El pasado martes 13, Uruguay perdió a una de sus más relevantes figuras en el terreno de la cultura y el pensamiento. Murió la poeta Amanda Berenguer. Había nacido el 24 de junio de 1921 y fueron de su generación, entre otros, escritores como Mario Benedetti, Carlos Real de Azúa, Idea Vilariño, José Pedro Díaz y Ángel Rama.
Amanda Berenguer tuvo sin dudas y en abundancia, los cuatro componentes que, según el novelista Miguel Ángel Campodónico, deben conformar la base de cualquier mundo literario que pretenda tener valor: lecturas, imaginación desbordada, un muy poblado mundo interior del autor y subversión. Aunque de su generación, la “Generación del 45”, quizás los más nombrados hayan sido y sean otros, quizás nadie como ella – junto a su esposo, ese gran narrador y catedrático que se llamó José Pedro Díaz –, trabajó tanto y tan fielmente en defensa de los más altos valores de la poesía. Y no lo hizo sólo desde sus versos, también desde otras múltiples actividades entre las que merece especial destaque la labor, durante las décadas de los años 40 y 50, de “La Galatea”, imprenta artesanal propiedad del matrimonio Díaz – Berenguer, que fue una notable difusora de buenas páginas.
Pero no le faltaron a Amanda Berenguer los diversos reconocimientos, premios y homenajes, tanto nacionales como a nivel internacional. Además de reiterados premios en concursos del Ministerio de Educación y Cultura, cabe mencionar que en el año 2002 fue distinguida con el Candelabro de Oro (mayor premio entregado en nuestro país, consistente en un viaje a Europa e Israel) otorgado por la B’nai B’rith del Uruguay y creado para apoyar a artistas nacionales. En el año 2006 fue nombrada Académica de Honor de la Academia Nacional de Letras del Uruguay. Participó de los más destacados eventos internacionales de poesía como el Festival de Poesía de Medellín o el Encuentro Internacional de Poesía de Chile (en 2001, donde fue la única representante uruguaya). Figura en numerosas antologías uruguayas y extranjeras, como mexicanas y españolas, por citar sólo algunos ejemplos. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano y portugués.
Pocos como ella tuvieron tan claro qué significa ese fin en sí mismo del que tanto se habla que debe tener el arte: “La poesía no puede proponerse nada que no sea ella misma si no quiere transformarse sutilmente en otra cosa”. Así lo dijo Amanda. Así lo sintió y con esa idea como guía trabajó siempre. El fruto fue una obra que se ubica en lo más alto de nuestra lírica nacional.
Los títulos que componen su obra poética son:
A través de los tiempos que llevan a la gran calma (1940), Canto hermético (1941), Elegía por la muerte de Paul Valéry (1945), El río (1952), La invitación (1957), Contracanto(1961), Quehaceres e invenciones (1963), Declaración conjunta (1964), Materia prima (1966), Dicciones (disco,1973), Composición de lugar (1976), Poesía 1949-1979 (1980), Identidad de ciertas frutas (1983), La dama de Elche (1987), Los Signos sobre la mesa (1987), La botella verde (1995), El pescador de caña (1995), La estranguladora (incluye casete, 1998), Poner la mesa del 3er. Milenio (2002), Constelación del navío (2002), Las mil y una preguntas y propicios contextos (2005), Casas donde viven criaturas del lenguaje y el diccionario (2005).