Por Jorge Pignataro
Un día como hoy nacía Alfredo Zitarrosa, como lo decimos siempre, a nuestro entender la figura más importante del canto popular uruguayo y una de las mayores referencias en la cultura del país.
Nacido en Montevideo el 10 de marzo de 1936 (y fallecido también en la capital el 17 de enero de 1989), desde muy joven se destacó por sus excelentes composiciones, tanto en letra como en música, así como por su voz excepcional y su carisma.
La suya es una obra que no envejece, al contrario, perdura y logra imponerse naturalmente cada día: es que tiene la esencia de las verdaderas composiciones artísticas. Hoy en día los jóvenes, y hasta los niños que empiezan a tener sus primeros contactos con el canto y la guitarra, sueñan con ser algún día como Zitarrosa.
Dotado de una sólida formación intelectual, sus creaciones no se reducen solamente a canciones -como si fuera poco-, sino que también cultivó –y podríamos decir que con éxito, aunque es la parte menos conocida- otros géneros como el cuento y la crónica.
Allá por el año 2012, el periodista y escritor uruguayo Guillermo Pellegrino publicó el libro «Alfredo Zitarrosa. La biografía» (basado de alguna manera en su libro anterior: «Cantares del alma»), en el que busca mostrar una parte más íntima de la persona y por ende menos conocida, intenta reflejar lo que fue la vida del hombre, no del músico. Y es un ejemplo más de cómo la figura del notable cantautor sigue despertando interés e invitando a su estudio e investigación. «Con Zitarrosa me pasó algo muy fuerte, me fue atrapando su obra, pero también el personaje, con todas sus contradicciones. Primero fue una búsqueda personal, para alimentar mi conocimiento, después todo me fue llevando hasta la biografía», ha dicho Pellegrino.
A propósito de libros, desde esta página de EL PUEBLO, hace unos 10 años aproximadamente, compartíamos una anécdota aparecida en «Zitarrosa, cantar en uruguayo», libro de su amigo Enrique Estrázulas). En homenaje a ambos, hoy la reproducimos otra vez:
«La composición es uno de los aspectos más interesantes, en sus primeras y últimas fases, como períodos de creación intuitiva. A veces, su primera clave es un silbido, melodías subconscientes que, en el momento menos esperado, despiertan la idea de una canción. En general, he observado que escribe sus letras casi paralelamente a la música. Toma la guitarra y busca acordes indefinidamente. Cuando logra alguna forma musical en acecho entonces comienza a trabajar con el grabador. Vuelve a mi memoria el invierno de 1972, en que tuve que cruzar Montevideo de punta a punta bajo una lluvia torrencial, en un destartalado taxímetro, para acudir a una llamada urgente de Zitarrosa. Supuse al principio que había enfermado, que estaría dolorido por algo o, en el mejor de los casos, habría cometido algunos de sus excesos. Cuando llegué todo estaba en calma. Y el amigo trovador en cuestión, de lo más bien, sentado junto al grabador, secándose unos lagrimones que yo sabía que venían de la emoción creadora.
– Solamente quería que escucharas un Adagio que se me acaba de ocurrir.
Entonces dejé que regresara la calma, colgué mi impermeable empapado y me dispuse a oír los acordes de lo que más tarde se transformara en el famoso «Adagio en mi país», una de las más conmovedoras canciones que se han escrito en Uruguay, acaso premonitoria, inspirada en la guerra y señalando un camino de paz que, indudablemente, está llegando:
“Dice mi padre que ya llegará
desde el fondo del tiempo otro tiempo
y me dice que el sol brillará
sobre un pueblo que él sueña
labrando su verde solar.
Tú no quisiste la guerra, madre tierra, yo lo sé…”
