Un dramaturgo para no olvidar: Ricardo Prieto

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    La semana pasada hubiera cumplido 70 años el escritor uruguayo Ricardo Prieto. Nació en Montevideo el 8 de febrero de 1943 y falleció en la madrugada del 4 de noviembre de 2008, “falleció en su vivienda…murió en soledad, muy a su estilo, producto de una anemia que lo venía consumiendo progresivamente”, dice una crónica del momento.
    A Prieto lo conocí en el invierno del año 2001, en un recital poético que se realizó en la Sociedad Italiana de nuestra ciudad y que lo tuvo como una de las figuras centrales. Lo recuerdo por su impecable vestimenta: traje, bufanda y sobretodo, y por un potente perfume que curiosamente quedó impregnado hasta hoy en el ejemplar de su libro de poemas “Palabra oculta”, que compré en ese momento y tuve el gusto que me lo firmara. Pero recuerdo especialmente su calidez para conversar, su sencillez, y las justas palabras con que se dirigió a un pequeño grupo de jóvenes, con aspiraciones de poetas, que lo rodeamos ansiosos de escuchar consejos: “lo que escriben, hagan que circule entre algunos pocos conocidos a los que les tengan confianza, escuchen su opinión primero, no intenten publicar enseguida”, nos dijo. “Palabra oculta” es un libro que me gusta, lo mejor de Ricardo Prieto en poesía, creo. Es un libro al que vuelvo con frecuencia y del que tengo versos en la memoria que fácilmente puedo transcribir: “Los lunes/ cuando el papel es triste/ y los hombres son viejos /con sus sombreros grises/ uno quisiera meterse en una taza/ bajar por el esófago/ morirse”. Pero me animo a decir que lo más importante que Prieto dejó escrito no está en sus libros de poesía ni en sus narraciones, sino que son sus obras de teatro. Algunas de ellas deberían recordarse siempre entre las piezas más importantes del teatro uruguayo: “El huésped vacío”, “El desayuno durante la noche” o “Garúa”, por mencionar solamente algunas. Y el nombre Ricardo Prieto debería figurar siempre entre los dramaturgos más importantes del país, lo que no será fácil, en tanto el de Florencio Sánchez continúe imponiéndose automáticamente y muchas veces sin razón –a juzgar estrictamente por el valor de algunas de sus obras – como la mayor figura.
    Ricardo Prieto:
    un dramaturgo
    para no olvidar
    (Colaboración de Alejandro Michelena)
    El espectáculo teatral está experimentando desde hace algunos años –tanto en Buenos Aires como en Montevideo-, una etapa de esplendor en cuanto a la creatividad de las puestas en escena, la diversidad de propuestas, la aparición de talentos actorales, y especialmente en lo que tiene que ver con la nueva dramaturgia. Han surgido autores que tienen mucho que decir y lo hacen con fuerza e intensidad dramática; con propuestas, sobre todo en el caso de los más jóvenes, apoyadas a veces más que en lo textual en lo visual.
    Pero el teatro es, y ha sido siempre –lo reafirman muchas de las puestas renovadoras de obras clásicas de los tiempos recientes, desde Shakespeare a Sánchez- el arte de releer los textos valiosos del pasado, lejano o cercano. En ese plan, es fundamental no olvidar a aquellos dramaturgos que hasta ayer nomás estuvieron entre nosotros y que, por diversas razones, al irse de este mundo su obra ha quedado al margen de las iniciativas teatrales.
    Al plantear esto lo hacemos pensando concretamente en un gran dramaturgo rioplatense. Uno de los más firmes, maduros y profundos de la generación surgida en los años setenta del pasado siglo: Ricardo Prieto, autor uruguayo con trayectoria en Argentina, que falleciera a comienzos de noviembre del año 2008.
    Prieto se adentró como pocos en Latinoamérica en los laberintos de la condición humana. Y lo hizo con una escritura elaborada en lo estilístico y conceptual, y con una sabiduría escénica por momentos magistral. Entre sus obras encontramos títulos que son fundamentales e ineludibles, como “El huésped vacío”, una de las obras de autor rioplatense que más ha frecuentado los escenarios internacionales, con reiteradas puestas en escena en Buenos Aires. También: “El desayuno durante la noche”, que recibiera en España el importante premio Tirso de Molina en el año 1980. Pero además tiene en su haber decenas de piezas –dramas y comedias; obras realistas unas, y otras más volcadas al teatro de vanguardia- entre las que se destacan “El mago en el perfecto camino”, caracterizada por su hondura metafísica, y “Garúa”, exitosa comedia de costumbres no carente de honduras sicológicas. Sin olvidar pequeñas piezas “de cámara”, como “Me moriría si te vas”. Fue por otra parte un escritor versátil, que cultivó otros géneros con similar eficacia. En narrativa, “Desmesura de los zoológicos”, un original libro de relatos que oscilan impecablemente entre el absurdo y el surrealismo. Y los cuentos  de  “La puerta que nadie abre”, donde explora dimensiones paranormales. Y la serie de “Lugares insospechados” (su último libro édito, publicado por Alfaguara en el 2008), a través de la cual logró perfilar –con seguro pulso narrativo- una verdadera comedia humana. No hay que olvidar el intenso lirismo y la fuerza vibrante que imantan esa extraña e inolvidable nouvelle titulada “El odioso animal de la dicha”, que transcurre en una Buenos Aires al mismo tiempo identificable y anclada en una época determinada (los años setenta) pero también esencial y arquetípica. Libro que en realidad inicia su narrativa, en el lejano 1983, publicado por Ediciones de la Banda Oriental. Y sus novelas: “Pequeño canalla” y “Amados y perversos”, en las que logró establecer un mundo propio, y reflejar con lucidez la sociedad montevideana y uruguaya en sus dimensiones más oscuras y sombrías. Como poeta su libro mayor es “Palabra oculta” (Editorial Aldebarán, Montevideo, 2000), eficaz antología de su producción en el género desde los años sesenta hasta fines de los noventa. Como ensayista su producción fue pausada y lenta, galvanizada por una implacable lucidez e inusual penetración. Vale recordar al respecto sus trabajos, polémicos, sobre Florencio Sánchez y la situación del teatro uruguayo.
    Ricardo Prieto no tuvo formación universitaria. Podríamos decir que fue un autodidacta. Pero logró decantar una cultura universal, fruto de su voracidad e intuición como lector. Realizó cursos únicamente en lo teatral –en  Club de Teatro, grupo independiente del Montevideo de los 60- de actuación y dirección. Filosóficamente ha sido definido como existencialista. Y no cabe duda que la juvenil lectura de Sartre y Camus incidió en su visión del mundo. Pero quizá no tanto como luego, ya instalado en Buenos Aires, lo marcaron las lecturas de autores clásicos del esoterismo, como la teósofa Madame Blavatsky o el maestro espiritual ruso Gurdjieff.
    Fue, por otra parte, un ser humano afable y generoso.

