Diego Fischer
Año de despedidas ha resultado este 2014. ¿De despedidas o pasajes a la eternidad? Ambas cosas. ¿No? En febrero se marchó Carlos Páez Vilaró, hace menos de un mes Nybia Mariño y el miércoles pasado China Zorrilla. Son muchas pérdidas en tan poco tiempo; es cierto. Aunque quizás sirva de consuelo el saber que murieron en paz y luego de haber traspasado el umbral de las nueve décadas (Páez 90, Mariño 94 y Zorrilla 92).
Todos sentimos y lloramos la muerte de China, o al menos la gran mayoría de los uruguayos y argentinos. Su partida nos entristeció tanto como cuando muere una tía a la que quisimos mucho, visitábamos con frecuencia y escuchábamos con atención sus sabias reflexiones y reíamos con sus insólitas historias.
Resulta imposible sintetizar una vida tan llena de vida en un artículo periodístico. Noventa y dos años que parecen muchísimos más, por todo lo que esta mujer inteligente, culta, de buena cuna y solidaria a extremos inimaginables, hizo. Nació en una familia que marcó la historia en el Uruguay o mejor dicho que contribuyó y vaya cómo a construir la identidad de nuestro país. Nieta de Don Juan, el poeta de la patria e hija de José Luis, el mayor escultor que dio el Uruguay hasta ahora y de Guma Muñoz del Campo “Bimba” (una mujer de excepcional sentido del humor y refinamiento) estaba condicionada por mandato de sangre a seguir edificando lo mejor de la cultura de nuestro país.
Su temprana vocación por el teatro, (debutó en 1943 en el viejo Auditorio del Sodre en 1943 con La Anunciación a María de Paul Claudel) respaldada por sus padres y hermanas, dejó en claro que no sería una mujer igual a las de su tiempo y su clase. Tres años más tarde, en 1946, se embarcó en un buque carguero rumbo a Londres, becada por el British Council para estudiar teatro en la Real Academia de Arte Dramático de Inglaterra (RAE). La misma institución en la que -años antes- había estudiado Vivien Leigh y-tiempo después- enseñaría el dramaturgo Harold Pinter. Sin saber hablar inglés se fue por un año y permaneció casi tres. Vivió en el Londres desbastado por la Segunda Guerra Mundial, que terminó tan solo un año antes. Venía del Uruguay próspero que dormía su larga siesta de bonanza , acumulada-en buena medida- por esa guerra que había arrasado a Europa. Pasó frío y hambre, pero China confesaría, muchos años más tarde, que fue feliz. Su actitud de ver siempre el lado bueno de las cosas, ya era su lema de vida. Siempre recordó su paso por Inglaterra como una de las experiencias que la marcarían para siempre.
Volvió a Montevideo a fines de 1948 y se sumó a la naciente Comedia Nacional como primera figura. Fue el tiempo en que surgió el teatro uruguayo de calidad. Simultáneamente se fundó el Teatro El Galpón, bajo la batuta de Atahualpa del Cioppo y Ruben Yañez y el Club de Teatro con Antonio Larreta «Taco». Hasta entonces lo que se veía en los escenarios montevideanos, casi sin excepción, era lo peor de la avenida Corrientes. Al decir de Taco Larreta, en Montevideo “se escuchaba hablar en porteño”, exclusivamente. Fue en la Comedia Nacional que conoció a la catalana Margarita Xirgú, exiliada de la España de Franco, censurada por Juan Domingo Perón y adoptada por el Uruguay democrático y liberal. Junto a Enrique Guarnero, José Estruch, Maruja Santullo y Alberto Candeau, escribió las primeras y mejores páginas de arte escénico uruguayo. Años después, y luego de que egresaran de la flamante Escuela de Arte Dramático (EMAD), se sumarían Estela Medina y Estela Castro. Durante la década que China trabajó en la Comedia Nacional, actuó y dirigió en 40 obras.
También en ese tiempo , viajó varias veces a París a encontrarse con su gran amor, el uruguayo Juan Alberto Capurro “Poro”, una historia que duró 25 años y que terminó en 1961, cuando Capurro se casó con una joven y rica alemana.
A su regreso de París, fundó con Taco Larreta y Enrique Guarnero El Teatro de la Ciudad de Montevideo(TCM), donde protagonizó algunos éxitos como Un enredo y un marqués o Madre Coraje, que aún hoy nuestros mayores recuerdan. Luego vino su viaje a Nueva York, donde trabajó de secretaria,intérprete y babysitter y junto a un jovencísimo Carlos Perciavalle conquistó el off Broadway con Canciones para Mirar de María Elena Walsh.
Regresó a Montevideo para luego, a comienzos de los 70,radicarse en Buenos Aires. Su debut teatral en Argentina se produjo en 1972 con una jovencísima Susana Giménez en Las mariposas son libres. Nació allí una amistad entre China y Susana que se prolongaría para siempre. Los éxitos comenzaron a darse una tras otro. Su popularidad hizo eclosión en Pobre diabla ,la telenovela que protagonizó con Soledad Silveyra. Los argentinos comenzaron a amar a China.
Fue en 1975, que la entonces dictadura cívico militar le prohibió actuar en nuestro país, conceder entrevistas en radio y televisión y hacer declaraciones a la prensa. Cuando China le preguntóa al oficial de la Policía que le notificó la resolución , este le respondió : “por orden superior”. Diez años estuvo proscripta y su regreso a los escenarios montevideanos, significó el reencuentro de lo mejor de la cultura uruguaya. Como todo lo que generó China fue un momento memorable.
El resto es historia bastante conocida. Su muerte nos entristeció a todos: por lo que fue China y por lo que representó. Con ella no solo se va una actriz excepcional y un ser humano único.También se marcha el Uruguay de la buena educación, el que apostaba todo a la cultura, el país de la tolerancia, en el que todos tenían las mismas oportunidades. Se va además la figura más emblemática que tuvo la cultura de nuestro país en los últimas cinco décadas. Se va la integrante mayor de una generación que hizo conocer al país fuera de fronteras. Que mostró al mundo que en un lugar lejano del planeta, con un río como mar y una luz y un sol que inspiraban a notables pintores, había una sociedad educada que su mayor orgullo y anhelo era ver cómo sus hijos se educaban y progresaban en la vida a fuerza de trabajo y estudio.