Prepararon la despedida de Gabriel García Márquez como para que el hombre que ya no está, quizá el escritor de lengua española más importante del siglo XX, se sintiera un jefe de Estado o un héroe antiguo. México y Colombia le dicen adiós esta tarde en una larga ceremonia abierta a lectores y devotos.
En el Palacio de Bellas Artes, el centro de la cultura tradicional mexicana, donde se rinde tributo a los mexicanos más ilustres, desde Octavio Paz a Carlos Fuentes, este colombiano universal que jamás se quiso hacer de otro país, también rompió tradiciones después de muerto y se ha hecho un hueco en la historia del protocolo mexicano. Nadie de otro sitio había ocupado, una vez fallecido, el lugar que ocupa Gabo, cuyas cenizas son elemento central y solemne de la ceremonia laica.
Gabo ha hecho después de muerto, también, algo que había intentado en la tierra: poner en el mismo sitio a mandatarios de países distintos, y a veces distantes, para que se pusieran de acuerdo. En este caso no hay diferencias entre Colombia, su país natal, y México, donde ha vivido medio siglo y donde escribió la novela más colombiana de todas sus novelas colombianas, Cien años de soledad. En su honor, viajó a México su presidente, Juan Manuel Santos, que presidirá la parte más solemne de la ceremonia de adiós junto con su colega Enrique Peña Nieto. Colombia tendrá mañana su propio homenaje.
Gabriel García Márquez murió a los 87 años el pasado Jueves Santos a las 12.08 de la mañana en su casa de siempre, en la calle Fuego 144, rodeado de su esposa, Mercedes Barcha, y sus hijos Gonzalo y Rodrigo, así como de sus cinco nietos. Sus últimos días fueron apacibles, sometido a cuidados paliativos que habían sido aconsejados por sus médicos cuando ya se comprobó que una medicina más invasiva no iba a resolver los graves problemas que deterioran la salud del escritor. La preparación de la ceremonia de esta tarde ha sido tan sigilosa (y tan rápida) como la propia discreción con que la familia de Gabo ha mantenido las circunstancias en que se halló en todo momento el enfermo. Este tránsito hacia la muerte corrobora sus propias impresiones. Escribió en Cien años de soledad: “Morirse es mucho más difícil de lo que uno cree”. Y sobre la propia existencia de la muerte dijo aún algo más concreto y dramático: “Lo malo de la muerte es que es para siempre”.
Murió en México, donde soñó, y adonde transportó los sueños de Aracataca. Colombia vivió con él; muchas veces le declaró sus desavenencias, pero esa fue siempre su patria; se exilió alguna vez (viniendo a México), la cambió por Barcelona o por París, viajó por todo el mundo solo o con su mujer inseparable, Mercedes Barcha; fue pobre de solemnidad en Colombia y en México, y rico (después de Cien años de soledad y del Nobél) en los mismos sitios; gastó a espuertas en el agasajo a sus amigos, y en la creación de instituciones, como la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, así como en la educación de sus hijos; construyó aquí una familia que todos consideran “modélica”; su propia familia (Mercedes, entonces, con Carmen Balcells) lo arropó desde que pensó que ese libro que le iba a sacar del atajo, Cien años de soledad, a lo mejor tampoco los sacaría de pobres…
Esas vicisitudes vitales, los peores tiempos y los mejores tiempos, los vivieron en México. La gratitud de los García Márquez que representaba el extraordinario creador que acaba de morir recibe este lunes la respuesta popular y la consideración de gran hombre que México reserva para sus personajes ilustres. Peña Nieto y Santos rendirán pleitesía a la creación literaria y compartirán el asombro de la multitud mexicana por la literatura del fabulador.
Él no les puede responder, claro, su palabra está en este mundo pero él es una metáfora de ceniza. En el diccionario que de sus palabras hizo Piedad Bonnett está lo que alguna vez dijo Gabo de estos países que se juntan en el Palacio de Bellas Artes representando sus patrias. De México dijo: “México es una ciudad a la cual está entrando un millón de personas al año. Tiene veinte millones de habitantes y este año va a llegar otro millón a buscar empleo. ¡Imagínese cuántos sueños es capaz de inventar cualquiera en una ciudad así”. Ahí está el escritor, pero en esta otra apelación a su país natal está el sentimental, Gabito hablando del drama que vivió en su pueblo: Colombia… “una patria oprimida que en medio de tantos infortunios ha aprendido a ser feliz sin la felicidad, y aún en contra de ella. (…) Creo que Colombia está aprendiendo a sobrevivir con una fe indestructible cuyo mérito mayor es el de ser más fructífera cuanto más adversa”. Colombia es, también, una “patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad”.
