En estos momentos hay en el país más de 15.000 personas en las cárceles, procesadas. El problema carcelario afecta al mundo entero, porque no se ha previsto que un país tenga tanta delincuencia, ni mucho menos la incidencia que el narcotráfico tendría en nuestros días.
A punto tal que esta deficiencia ha llevado a que haya cárceles (no en el Uruguay, pero sí en América del Sur), en manos de los propios delincuentes, que han hallado la forma desde este lugar para “dirigir” sus bandas a sus grupos de delincuentes.
La Constitución misma del Uruguay establece que la privación de libertad o el encarcelamiento de una persona no debe suponer el tormento o la tortura de la misma.
Tampoco se señala que las condiciones de reclusión deben ser tan benévolas que muchos las prefieran o no las teman al menos.
Sabemos que se trata de una tema complejo que tiene muchas derivaciones, pero en el fondo depende de la honestidad funcionarial, tanto de la autoridad a cargo como de la justicia y todos los actores que intervienen en el asunto.
No es lo que pasa en nuestros días, donde cada vez se detectan más formas de evadir las penas o de escapar a la sanción estipulada. Es hora que lo asumamos y es hora de cambiar y vigilar la convivencia de los reclusos con las personas que tienen a su cargo la vigilancia.
Es tiempo de saber con quienes se juntan, aunque sea con otros delincuentes, pero lo inadmisible es que se afirme (como se lo hace en otros lugares) que la propia cárcel es el “centro” desde donde se maneja todo.
Ya hemos probado el endurecimiento de las penas y la experiencia de otros países muestra que los resultados obtenidos no son los adecuados que se procuraban.
Es hora de admitir que en nuestro país la seguridad va mal. Que aquello de que “se acabó el recreo” no ha dado resultado deseado y no es tan fácil solucionar este problema.
Lo hemos dicho más de una vez. Antes este era un país donde podía encontrarse un “rastrillo” o un “descuidista” que lo que ve descuidado lo roba. Hoy tenemos un país donde los sicarios han ganado las calles y toda deuda con estos delincuentes se paga con la vida misma y lo que a nosotros nos interesa es saber si la víctima tenía antecedentes o no, porque pareciera que otra cosa no nos preocupara.
Esta es la realidad, la evolución de la delincuencia es cada vez mayor y más graves y no podemos ignorarla.
A.R.D.
