Por José Luis Guarino
La muerte reciente del maestro Ariel Ramírez, permite un balance de su rutilante trayectoria en el mundo musical, en el cual brilló como intérprete y compositor.
Pero además de estas actividades que desplegó con maestría, Ariel Ramírez fue punto de unión entre la música culta tradicional y los aires populares de tierra adentro de su Argentina natal, a los que elevó a categoría clásica.
Oriundo de Santa Fe, se recibió de maestro, pero el llamado de la música lo impulsó a los estudios de piano primero, de composición después, y a una investigación prolongada del canto folclórico de su tierra, siguiendo las huellas de Atahualpa Yupanqui que lo alentó en su etapa inicial.
Durante un lustro recorrió después, al inicio de los años 50, las grandes ciudades europeas dando a conocer la música argentina y latinoamericana.
Su primera gran composición fue la Misa Criolla. Mucho más allá del nivel artístico de la obra, se debe recalcar su importancia histórica.
De la misma manera que en el renacimiento la cultura religiosa había abierto sus puertas a la polifonía, y tantos motetes y corales de la música figurada, junto con las grandes misas de Scarlatti, Bach o Haendel, desplazaron el viejo canto gregoriano, también en el siglo XX, las lenguas vulgares sustituyeron al arcaico latín y la guitarra y otros instrumentos populares se integraron a la liturgia ocupando el lugar del majestuoso órgano.
Ariel Ramírez tenía por destino asimilar a la música litúrgica, de corte clásico, los modelos populares latinoamericanos. Así en su Misa Criolla, el Kirie es una vidala-baguala; el Gloria: un carnavalito-yaraví; el Credo, una chacarera trunca; el Sanctus, un carnaval cochabambino; el Agnus Dei, un estilo pampeano.
El compositor utilizó los diferentes ritmos buscando la mejor adaptación al sentido de los textos, con un riguroso trabajo de armonización que hubieran aprobado Palestrina y Vittoria en su tiempo; una riqueza melódica llena de unción; una obra maestra, que tuvo repercusión más allá de nuestro continente, como lo demuestra el estreno de esta obra en Alemania.
Compuso también una serie de canciones navideñas, varias de ellas reunidas en su disco «Navidad nuestra»: La Anunciación – La Peregrinación- El Nacimiento- Los Pastores- Los Reyes magos- La Huida- que alternan el chamamé, la huella pampeana, la vidala catamarqueña, la chaya riojana, el takirari y la vidala tucumana.
Otra de sus obras cumbres, fue «Mujeres argentinas», en la que el Maestro puso música a poemas de Félix Luna que exaltan legendarias figuras femeninas, y que incluye una de sus más famosas composiciones: «Alfonsina y el mar». Otras, son «Gringa chaqueña», «Juana Azurduy», «Rosarito Vera, Maestra», «Dorotea, la cautiva», «Manuela la tucumana», «Las cartas de Guadalupe» y «En casa de Mariquita». En la versión original, el propio Maestro está al piano o , acompañando a Mercedes Sosa, Los temas alternan tema de Guarania, aire de cueca norteña, zamba, milonga, canción.
Como se ve, Ariel Ramírez realizó un verdadero mapa de la música tradicional de su tierra. Compuso la música del poema épico de Félix Luna «Los Caudillos», una serie de valsesitos criollos, zambas, «La Hermanita perdida» (Homenaje a las islas Malvinas), «Misa por la paz y la justicia». Entre otras muchas, se han hecho famosas sus zambas «La tristecita», «El Paraná en una zamba», su estilo «Campo sin eco», su gato «El Charrúa», su canción «Agua y sol del Paraná».
Además de compositor, fue un exquisito intérprete del piano, como lo ha demostrado sobre todo en los volúmenes de «Coronación del Folclore», en sus discos dedicados a la zamba, en donde interpreta motivos tradicionales como la Zamba de Vargas, y otras piezas de Andrés Chazarreta, Atahualpa Yupanqui, Felipe Zurita, Segundo Aredes, Pedro Jiménez, entre otros.
La realización de «Coronación del Folclore», fue una experiencia interpretativa, creo que insuperable, por lo menos en lo que se refiere al primer volumen. Ariel Ramírez con su técnica pianística, une su maestría a la de otro «grande», Eduardo Falú con su guitarra, y algunos «solos» con su voz de sótano, y las voces de los Fronterizos, en un clima musical, de alta calidad en combinaciones armónicas, en expresión y sonido. Otras grabaciones importantes, lo muestran junto a Jaime Torres, Lolita Torres, el conjunto Ritmus, José Carreras, Mercedes Sosa en su «Cantata Sudamericana».
No podemos soslayar, por fin, que estuvo en Salto. Que los salteños pudimos disfrutar de su presencia en el Parque Harriague, con la Misa Criolla, y que sus canciones han sido cantadas en nuestro medio por diferentes coros y solistas; hacemos mención especial de «Cantares» en sus Conciertos de Navidad.
Todo lo dicho, y lo que podría añadirse, aseguran la vigencia de este Maestro, cuya ausencia física no impedirá por cierto su permanencia viva en su creación artística, como una de las grandes figuras clásicas de la música latinoamericana.
