«Devuélvanme las medallas» dijo el Indio James Thorpe antes de morir. Años atrás, el Comité Olímpico se las había quitado luego de una campaña de desprestigio que, por debajo de supuestos principios, ocultaba la xenofobia. Las competiciones olímpicas de entonces sólo permitían la participación de atletas amateurs y a Jim lo acusaron de ser jugador profesional de béisbol. Él argumentó que el equipo le pagaba setenta dólares para cubrir los viajes. «Me arruinan la vida por setenta dólares», dijo con resignación. No estaba equivocado. Para sobrevivir tendría que representar en Hollywood personajes de segunda, caciques vencidos, indios humillados en el celuloide como en la vida.
Su nombre en lengua kikapú era Wa-Tho- Huk, significa Sendero Brillante. Había nacido en territorio indio de Estados Unidos de Norteamérica, a principio de 1888; pertenecía a la tribu Sac y Fox. Su infancia estuvo marcada por la temprana muerte del hermano gemelo y ello lo volvió un niño inquieto que no se acoplaba a las estructura de la escuela.
Inició la carrera olímpica con diecinueve años, cuando paseaba con ropa de calle por la pista de competición y vio a un grupo de muchachos que realizaban ejercicios de salto alto. Sin quitarse la ropa, se probó y logró una marca que no pudo ser superada por ninguno del grupo.
En 1912 participó en los Juegos Olímpicos de Estocolmo, Suecia. Su rutilante actuación en varias disciplinas, especialmente en pentatlón y decatlón, lo proyectaron a los más altos lugares de la fama deportiva. Las crónicas señalan que en el momento en que el rey Gustavo V de Suecia le entregó la medalla le dijo: «Usted es el más grande atleta del mundo». El juicio no era exagerado, el Indio Jim Thorpe había ganado ocho de las quince competencias individuales, además de obtener lugares destacados en otras pruebas.
Al regreso a su país lo esperaba el reconocimiento y la admiración. En Broadway se realizó un desfile en su honor. «Oía a la gente gritando mi nombre y no podía entender cómo una sola persona podía tener tantos amigos», recordó más tarde.
Su fina ductilidad, complementada por una tenacidad de acero, le permitió desarrollar con éxito la práctica de otros deportes además del atletismo. Compitió en béisbol, básquetbol, fútbol americano, natación, boxeo, arquería, y en todos los casos recibió el reconocimiento por la entrega y calidad. Pero sus logros incomodaban a algunos.
Eran las primeras décadas del novecientos; el racismo se manifestaba con intensidad en los Estados Unidos de Norteamérica y llegaba también al deporte. En las competencias estudiantiles era habitual que se estableciera la categorización de «indios contra blancos». La prensa, por su parte, reflejaba sin tapujos esa forma soterrada de discriminación. Un ejemplo de ello, recogido en Wikipedia, es el título con que The New York Times informa de la participación de Jim en los Juegos de Estocolmo: «Indio Thorpe en Olimpíada; Piel Roja de Carlisle competirá por lugar en el equipo estadounidense».
No se necesita mucha sutileza para comprender que las oscuras fuerzas del racismo batallaron contra las conquistas de Jim; basta observar que en su tiempo muchos jugadores universitarios competían a nivel profesional en otras ligas, pero con nombres cambiados. Sin embargo, en enero de 1913 algunos diarios denunciaron que Thorpe había jugado béisbol en forma profesional entre 1909 y 1910. El caso fue tomado por la Liga Amateur y tratado en forma implacable.
Thorpe envió una carta al secretario de la institución donde dijo: «…..Espero ser parcialmente perdonado por el hecho de que yo simplemente era un muchacho indio y no sabía nada de estas cosas. De hecho, yo no sabía que estaba haciendo algo malo, ya que solo estaba haciendo lo que muchos otros universitarios habían hecho, excepto que ellos no usaron sus nombres…»
El Comité Olímpico Internacional despojó a Jim Thorpe de las medallas y premios que le había otorgado y lo declaró deportista profesional. A partir de ese momento se alistó en diversos equipos de béisbol y mantuvo una actividad destacada. Al final de su carrera deportiva lo esperaba el desamparo económico. Trabajó en Hollywood, en la industria de la construcción como peón, en compañías de vigilancia. En 1953 vivía con su tercera esposa en una casa rodante y sufrió un paro cardíaco. Los médicos lograron reanimarlo y Jim pudo hablar: «Devuélvanme las medallas». Murió a los pocos días. Después sus hermanos indios le levantaron un monumento y, como siempre, llegaron los reconocimientos tardíos. En 1984 el Comité Olímpico Internacional rehabilitó al Indio Jim Thorpe y devolvió las medallas a sus familiares. En 1999 la Cámara de Representantes le concedió el título de «Atleta del siglo de los Estados Unidos». No faltó, por supuesto, la película, ( El Hombre de Bronce, con Burt Lancaster), ni tampoco la Fundación con su nombre.
Piel Roja olímpico
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