Escuchábamos dialogar a dos personas mayores, sobre los recuerdos de un Salto al cual llagamos a conocer. Traían a la memoria las tardes calurosas de verano, cuando las campanitas de los heladeros que recorrían las calles de la ciudad con conservadoras colgadas al hombre y carritos refrigerados, hacían salir a niños y padres de sus casas a comprar los tan ansiados helados palito de agua con gusto a frutas y los sandwiches de tres gustos.
También, hacían mención en la temporada invernal, a los vendedores de maní y a los churreros; productos anhelados con las mismas ganas que los primeros, siendo anunciados, unos con parlante, y otros a capela.
Y, como olvidar a los afiladores de cuchillos, restauradores de paraguas o a los pescadores con sus “bestias” recién sacadas del río.
Un Salto más pueblerino, más provinciano, que marcó a varias generaciones que lo rememoran con cariño y que, vive aún en los relatos que les hacemos a nuestros hijos, y otros tantos a sus nietos.
Traerlo a colación, es una forma de no dejarlo olvidado en un pasado no siempre resguardado como se merece.
¿Cuál sería la reacción de los niños al escuchar esos llamados, hoy en día? Quizás los acercasen más a las experiencias de sus ancestros, y les permitirían vivir emociones interesantes, y más acordes a la vida misma, sin ir en detrimento de la tecnologización contra la que no podemos luchar ya.