La situación de los ancianos desvalidos es un tema mucho más profundo de lo que puede considerarse a simple vista.
Nadie ignora las malas condiciones en que funcionan muchas de las denominadas “residencias” de ancianos, no todas. Es más, salvo que haya denuncias específicas generalmente no hay a nivel país, un sistema de control periódico y sorpresivo del funcionamiento de dichas empresas que asegure que los servicios que prestan son los que se comprometieron a ofrecer..
Pero más allá de estos controles, de las exigencias que se deben imponer para el funcionamiento de las residencias, es indudable que el tema va mucho más allá de esto y para mejorar las condiciones de vida de estos ancianos es necesario profundizar en varios aspectos..
El informe de EL PUEBLO, de la edición del domingo último, revela “de cuerpo entero” esta situación.
La situación de estos ancianos es un problema social. La denominada “vida moderna”, prácticamente exige que ambos cónyuges de las nuevas parejas tengan compromisos laborales fuera del hogar y por lo tanto resulta complejo hacerse cargo de los ancianos cuando no se valen por si mismo.
No pretendemos dar “recetas”, ni juzgar cada situación, porque además suelen ser muy diferentes unas de otras. Lo que tratamos de hacer notar es que se trata de un tema complejo que requiere del trabajo y aporte de diversos organismos, salud, alimentación, esparcimiento y demás, para tratar de darles a estos ancianos una vida digna en sus últimos años.
El tema es que en nuestros días lo que vemos es que generalmente los familiares y quienes debieran ser los primeros responsables directos en algunos casos ocupados en sus propias necesidades y en otros por simple comodidad de no “complicarse” la vida atendiendo a un anciano o haciendo frente a los gastos que demanda su atención, se desentienden de ellos.
El Estado también tiene su rol en este tema y seguramente el anunciado sistema de acompañamiento habrá de aportar al menos a mejorar las condiciones de vida de estos ancianos.
Pero ninguna de estas áreas debería de asumir toda la responsabilidad, pero tampoco desentenderse por completo del tema demostrando total insensibilidad.
El abandono de los ancianos es propio de una sociedad individualista, hedonista, preocupada por su propia comodidad, por su propio confort y lo más ajena posible de todo aquello que le signifique responsabilidad, compromiso, obligaciones, así sea hacia sus ancianos, familiares directos.
Compartir esta responsabilidad, este compromiso, entre todos los sectores de la sociedad y el Estado es la forma adecuada de darle a estas personas la atención que les corresponde, porque ellos nos han legado la comunidad y las condiciones de vida que hoy disfrutamos.
Atenderlos como corresponde nos dará oportunidad de asumir su última lección.
¡No lo olvidemos!
Alberto Rodríguez Díaz