En ESPN no faltaron reflexiones sobre Pelé. Los colegas sentencian que «Su grandeza no se medirá mundanamente ni mundanalmente, ni en el espectro simplón de las estadísticas, más allá de la inalcanzable epopeya de haber sido Tricampeón Mundial (1958, 1962 y 1970), sino en el universo intangible de estimular el fútbol hasta los vestíbulos rigoristas del arte. Pelé inventó todo lo que hoy desencaja quijadas de admiración en las canchas. ¿Despliegue físico y de potencia como Cristiano Ronaldo? Era lo suyo. ¿Inventarse una galopada letal como Maradona ante Inglaterra? También era lo suyo. ¿Amagues, gambetas, túneles, remates inverosímiles, hasta la perfección gloriosa de una chilena como Messi? Era su pan de cada día. Los ingleses inventaron el fútbol, pero Pelé le franqueó la entrada al Museo del Louvre. Sus Tres Corazones fueron ofrenda a un solo equipo: el Santos. Cierto, alquiló sus piernas al Cosmos de Nueva York, en el intento de injertarse en el corazón de Estados Unidos. Y con el Santos ganó todo lo que era posible ganar. Dicen sus biógrafos, a riesgo de alguna inexactitud, que él sólo tiene más trofeos, medallas y diplomas por equipo y en lo individual que ningún otro atleta o club en el mundo, y sólo puede competirle y superarlo el Real Madrid. Nadie más. Nada más que él.

