Mauricio Rosencof y Federico se fueron en el viento. (Cierro los ojos y puedo escucharlos.)

Y llegó el momento del postre… torta de manzana con crumble de nueces y crema catalana. Se sucedieron las frases golosas: Un pedacito más pero chiquito y la clásica de la propia cumpleañera: Quién es una pa’ dispreciar. No quedaron migajas ni gotas. 

Estábamos en el último brindis cuando Piba suspendió su copa en el aire: ¡Ay, me olvidé! Entró presurosa a la casa y cruzamos miradas interrogantes. Pasaron dos o tres minutos y Piba volvió. Sí, después de la torta de manzana con crumble de nueces y la crema catalana comimos huevos rellenos. 

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