    La semana pasada hubiera cumplido 70 años el escritor uruguayo Ricardo Prieto. Nació en Montevideo el 8 de febrero de 1943 y falleció en la madrugada del 4 de noviembre de 2008, “falleció en su vivienda…murió en soledad, muy a su estilo, producto de una anemia que lo venía consumiendo progresivamente”, dice una crónica del momento.

    A Prieto lo conocí en el invierno del año 2001, en un recital poético que se realizó en la Sociedad Italiana de nuestra ciudad y queRicardo Prieto lo tuvo como una de las figuras centrales. Lo recuerdo por su impecable vestimenta: traje, bufanda y sobretodo, y por un potente perfume que curiosamente quedó impregnado hasta hoy en el ejemplar de su libro de poemas “Palabra oculta”, que compré en ese momento y tuve el gusto que me lo firmara. Pero recuerdo especialmente su calidez para conversar, su sencillez, y las justas palabras con que se dirigió a un pequeño grupo de jóvenes, con aspiraciones de poetas, que lo rodeamos ansiosos de escuchar consejos: “lo que escriben, hagan que circule entre algunos pocos conocidos a los que les tengan confianza, escuchen su opinión primero, no intenten publicar enseguida”, nos dijo. “Palabra oculta” es un libro que me gusta, lo mejor de Ricardo Prieto en poesía, creo. Es un libro al que vuelvo con frecuencia y del que tengo versos en la memoria que fácilmente puedo transcribir: “Los lunes/ cuando el papel es triste/ y los hombres son viejos /con sus sombreros grises/ uno quisiera meterse en una taza/ bajar por el esófago/ morirse”. Pero me animo a decir que lo más importante que Prieto dejó escrito no está en sus libros de poesía ni en sus narraciones, sino que son sus obras de teatro. Algunas de ellas deberían recordarse siempre entre las piezas más importantes del teatro uruguayo: “El huésped vacío”, “El desayuno durante la noche” o “Garúa”, por mencionar solamente algunas. Y el nombre Ricardo Prieto debería figurar siempre entre los dramaturgos más importantes del país, lo que no será fácil, en tanto el de Florencio Sánchez continúe imponiéndose automáticamente y muchas veces sin razón –a juzgar estrictamente por el valor de algunas de sus obras – como la mayor figura.

