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sábado, 14 de junio de 2025
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Si alguien tuviese una enfermedad que el sistema de salud no cubre, ¿vamos a dejar morir esa persona?

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Diario EL PUEBLO digital
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Oscar López Goldaracena, abogado con una vasta trayectoria en materia de derechos humanos y en derecho internacional, estuvo recientemente en nuestra ciudad invitado por diario EL PUEBLO y por la Editorial Penguin Random House para dar una charla en el Ateneo de Salto. Previo a ello, conversamos sobre los derechos y obligaciones que conforman el bien común de una sociedad.
– Está casado con una salteña, ¿pero es su primera visita a nuestra ciudad?
– Es mi primera visita como escritor y como conferencista, así que primero debo agradecer a diario EL PUEBLO y a la Editorial Penguin Random House la invitación. Hoy es un día muy emotivo porque concurrimos a la Escuela Nº 5 del Cerro, para conversar con los niños sobre los libros infantiles, con la sorpresa que nos encontramos que ellos ya habían estado leyéndolos y trabajado en la escuela, nos esperaban además con una sorpresa para mi esposa que fue alumna de esa escuela. Sentí un abrazo al alma en esta visita a Salto.
– Usted tiene una reconocida trayectoria como abogado defensor de los derechos humanos, pero quizás se conoce menos su faceta como escritor de cuentos infantiles, y en algún caso, acompañado por uno de sus hijos cuando aún era niño.
– Sí, acompañado por mis hijos. Les contaba a los chicos que me convertí en escritor para niños de casualidad. Vivíamos en Montevideo, pero estuvimos prácticamente viviendo un año en la costa de Rocha, donde no teníamos televisión, leíamos mucho y para que mis hijos se durmieran les contaba historias del fondo del mar con personajes inventados. Una noche, mi hijo me pidió que le repitiera el cuento que le había contado la noche anterior y no me salió igual, y por supuesto que los niños se lo recriminan. Ahí fue el punto de inflexión para convertirme en escritor. Les propuse guardar esa historia en palabritas y en dibujos, y mis hijos -con siete años el más grande-, comenzamos a elaborar juntos la novela. Investigamos juntos, investigué sobre el fondo del mar, sobre historia, geografía, al punto que cuando terminé la novela, le dedicamos un capítulo con preguntas y respuestas para que otros niños pudieran aprender con el cuento.
Cada libro tiene un enigma, que les pido a los padres y a los chicos que lo descubran. Son tres obras las que escribí en su momento, una de ellas tuvo el reconocimiento con un premio de literatura y comenzaron a tratarse en las escuelas de todo el país en aquel momento, estamos hablando de hace veinte años. Por las exigencias propias de la profesión quedó como un proyecto familiar que se pudo concretar, porque se llegó a editar, fue reconocido, y este año se vuelve a reeditar toda la obra por iniciativa de la Editorial Penguin Random House. Y estamos recorriendo el país contando cómo se escribieron esos libros, «El tesoro del Gran Peluca», «La Caverna Mahuida» y «El Gigante de los Mares del Sur».
– Que tienen una importante referencia al cuidado del medio ambiente.
– Sí, ese es un tema que me preocupa muchísimo, es uno de los grandes desafíos que tenemos como colectivo a nivel social, como Humanidad. Hoy contaba en la escuela que si los alumnos de hace 50 años no hubieran cuidado los jardines de cada una de las clases, porque cada clase de la escuela tiene su jardín, y lo hubieran contaminado, hoy los niños de esta generación no hubieran podido plantar en ese jardín. Para que los mismos chicos se den cuenta la importancia que tiene el desarrollo sustentable, cuidar nuestro medio ambiente y utilizar los recursos naturales de tal forma que lo puedan aprovechar en el futuro las generaciones que vienen.
Uno de los libros, específicamente «El Gigante de los Mares del Sur», trata de cómo tapar el agujero de la capa de ozono recurriendo a una leyenda de gigantes. Siempre cuento que me inspiró un niño de Sarandí del Yí. Recorriendo escuelas como hoy, un niño levanta la mano y dice, «maestro, maestro, qué tanto problema con ese agujero de la capa de ozono, por qué no hacemos como en casa, subimos al techo con una escalera, tapamos el techo del rancho y se acabó el problema del agujero». Por supuesto que todos los demás niños se sonrieron, incluso la maestra. De regreso de Sarandí del Yí hasta Rocha, que todavía es un camino bastante largo, yendo por Treinta y Tres, me quedó esa reflexión del niño de siete años y allí surgió la trama de lo que después fue la novela.
– Esto no solo recuerda nuestros derechos, sino que también tenemos responsabilidades y obligaciones con las que no estamos cumpliendo ni asumiendo.
