Más allá de lo jocoso que puede resultar el caso del policía que alquilaba su arma de fuego a un rapiñero, tiene una lectura mucho más seria y profunda.
No hemos perdido de vista que hablamos de una excepción, del caso de la lamentable conducta de un policía entre miles, que seguramente cumplen debidamente con su deber, pero tampoco podemos decir que haya sido el único caso o lamentablemente sea un caso demasiado aislado. Las cifras de policías acusados e incluso procesados por irregularidades en el cumplimiento de su deber así lo indican.
No puede dejar de sorprender que se llegue a este tipo de actitudes en quien realmente tiene por misión proteger a la población de la acción de los delincuentes.
De esto hablamos cuando hacemos referencia a la calidad del policía, en forma armónica por lo menos a la cantidad de efectivos.
De estos hablamos cuando nos afiliamos a la tesitura de que tan importante como la cantidad de policías disponibles para atender a la población es la calidad y el celo que éstos pongan en el cumplimiento de su función.
No son tan obtusos como para no ver y entender que la situación del policía y del soldado, es la misma que la de muchos miles de uruguayos que en las actuales condiciones de la sociedad se ven sometidos a dificultades y penurias que no justifican conductas irregulares pero que “explican” cómo caen en la “mala senda”.
Años atrás, si un policía o un soldado tuviera tamaña actitud sería considerado un traidor de sus camaradas de armas y seguramente “se podriría” en una cárcel enfrentado al oprobio de sus propios compañeros. Hoy si rascamos un poco encontraremos que al menos este oprobio no existe, quizás porque no se ve como algo en lo que nunca caeríamos. Vale decir, en alguna medida ha cambiado la propia valoración de los hechos y esto es lo grave.
Quizás los problemas de viviendas, de ingresos salariales, de condiciones de vida en general que se generan en una sociedad donde la equidad sigue siendo una meta muy distante, “expliquen” este cambio de actitud.
Las cifras de pobreza, aún con la caída que todos los sectores políticos reconocen, en mayor o menor porcentaje, son un indicador fiel de que el problema social es muy alto y la pobreza, no sólo material, sino sobre todo de valores, es uno de los factores infaltables en la base de toda la problemática social.
Tiempo atrás, muy lejos todavía de las instancias electorales expresamos nuestra convicción de que el problema de la seguridad es el talón de Aquiles de cualquier gobierno, entre otras cosas porque nadie escapa a él en el mundo actual. Pero también hemos sostenido que son las desigualdades sociales la verdadera “fábrica” de delincuencia.
No se trata de demonizar sólo un factor, porque seguramente que este problema tiene varias puntas que se reúnen para llegar a la situación crítica hacia la que indudablemente vamos también en nuestro país, pero es imprescindible partir de un punto de franqueza y de reconocimiento de toda la dimensión del problema, si queremos torcer el rumbo para conseguir un día algo diferente.