La gente comenzó a rondar el Palacio de Bellas Artes desde primera hora de la mañana. Los operarios descargaban de camionetas sillas y vallas que iban colocando en el interior de la construcción de mármol de Carrara. A los lados de la puerta principal cuelgan dos carteles con la imagen de un Gabo sonriente en blanco y negro, y bajo su rostro: 1927-2014. Liliana Aguilar, vestida de blanco, estudiante de ingeniería química e industrial, fue de las primeras en llegar. Llevaba consigo una pancarta en la que se leía lo que dijo Carlos Fuentes algún día de García Márquez: “Con él fantasía y realidad perdieron sus fronteras”. Aguilar estaba triste y en medio de esa pena recordó que el escritor es uno de los que mejor ha sabido captar “esa tristeza tan latinoamericana”. Eleoní Rivera también se presentó desde muy temprano con una guayabera de motivos floreados y su mujer, Flor Cabrera, con otra de bordados de cadenilla. Era una forma de honrar al colombiano, vistiéndose como él. El matrimonio recuerda que se toparon con el escritor el 1 de enero de 2009 en La Habana, cuando se cumplían 50 años del triunfo de la revolución en Cuba. Se encontraron en la apertura de la temporada de ballet. Eleoní fue a saludar a un Gabo rodeado de periodistas y fotógrafos. ¿Qué le dijo? “No gran cosa”, contestaba, “pero con sus libros mantuve un gran diálogo”.
La gente se ha ido aglomerando con la ansiedad tranquila, la ansiedad mexicana, probablemente, con la que en los propios libros de Gabriel García Márquez se juntan los ciudadanos para ser testigos de milagros insólitos, como en Cien años de soledad, o de peregrinaciones fracasadas, como la que desemboca en la palabra “¡Mierda!” en uno de sus libros favoritos, El coronel no tiene quien le escriba, que es por cierto el que ahora están leyendo los niños colombianos para decirle adiós.
La gente se agolpa con la devoción por su literatura y con la ansiedad por ver si algo más pasa después de la muerte. Él lo dejó dicho, no esperen nada, es el final, es para siempre. Como en la vieja canción de Gardel, que él también le escuchó al cubano Eliades Ochoa, “sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando…”
(EL PAIS DE MADRID)
Prepararon la despedida de Gabriel García Márquez como para que el hombre que ya no está, quizá el escritor de lengua española más importante del siglo XX, se sintiera un jefe de Estado o un héroe antiguo. México y Colombia le dicen adiós esta tarde en una larga ceremonia abierta a lectores y devotos.
En el Palacio de Bellas Artes, el centro de la cultura tradicional mexicana, donde se rinde tributo a los mexicanos más ilustres, desde Octavio Paz a Carlos Fuentes, este colombiano universal que jamás se quiso hacer de otro país, también rompió tradiciones después de muerto y se ha hecho un hueco en la historia del protocolo mexicano. Nadie de otro sitio había ocupado, una vez fallecido, el lugar que ocupa Gabo, cuyas cenizas son elemento central y solemne de la ceremonia laica.
Gabo ha hecho después de muerto, también, algo que había intentado en la tierra: poner en el mismo sitio a mandatarios de países distintos, y a veces distantes, para que se pusieran de acuerdo. En este caso no hay diferencias entre Colombia, su país natal, y México, donde ha vivido medio siglo y donde escribió la novela más colombiana de todas sus novelas colombianas, Cien años de soledad. En su honor, viajó a México su presidente, Juan Manuel Santos, que presidirá la parte más solemne de la ceremonia de adiós junto con su colega Enrique Peña Nieto. Colombia tendrá mañana su propio homenaje.
- espacio publicitario -![SOL - Calidez en compañía]()
Gabriel García Márquez murió a los 87 años el pasado Jueves Santos a las 12.08 de la mañana en su casa de siempre, en la calle Fuego 144, rodeado de su esposa, Mercedes Barcha, y sus hijos Gonzalo y Rodrigo, así como de sus cinco nietos. Sus últimos días fueron apacibles, sometido a cuidados paliativos que habían sido aconsejados por sus médicos cuando ya se comprobó que una medicina más invasiva no iba a resolver los graves problemas que deterioran la salud del escritor. La preparación de la ceremonia de esta tarde ha sido tan sigilosa (y tan rápida) como la propia discreción con que la familia de Gabo ha mantenido las circunstancias en que se halló en todo momento el enfermo. Este tránsito hacia la muerte corrobora sus propias impresiones. Escribió en Cien años de soledad: “Morirse es mucho más difícil de lo que uno cree”. Y sobre la propia existencia de la muerte dijo aún algo más concreto y dramático: “Lo malo de la muerte es que es para siempre”.