– Mire, eso me parece muy pertinente y lo comparto plenamente. Siempre pensamos que el correlato del derecho es el deber del Estado, y desde el punto de vista jurídico no hay duda que es así, pero si consideramos que los derechos humanos son un modelo de convivencia social, todos estamos obligados porque transversalizan todas las normas de convivencia que nos dimos como sociedad. En toda relación de poder -y no me refiero al gobierno y a los Estados, bien puede ser una familia o en una escuela o en una asociación-, siempre hay alguien que tiene la autoridad y hay una responsabilidad permanente en la convivencia diaria de ejercer esa autoridad de acuerdo a las normas de bien común. Eso implica derechos y deberes, yo diría, hoy con miras a todo el género humano, por la propia universalización e interdependencia en la cual vivimos en el mundo.
La responsabilidad frente al medio ambiente no es solo de los Estados, es de la convivencia diaria, es de la responsabilidad que cada uno en sus actos debe tener, y no se trata solamente de cuidar la naturaleza, se trata de cohabitar como individuos racionales en la naturaleza. Pero no podemos concebir un desarrollo plenamente sustentable si hay exclusión moral, si hay pobreza cultural, si hay pobreza económica. Me gusta referirme a los dos conceptos, la pobreza no es solamente pobreza económica sino que hay una pobreza cultural que conlleva a la exclusión cultural también, y eso es responsabilidad de todos.
– ¿Y cuando en el abordaje de los derechos y de las obligaciones la sociedad, o parte de ella se ve resentida con el Estado?
– Podemos resumirlo y da para reflexionar mucho, en el principio de justicia dentro de la sociedad. Y cuando de esto hablo no me refiero al Poder Judicial ni a quien imparte justicia sino a lo que consideramos justo en nuestra convivencia social, la idea de justicia.
Es lógico que cuando una persona se ve resentida o vulnerada en sus expectativas, intereses o derechos, exija. Pero debemos pensar que las exigencias las tenemos también que plantear en clave de bien común.
El bien común no es la suma de los bienes individuales de cada individuo, es la finalidad de la sociedad, es el sentido de la convivencia social, y nosotros debemos actuar y pensar para todos y para cada uno, pero asumiendo todos las responsabilidades de todos. Asumir cada uno de nosotros que tenemos una responsabilidad para con los demás, que no somos el centro del mundo, que nuestras demandas no son el centro del mundo pero que es plenamente justificable que un individuo exija pero que también tiene que asumir que tiene que actuar en consecuencia con los principios que está exigiendo, y al mismo tiempo pensar que nos organizamos en sociedad para satisfacer las aspiraciones de todos. Todos somos responsables de todos.
– Esa es parte de la construcción del concepto de Estado. Pero hoy el Estado está tratando al soberano, ciudadano de esta sociedad, como a un súbdito…
– Eso es peligroso, y cuando eso sucede es importante exigirle al Estado que cumpla con sus obligaciones en cuanto obligaciones de hacer. En clave de derechos humanos, esto implica las obligaciones del Estado.
Es decir, cuando referimos a derechos económicos, sociales y culturales, el Estado tiene la obligación de intervenir, de hacer.
Cuando se trata de derechos civiles y políticos, la mayor obligación del Estado es no hacer, es respetar, pero también tiene que hacer para generar los ámbitos en el cual se ejerza la libertad y la seguridad. Si aplicamos el prisma de los derechos humanos a las respuestas políticas del Estado, vamos a advertir que puede haber respuestas políticas de los Estados que no están en consonancia con lo que mandan los derechos humanos.
– ¿Por ejemplo?
– El tema de suministro de medicamentos o tratamientos médicos para personas que no tienen los recursos suficientes para costearlos. Así planteado, como pacto de convivencia, los uruguayos establecimos en la Constitución que es una obligación del Estado el suministro gratuito, artículo 44.
Si vamos a aplicar cualquier tipo de limitación a esa norma, que obliga a hacer al Estado, tenemos que cambiar la Constitución.
Las opciones políticas están limitadas por el derecho, más allá de lo que puede ser todo el debate político de cómo vamos a establecer cuál medicamento sí y cuál no. No, el centro de gravedad de la discusión está mal.
El centro de gravedad de la discusión debería ser cómo vamos a garantizar la accesibilidad y universalidad de los medicamentos y de los tratamientos médicos que sean adecuados para salvar a una persona cuando esta persona lo necesite y no tenga los recursos suficientes. No hablamos del indigente, estamos hablando de usted, de nosotros, de nuestros hijos.
Si tuviéramos la desgracia que alguien tuviese alguna enfermedad que hoy por hoy el sistema de salud no cubre, ¿vamos a dejar que esa persona se muera?
Pregunto, como familia, ¿qué haríamos como padres? Venderíamos lo que no tenemos para tratar de salvar a nuestro hijo. Como sociedad, si lo pensamos en clave de bien común, ¿qué deberíamos hacer? ¿Dejar que la persona se muera o sensibilizarnos con la realidad de esa persona que podría ser nuestro hijo?
– En ese caso el que estaría en falta es el Estado.
– Ahí está en falta el Estado, esa es la conclusión. Lo que debería estar discutiéndose hoy es cómo garantizamos la universalidad.
Puede haber una propuesta política muy bien intencionada, muy racionalmente intencionada por los temas económicos, por ejemplo, pero que en clave de derechos humanos, y yo diría más, en clave de moral, no está en consonancia con el bien común ni tampoco con el sistema de derechos humanos.

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