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jueves, 22 de mayo de 2025
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No confundamos integrar con improvisar groseramente

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Diario EL PUEBLO digital
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Años atrás se creía que bastaba para que un país se considerara alfabetizado, que sus habitantes supieran leer y escribir.
Por mínimo que parezca, aún recordamos que en el Uruguay había personas que firmaban con el dedo, por la sencilla razón que no sabían escribir, una realidad impensable en nuestros días.
A pesar de que nuestro país siempre estuvo en una posición privilegiada, debido a que no se registraban indígenas -elemento probablemente a lamentar más que a celebrar – pronto supimos que la alfabetización es mucho más que eso y hoy incluso nadie puede considerarse alfabetizado si no se maneja por lo menos aceptablemente en materia informática.
En contrapartida, sabemos que la informática tiene algunos defectos y desventajas. Por lo pronto, nadie puede ignorar que un gran porcentaje de las nuevas generaciones – no todas por supuesto – ya no saben escribir a mano ni mucho menos son capaces de entender una letra manuscrita.
Todo se maneja por computadoras y más aún por los teclados de los celulares. Unido a esto va el hecho que en buena medida la juventud pretender simplificar antojadizamente la escritura y de allí que nos encontremos con algunas aberraciones, que resultan en verdaderas agresiones idiomáticas.
Hoy sabemos además que alfabetizar significa ir mucho más allá de enseñar a leer y escribir. Básicamente se trata de darle al individuo las herramientas necesarias para que pueda comprender el mundo en que le tocará desempeñarse.
Prueba de ello es el intento de impulsar un “lenguaje de integración”, utilizando la terminación en “e”, en lugar de la “o” empleado para mencionar las denominaciones genéricas, vale decir de varón o mujer, en una grosera improvisación.
Nadie racionalmente puede imaginarse un mundo donde se improvise en detalles de un lenguaje que aprendimos y usamos desde hace al menos cientos de años y está regido por la Real Academia Española, que si bien no obliga, ni impone nada, la RAE es la autoridad máxima a la hora de organizar u ordenar un lenguaje que nos une y permite entendernos.
Si bien entendemos y estamos de acuerdo en respetar los regionalismos, no aceptaríamos nunca la terminología que se pretende impulsar en estos momentos, por la sencilla razón que no se trata de una simple innovación, sino de una grosera improvisación que en lugar de construir serviría para confundir, uno de los aspectos esenciales que debe evitar el lenguaje.
A.R.D. 

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