«No siendo Rodó ni socialista ni anarquista, el único sistema político en el que cree es la democracia y considera que solo en ella se puede dar espacio al desarrollo y al progreso de la condición humana»
Martha Canfield
Lo primero que quiero decirle, José Enrique Rodó, es que estoy sorprendido. Me ha sorprendido que este año el Uruguay haya querido homenajearlo como figura central en las celebraciones por el Día del Patrimonio. Me sorprendió para bien, por supuesto, porque lo admiré siempre, porque lo admiro mucho.
Pero la sorpresa fue ver que se acordaran de usted, después de muchos años en los que parecía que los uruguayos lo hubiéramos sepultado definitivamente. Discúlpenos, Rodó; usted no merece ser olvidado. Y menos en Salto, esta ciudad que supo ser la primera en todo el Uruguay en levantar un monumento en su recuerdo, nada menos que un Obelisco.
Quiero contarle que hace unos días estuvo visitándonos el Presidente de la República y hubo algunos episodios que me hicieron pensar en usted, Maestro Rodó. Por ejemplo, le cuento, que en la esquina de Artigas y Sarandí hubo muchísima gente que se acercó a sacarse fotos, hubo quienes poco menos que se arrastraban ante un Dios -cosa que seguro usted no compartiría y yo tampoco entiendo- y hubo algunos que desde la vereda de enfrente, con carteles, con pancartas de protesta en mano, le gritaron de todo. Las bajezas más bajas –valga la redundancia- que usted pueda imaginarse son poco ante algunas cosas que unos pocos le gritaban al Presidente. Usted Rodó, dedicó su vida a escribir sobre la importancia de la educación del pueblo, la tolerancia, la elevación del espíritu hacia altos valores de la convivencia, la delicadeza en el trato, la delicadeza que es necesaria en el hablar, en el pensar y en el actuar. Hubo una grosería en Artigas y Sarandí. Recuerdo Rodó, cuando usted nos habla desde sus páginas que hay que cuidar el lenguaje, porque quien habla groseramente, está a un paso de pensar groseramente, y quien piensa groseramente está muy cerca de obrar con igual grosería. Si usted viera, Maestro, lo que hubo que escuchar en ese momento y la vergüenza que sentimos los salteños…
Cómo no recordar ante situaciones como estas, que usted nos enseña cada vez que lo leemos, que a la Democracia hay que cuidarla pero también, que hay que cuidar que en ella «las masas anónimas no empobrezcan ni vuelvan mediocre a la sociedad».
Estoy seguro que si en las aulas de este país, no se lo hubiera borrado de un plumazo a usted, hoy seríamos mejores ciudadanos. Por ejemplo, porque hubiéramos apostado más a que «siempre la razón supere a las bajas pasiones», hubiéramos educado más nuestra sensibilidad y nuestros sentimientos. Eso quería usted, ¿verdad? Hubiéramos aprendido, como decía usted, a «distinguir lo bello de lo feo». Y lo bello es verdadero y lo verdadero suele ser bueno. Seríamos, seguramente, más bondadosos también. Cuánta falta hace que usted nos vuelva a enseñar la relación entre belleza, verdad y bondad. Seguro no hubiésemos caído en el «vale todo» ante lo estético, porque usted y muchos más, antes y después de usted, han escrito ríos de tinta sobre lo bello y lo bueno, y pensar que hay quienes siguen creyendo que sobre gustos no hay nada escrito.
Si usted viera, Rodó, cuánto los uruguayos hemos perdido en los últimos años el valor del respeto a la autoridad. Y me refiero del niño a la maestra, del ciudadano al policía, etc., etc. En ese sentido, hemos sufrido un retroceso a todo nivel: en el respeto hacia el adulto mayor, hacia el que piensa diferente…Hablo en general, por supuesto, no crea tampoco que todo el mundo es así. Y sé que también a veces sucede al revés, que hay maestros que faltan el respeto al niño y policías que faltan el respeto a otro ciudadano, claro que sí. Pero le hablo en este caso de pérdida de noción en cuanto a que hay cosas que se deben respetar, guste o no, digo respetar, no arrastrarse, respetar simplemente, a la autoridad. De eso también nos habló usted, de eso dio cátedra «A las juventudes de América», a quienes dirige su insuperable «Ariel», allá en el 1900. Vaya que nos enseñó que el resentimiento solo conduce al fracaso…Pero muchos no lo entienden.
A veces me pregunto, José Enrique, por qué lo hemos dejado de lado. Y razono sobre varias posibles causas. Pienso que hay quienes se niegan a leerlo porque les parece un autor difícil, de lenguaje muy elevado e ideas demasiado profundas. Pero al mismo tiempo, tenemos que entender que su mensaje era precisamente ese, que solo nos elevaremos como seres humanos si hacemos el esfuerzo de horadar en lo complejo, y no caemos en facilismos. Pienso que hay quienes han preferido olvidarlo porque creen que usted es un autor pasado de moda; pues discúlpelos Rodó, seguro no han logrado ver que no debe haber en el Uruguay un pensamiento estético, político y filosófico más actual y más vigente, en toda época, que el suyo: importancia de la coparticipación política, defensa de las minorías, garantías en el sufragio, optimismo hacia la riqueza de las nuevas generaciones, paz y justicia como ejes para la convivencia… Y permítame decirle además, que desde hace muchos años, los artistas y pensadores que más han sido levantados como banderas en nuestra sociedad han sido aquellos afines a la izquierda; y usted fue un hombre del Partido Colorado. Claro que sus planteos en el Parlamento, durante las tres legislaturas en las que fue Diputado, seguramente hoy los firmarían encantados como propios todos los políticos, de todos los partidos.
Creo que lamentablemente usted está pagando el altísimo costo de haberse convertido en un escritor clásico, esto es, aquel al que todos nombran pero nadie lee. En Salto todos lo nombramos cuando decimos que acá se llama Rodó una avenida, un obelisco, una escuela, un club deportivo, pero nadie se acerca a sus páginas.
Si usted hubiese estado el pasado jueves en Artigas y Sarandí, puedo asegurar que se hubiera sentido satisfecho al ver que algunas personas se manifestaron en contra de un presidente, porque usted defendía al pueblo. Pero se hubiera espantado de la forma en que lo hicieron, de la falta de respeto y educación, ya no ante un Presidente de la República, sino ante cualquier persona que estuviera en ese lugar dirigiéndose al público en un discurso.
Creo, en definitiva, que está muy bien que se lo haya llamado «gran maestro de las juventudes de América», pero sepa disculparnos que también lo hemos convertido en el menos escuchado de los maestros.
Es una pena que usted ya no esté entre nosotros. Pero es una alegría que aún lo tengamos hablándonos, iluminándonos desde sus páginas. Ojalá que los festejos por el Día del Patrimonio 2021, que pasaron este fin de semana, no hayan sido una mera formalidad que pronto se olvide. Ojalá que haya sido una semilla fecunda para la siembra de lectores, que a partir de ahora vayan a su encuentro.
Contratapa por Jorge Pignataro