    Ricardo Prieto: un dramaturgo para no olvidar

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    (Colaboración de Alejandro Michelena)

    El espectáculo teatral está experimentando desde hace algunos años –tanto en Buenos Aires como en Montevideo-, una etapa de esplendor en cuanto a la creatividad de las puestas en escena, la diversidad de propuestas, la aparición de talentos actorales, y especialmente en lo que tiene que ver con la nueva dramaturgia. Han surgido autores que tienen mucho que decir y lo hacen con fuerza e intensidad dramática; con propuestas, sobre todo en el caso de los más jóvenes, apoyadas a veces más que en lo textual en lo visual.

    Pero el teatro es, y ha sido siempre –lo reafirman muchas de las puestas renovadoras de obras clásicas de los tiempos recientes, desde Shakespeare a Sánchez- el arte de releer los textos valiosos del pasado, lejano o cercano. En ese plan, es fundamental no olvidar a aquellos dramaturgos que hasta ayer nomás estuvieron entre nosotros y que, por diversas razones, al irse de este mundo su obra ha quedado al margen de las iniciativas teatrales.

    Al plantear esto lo hacemos pensando concretamente en un gran dramaturgo rioplatense. Uno de los más firmes, maduros y profundos de la generación surgida en los años setenta del pasado siglo: Ricardo Prieto, autor uruguayo con trayectoria en Argentina, que falleciera a comienzos de noviembre del año 2008.

    Prieto se adentró como pocos en Latinoamérica en los laberintos de la condición humana. Y lo hizo con una escritura elaborada en lo estilístico y conceptual, y con una sabiduría escénica por momentos magistral. Entre sus obras encontramos títulos que son fundamentales e ineludibles, como “El huésped vacío”, una de las obras de autor rioplatense que más ha frecuentado los escenarios internacionales, con reiteradas puestas en escena en Buenos Aires. También: “El desayuno durante la noche”, que recibiera en España el importante premio Tirso de Molina en el año 1980. Pero además tiene en su haber decenas de piezas –dramas y comedias; obras realistas unas, y otras más volcadas al teatro de vanguardia- entre las que se destacan “El mago en el perfecto camino”, caracterizada por su hondura metafísica, y “Garúa”, exitosa comedia de costumbres no carente de honduras sicológicas. Sin olvidar pequeñas piezas “de cámara”, como “Me moriría si te vas”. Fue por otra parte un escritor versátil, que cultivó otros géneros con similar eficacia. En narrativa, “Desmesura de los zoológicos”, un original libro de relatos que oscilan impecablemente entre el absurdo y el surrealismo. Y los cuentos  de  “La puerta que nadie abre”, donde explora dimensiones paranormales. Y la serie de “Lugares insospechados” (su último libro édito, publicado por Alfaguara en el 2008), a través de la cual logró perfilar –con seguro pulso narrativo- una verdadera comedia humana. No hay que olvidar el intenso lirismo y la fuerza vibrante que imantan esa extraña e inolvidable nouvelle titulada “El odioso animal de la dicha”, que transcurre en una Buenos Aires al mismo tiempo identificable y anclada en una época determinada (los años setenta) pero también esencial y arquetípica. Libro que en realidad inicia su narrativa, en el lejano 1983, publicado por Ediciones de la Banda Oriental. Y sus novelas: “Pequeño canalla” y “Amados y perversos”, en las que logró establecer un mundo propio, y reflejar con lucidez la sociedad montevideana y uruguaya en sus dimensiones más oscuras y sombrías. Como poeta su libro mayor es “Palabra oculta” (Editorial Aldebarán, Montevideo, 2000), eficaz antología de su producción en el género desde los años sesenta hasta fines de los noventa. Como ensayista su producción fue pausada y lenta, galvanizada por una implacable lucidez e inusual penetración. Vale recordar al respecto sus trabajos, polémicos, sobre Florencio Sánchez y la situación del teatro uruguayo.

    Ricardo Prieto no tuvo formación universitaria. Podríamos decir que fue un autodidacta. Pero logró decantar una cultura universal, fruto de su voracidad e intuición como lector. Realizó cursos únicamente en lo teatral –en  Club de Teatro, grupo independiente del Montevideo de los 60- de actuación y dirección. Filosóficamente ha sido definido como existencialista. Y no cabe duda que la juvenil lectura de Sartre y Camus incidió en su visión del mundo. Pero quizá no tanto como luego, ya instalado en Buenos Aires, lo marcaron las lecturas de autores clásicos del esoterismo, como la teósofa Madame Blavatsky o el maestro espiritual ruso Gurdjieff.

    Fue, por otra parte, un ser humano afable y generoso.

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