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miércoles, 16 de julio de 2025
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3ra. Parte de «Juan Carlos Onetti o la angustia existencial del Siglo XX»

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Exclusivo para EL PUEBLO:

Presentamos hoy el tercer capítulo del libro «Juan Carlos Onetti o la angustia existencial del Siglo XX», del salteño Daniel Abelenda Bonnet, libro que aún permanece inédito pero que su autor permitió a EL PUEBLO ir mostrando a sus lectores en diferentes entregas. El pasado domingo ofrecimos la primera y el jueves la segunda. Hoy compartimos la tercera.

3 – EL PRIMER EXISTENCIALISTA DE AMÉRICA
«Me paseaba con medio cuerpo desnudo, aburrido de estar tirado, desde mediodía, soplando el maldito calor que junta el techo y que ahora, siempre, en las tardes, derrama adentro de la pieza. Caminaba con las manos atrás, oyendo golpear las zapatillas en las baldosas, oliéndome alternativamente cada una de las axilas. Movía la cabeza de un lado a otro, aspirando, y esto me hacía crecer, yo lo sentía, una mueca de asco en la cara. La barbilla sin afeitar, me rozaba los hombros»
Este es el segundo párrafo de El Pozo, y denota que la apuesta de Onetti es arriesgada. La narración es en primera persona, contraviniendo lo establecido hasta allí, al menos en la narrativa en español. ¿Efecto en el lector? El relato tiene una fuerza mucho mayor que el relato en tercera persona de una narrador omnisciente y distante.
Segundo: el escenario es una pieza de alquiler (un «conventillo», como se lo conoce en el Río de la Plata) muy pobre, que el protagonista debe compartir con Lázaro, un obrero anarco-sindicalista: «Hay dos catres, sillas despatarradas, y sin asiento; diarios tostados al sol, viejos de meses, clavados en la ventana en el lugar de los vidrios» (primer párrafo).
Tercero: la situación existencial de Eladio Linacero: a punto de cumplir cuarenta, se ha divorciado, está desempleado, sin perspectivas, y comiéndose los pocos ahorros que le quedan. Está desencantado y angustiado. «Nunca me hubiera podido imaginar así a los cuarenta años, solo y entre la mugre, encerrado en una pieza» (página 2).
Con este inusual comienzo, la narración onettiana, como la vida de su protagonista, parece tener muy poco para contar, o algo edificante que decirnos (el tono es pesimista desde el arranque) y tampoco se vislumbra una luz al final del túnel.JCO
Sin embargo, encuentra su tabla de salvación: escribir. En medio de la crisis adicional por la falta de tabaco (que concuerda con el relato de Onetti, donde el autor afirma que escribió el primer manuscrito en Buenos Aires, en 1934), el protagonista se sienta a escribir, a mano y con hojas de panfletos que le roba a su compañero.
«Encontré un lápiz y un montón de proclamas debajo de la cama de Lázaro, y ahora se me importa poco de todo, de la mugre y el calor y los infelices del patio (los otros inquilinos del conventillo). Es cierto que no sé escribir, pero escribo sobre mí mismo».
Ya habrá notado el atento lector, la densidad semántica de la prosa onettiana. Lo mucho que dice en pocas frases y con palabras sencillas pero adecuadas. Este estilo profundo en significado, aunque claro y conciso a la vez, será una de las marcas distintivas del narrador montevideano durante toda su carrera.
¿Y qué va a contarnos Eladio Linacero? ¿Acaso su vida tan anodina y frustrante del presente, tuvo algunos eventos más destacados, por ejemplo, en su juventud? Porque Onetti nos dice en la segunda página que quiere escribir sobre su propia vida.
«Esto que escribo son mis memorias. Porque un hombre debe escribir la historia de su vida al llegar a los cuarenta años, sobre todo si le sucedieron cosas interesantes». Pero lo hará de una forma muy particular y selectiva. «Me gustaría escribir la historia de una alma, de ella sola, sin los sucesos en que tuvo que mezclarse, queriendo o no. O los sueños.» Naturalmente, el autor vuelve a apartarse aquí, del mainstream de la narrativa de comienzos del Siglo XX. Será un relato íntimo, confesional, de un perdedor nato como Linacero, pero no se referirá a los meros hechos, «que son vacíos, y siempre adoptan la forma de las emociones que los llenaron», explicará Onetti en un reportaje posterior.
Para ser la primera obra de un casi desconocido escritor de 30 años, El Pozo representa una gran innovación en la forma y el fondo de la literatura latinoamericana, que anticipa la novelística de los años 40 y 50. Mario Vargas Llosa, considera que con sus siguientes libros, «Tierra de nadie» (1941) y sobre todo, con «La vida breve» (1950), Juan Carlos Onetti, «inaugura la novela moderna en lengua española». Selecciona entonces, algunos hechos de la existencia de Eladio Linacero, para darle al libro una estructura de una autobiografía parcial, a manera de confesiones.
El primero, que viene luego de las escenas de la pieza y el conventillo, es una turbia historia que transcurre «un 31 de diciembre, cuando vivía en Capurro» (barrio emblemático de Montevideo), y tenía «15 o 16 años». Esa noche, el adolescente Eladio intenta violar a una joven de 18, Ana María, una pariente que asiste a la fiesta de fin de año en la casa paterna de los Linacero. Es el relato que ocupa mayor espacio en la nouvelle: casi 4 páginas de las 48 que tuvo la primera edición de El Pozo.
Esta historia, que dejará una marca en la existencia del tipo de adulto que será Linacero, representa la pérdida de la inocencia, pero también la importancia que Onetti atribuye a la pulsión sexual, la libido, que tiñe todas las relaciones entre hombres y mujeres; vínculos difíciles, conflictivos, que rara vez hallan el «amor romántico» y sucumben en el hastío que acarrea -inevitablemente- en la visión onettiana, el matrimonio o aun una relación estable (temas recurrentes en sus siguientes libros). Una temática muy novedosa para 1939, y de increíble actualidad en estos «tiempos líquidos» de la Posmodernidad, donde casi nada parece destinado a perdurar. De ahí la vigencia de El Pozo, un breve texto que se adivina febril; y sin duda, por el momento que vivía Onetti, la obra de un hombre angustiado, mas donde ya hay un escritor maduro -a pesar de sus 30 años- que nunca descuida el estilo y la forma.

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