Murió en México, donde soñó, y adonde transportó los sueños de Aracataca. Colombia vivió con él; muchas veces le declaró sus desavenencias, pero esa fue siempre su patria; se exilió alguna vez (viniendo a México), la cambió por Barcelona o por París, viajó por todo el mundo solo o con su mujer inseparable, Mercedes Barcha; fue pobre de solemnidad en Colombia y en México, y rico (después de Cien años de soledad y del Nobél) en los mismos sitios; gastó a espuertas en el agasajo a sus amigos, y en la creación de instituciones, como la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, así como en la educación de sus hijos; construyó aquí una familia que todos consideran “modélica”; su propia familia (Mercedes, entonces, con Carmen Balcells) lo arropó desde que pensó que ese libro que le iba a sacar del atajo, Cien años de soledad, a lo mejor tampoco los sacaría de pobres…
- espacio publicitario -![UNICEF]()
Esas vicisitudes vitales, los peores tiempos y los mejores tiempos, los vivieron en México. La gratitud de los García Márquez que representaba el extraordinario creador que acaba de morir recibe este lunes la respuesta popular y la consideración de gran hombre que México reserva para sus personajes ilustres. Peña Nieto y Santos rendirán pleitesía a la creación literaria y compartirán el asombro de la multitud mexicana por la literatura del fabulador.
Él no les puede responder, claro, su palabra está en este mundo pero él es una metáfora de ceniza. En el diccionario que de sus palabras hizo Piedad Bonnett está lo que alguna vez dijo Gabo de estos países que se juntan en el Palacio de Bellas Artes representando sus patrias. De México dijo: “México es una ciudad a la cual está entrando un millón de personas al año. Tiene veinte millones de habitantes y este año va a llegar otro millón a buscar empleo. ¡Imagínese cuántos sueños es capaz de inventar cualquiera en una ciudad así”. Ahí está el escritor, pero en esta otra apelación a su país natal está el sentimental, Gabito hablando del drama que vivió en su pueblo: Colombia… “una patria oprimida que en medio de tantos infortunios ha aprendido a ser feliz sin la felicidad, y aún en contra de ella. (…) Creo que Colombia está aprendiendo a sobrevivir con una fe indestructible cuyo mérito mayor es el de ser más fructífera cuanto más adversa”. Colombia es, también, una “patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad”.
La gente comenzó a rondar el Palacio de Bellas Artes desde primera hora de la mañana. Los operarios descargaban de camionetas sillas y vallas que iban colocando en el interior de la construcción de mármol de Carrara. A los lados de la puerta principal cuelgan dos carteles con la imagen de un Gabo sonriente en blanco y negro, y bajo su rostro: 1927-2014. Liliana Aguilar, vestida de blanco, estudiante de ingeniería química e industrial, fue de las primeras en llegar. Llevaba consigo una pancarta en la que se leía lo que dijo Carlos Fuentes algún día de García Márquez: “Con él fantasía y realidad perdieron sus fronteras”. Aguilar estaba triste y en medio de esa pena recordó que el escritor es uno de los que mejor ha sabido captar “esa tristeza tan latinoamericana”. Eleoní Rivera también se presentó desde muy temprano con una guayabera de motivos floreados y su mujer, Flor Cabrera, con otra de bordados de cadenilla. Era una forma de honrar al colombiano, vistiéndose como él. El matrimonio recuerda que se toparon con el escritor el 1 de enero de 2009 en La Habana, cuando se cumplían 50 años del triunfo de la revolución en Cuba. Se encontraron en la apertura de la temporada de ballet. Eleoní fue a saludar a un Gabo rodeado de periodistas y fotógrafos. ¿Qué le dijo? “No gran cosa”, contestaba, “pero con sus libros mantuve un gran diálogo”.
La gente se ha ido aglomerando con la ansiedad tranquila, la ansiedad mexicana, probablemente, con la que en los propios libros de Gabriel García Márquez se juntan los ciudadanos para ser testigos de milagros insólitos, como en Cien años de soledad, o de peregrinaciones fracasadas, como la que desemboca en la palabra “¡Mierda!” en uno de sus libros favoritos, El coronel no tiene quien le escriba, que es por cierto el que ahora están leyendo los niños colombianos para decirle adiós.
La gente se agolpa con la devoción por su literatura y con la ansiedad por ver si algo más pasa después de la muerte. Él lo dejó dicho, no esperen nada, es el final, es para siempre. Como en la vieja canción de Gardel, que él también le escuchó al cubano Eliades Ochoa, “sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando…”
(EL PAIS DE MADRID)
- espacio publicitario -![Bloom]()