El sábado que pasó, en página 3 publiqué una breve nota de opinión sobre la realidad de la educación, y más precisamente de los maestros, aprovechando de alguna manera que el día anterior se había celebrado el Día del Maestro.
La nota tuvo más repercusión de la que imaginaba. Recibí múltiples comentarios, a favor y en contra, por supuesto, lo que me parece natural y saludable cuando se trata de opiniones.
Y así me fui nutriendo de más insumos. Y así fui razonando más cosas. Y es así que resolví hoy, en esta columna de mayor espacio, agregar algunos puntos, profundizar en otros. Parece oportuno entonces, primero, recordar la nota del sábado:
«Ayer fue el Día del Maestro. Coincido con eso que tanto se dice, respecto a que sin maestros no habría ni Presidente de la República, ni oficinistas, ni choferes de ambulancia… por decir apenas los primeros ejemplos que me llegan a la mente. Todos necesitamos a los maestros. Todos seguirán necesitándolos. También coincido con que los maestros de antes y los de ahora son distintos, no sé si unos mejores que otros, simplemente distintos porque todo el entorno es otro, no se los puede analizar como entes aislados. No puedo dejar de decir, además, que las demandas que tiene el maestro hoy, habitualmente lo supera; quiero decir que muchas veces -como si fuera poco lo que hace como educador-, debe hacer de psicólogo, asistente social, especialista en capacidades diferentes, madre y padre, etc. Pero también quiero decir que, lamentablemente, la profesión Maestro se ha denigrado mucho. Y no solo por quienes los atacan, no los apoyan, les faltan el respeto, o – ya en otro nivel- quizás no les aumentan lo suficiente el sueldo. Ha sido denigrada también por los propios maestros. No se olviden que antes, con tener el título ya gozaban de prestigio. Hoy no. Hoy, además de obtener el título, hay que construir ese prestigio día a día. Y muchos no lo hacen: faltan permanentemente, no son capaces de hacer un curso de actualización, están permanentemente inventando «actividades» para no dictar clases, manipulan hasta con intenciones política el razonamiento de los niños, y así podríamos seguir… No son todos, claro, pero que los hay, los hay. Ojalá el de ayer haya sido un buen día no solo para recibir saludos, también para pensar y repensar su propio accionar».
Bien; sigamos… Y se me ocurre seguir con algunas preguntas…
¿Sabe usted que hay maestros que en los últimos años han egresado sin haber leído ni un solo libro completo? Pues créalo porque es así, o pregunte a algunos de ellos. Si son sinceros le responderán que muchos han estudiado simplemente de manojos de fotocopias o fragmentos de textos que leen en pantallas.
¿Sabe usted que es altísimo el porcentaje de estudiantes de Formación Docente que no tienen problema en reconocer que solo quieren un título para obtener un trabajo y ganar un sueldo, pero que no es la profesión que les gusta? Pregunte y lo comprobará, o simple pero atentamente observe algunas actitudes y se dará cuenta.
¿Sabía usted que es demasiado alto el porcentaje de estudiantes de Formación Docente (y de egresados) que no logran redactar correctamente una carta o resolver un problema matemático de mediana dificultad? De esto sí seguramente usted sabe, porque estadísticas en este sentido han salido varias recientemente y han causado gran revuelo.
Y yo me pregunto: ¿cómo pueden después pararse frente a un grupo de niños y hablarles de la importancia de los libros en la formación de una persona? Yo lo invito, estimado lector, a que salga a la calle y le pregunte a cierta cantidad de educadores cuántos libros han leído en el último mes, porno ser exagerado y decir en la última semana. Se va a sorprender. Y entonces, ¿cómo pueden, por ejemplo en mayo, en el entorno del Día del Libro, decir todo lo que dicen sobre los beneficios, la importancia, la necesidad, etc., etc. de leer libros?
Y en cuanto a estudiar estas carreras solo pensando en un fin económico… ¿No es de las profesiones que más vocación requiere? Pienso que sí.
Pero vayamos a lo más básico: ¿cómo pueden enseñar lenguaje y matemática personas con tan serias carencias en esas áreas del conocimiento?
La verdad que desconcierta. «Yo no sé… Hay golpes en la vida tan fuertes…Yo no sé”, diría el poeta Cesar Vallejo.
Pero que quede claro, todo esto es parte de una decadencia o de una degradación mucho más amplia. Que no se entienda, por favor, que estamos hablando únicamente de la formación que se imparte en Salto. Y además, va mucho más allá también de los docentes, simplemente ocurre que hoy estamos hablando de ellos. Si no, lo invito por ejemplo a que se dé una vuelta por la Junta Departamental y saque sus propias conclusiones sobre el nivel de las exposiciones y debates, en forma y contenido.
Decíamos en aquella nota del sábado, que en gran medida los mismos maestros han denigrado su profesión. Y se me ocurren varios ejemplos más, no solo la falta de compromiso en la asistencia a clase, en respetar la laicidad y cuestiones similares. También se me ocurre, y aprovecho que estamos en el «mes de la diversidad», que es hasta ridículo que haya educadores que pretendan inculcar a los más pequeños que ser gay es un orgullo. Por supuesto que hay que enseñar que todas las personas, sea cual sea su orientación sexual, tienen derecho a ser respetadas y, por sobre todas las cosas, a ser felices. Por supuesto que hay que defender el respeto a la diversidad… Eso creo que no está en discusión. Pero de ahí a decir que ser gay es motivo de orgullo, hay una gran diferencia, ¿no le parece? Si justamente se pretende igualdad, ¿qué sentido tiene que este se enorgullezca de ser hombre, aquella de ser mujer y este otro de ser gay? Parece absurdo; y lo es. Me siento muy feliz de los avances que en ese sentido ha logrado el Uruguay en los últimos años, ha logrado que se hablen más estos temas, que estén perdiendo el carácter de tabú que nunca debieron haber tenido, en fin… Pero insisto: ¿orgullo de tener tal o cual orientación sexual? No parece ni coherente siquiera.
No me queda mucho por decir al menos hoy. Salvo dejar planteado esto: ¿Hay algún gobierno en particular que sea el responsable de la decadencia que sufre la educación uruguaya desde hace al menos dos décadas? En primer lugar, habría que decir que no es bueno cargarle siempre todas las tintas a los gobiernos; también cada ciudadanos puede, si se lo propone, intentar superarse en lo que sea que haga.
Por otra parte, no puedo olvidar aquella expresión de “Educación, Educación, Educación”, tan famosa de José Mujica al asumir su mandato, y resulta inolvidable sobre todo porque en su gobierno fue cuando más se hundió el nivel educativo de los uruguayos, al menos así lo veo yo. No debe haber símbolo más claro de ello que la propia torpeza lingüística del mismo Mujica. ¡Pero cuidado! Cuando en 2020 asumió el actual gobierno, no pocos teníamos la esperanza de una recuperación. Al menos, de empezar a ver señales de esa recuperación. Y no fue así. Estamos en medio de un proceso de cambio que sobrecarga a los docentes de tareas administrativas y debilita notoriamente los contenidos a enseñar, lo que trae aparejado la sutil expulsión del sistema de los buenos docentes (entiéndase aquellos que asumen como prioridad la transmisión de contenidos y valores dentro de un aula) pero en cambio la valoración exagerada de quienes priorizan hacer lindas carteleras o paseos divertidos.
Y así estamos… Con muchas preguntas. Con mucha incertidumbre. ¿Las respuestas? ¿Las soluciones? “Vaya uno a saber”, dijo un hombre y mandó un niño a la escuela.
JORGE PIGNATARO
