No les tendremos miedo. Esa debe ser la premisa con la que todos tenemos que levantarnos hoy y seguir más firmes que nunca en nuestras convicciones. Una vez más los bárbaros, que están dispuestos a atacar cobardemente a cualquier ser humano que aprecie la libertad, algo que ellos desconocen en todo sentido, volvieron a dar muerte a personas inocentes que estaban disfrutando en todos los casos del arte en sus distintas acepciones, la música, la gastronomía y el deporte, algo que hace a la esencia de la humanidad y que estos cobardes parias como dicen llamarse yihadistas, desconocen en todos sus aspectos.
No supe del horror de la masacre que ocurrió en Francia sino hasta el día siguiente, me desconecté de mi trabajo casi por 24 horas para poder descansar y al regresar a mi labor el sábado por la tarde lo hice con la peor de todas las noticias, la de un nuevo y cobarde (como son todos estos actos) atentado terrorista en la cuna de la cultura de la civilización occidental, París.
Este tipo de cosas son un puñal en cualquier ser humano y en el seno de cualquier sociedad que valore la vida humana como el principal y primordial derecho humano, que valore el respeto por las distintas culturas, por las distintas maneras de ver el mundo y de sentirlo a través de la religión, de la cultura, de la educación, de la orientación sexual o de la forma de concebirlo de cualquier modo. Porque los golpes a Francia, son golpes al Uruguay, porque somos ciudadanos del mundo y habitantes del mundo global, más allá de que lo que nos define sea la aldea.
Lo que se atacó con este triste y repudiable atentado en París el pasado viernes, no fue a una ciudad, ni a una nación en particular, sino al mundo entero, a quienes creemos en la libertad y en la democracia, en la tolerancia, en la solidaridad, en el resguardo a esos valores sagrados como la libertad de expresión y de pensamiento, que deben ser defendidos a rajatabla.
París no está lejos, lo sentimos a diario cada vez que evocamos los principios de la República, de que los pueblos puedan constituir el poder que los gobierna participando activamente, votando, promoviendo a quienes pretenden que los gobiernen y siendo elegidos gobernantes de sus pares, defendiendo el concepto de la libertad, igualdad y fraternidad que han sido los pilares que inspiraron a la Revolución Francesa, más allá de que se trate de principios masónicos, que fueron los que realmente llevaron adelante la revolución más importante de todos los tiempos, cada vez que hablamos de libertad y de igualdad en base a ese principio, estamos hablando de París, de Francia y de sus pensadores, de su pueblo y de su legado al mundo.
Por eso referirnos hoy a lo que pasó allá es más que importante, para tener el norte de nuestras acciones, de nuestras luchas y de nuestra defensa de la libertad más clara que nunca. Porque implica no abdicar a los principios que nos fueron transmitidos por nuestros mayores, a los que aprendimos desde la escuela y a los que escudriñamos en el barrio, cada vez que nos identificábamos con un equipo de fútbol y nuestros amigos con el contrario y la pelea era en la cancha para ver cuál era el mejor, pero siempre respetándolo por sus opciones y valorándolo por su humanidad, descartando la imposición de las cosas y mucho más la violencia.
En nuestro continente tenemos focos de violencia que se tejen desde algunos gobiernos populistas y es bueno que tengamos claro esto, porque cuando defendemos valores tan importantes como los de la libertad y la democracia, tenemos que ser coherentes con nuestra prédica y en ese sentido, creemos que el gobierno uruguayo de los últimos tiempos ha demostrado hasta el hartazgo esa concepción de valorar el respeto exigiendo responsabilidad para ejercer la libertad que tanto nos ha costado conquistar.
Pero si nos horrorizamos con lo que está pasando en Francia y por el contrario valoramos lo que ocurre en nuestro país con el respeto a la libertad y dando cátedra de tolerancia, debemos condenar, por antonomasia, lo que ocurre en Venezuela, país cuyos gobernantes se burlan del pueblo y anuncian que en caso de que la gente no les renueve la confianza para seguir gobernando, se impondrán por la fuerza con una dictadura cívico militar para “no entregar los logros de la revolución” (en palabras del presidente de ese país) la que termina siendo más militar que cívica y ya no importa con qué excusas se haga, las dictaduras sean de izquierda o de derecha, son dictaduras al fin y deben ser repudiadas y combatidas por todo aquel que se considere un demócrata y un defensor de la libertad del hombre, por lo tanto un humanista.
Lo que pasará en Venezuela el próximo 6 de diciembre será un punto de inflexión que determinará la consolidación de un régimen autoritario o caso contrario, de respetarse los resultados cualquiera sean, deberán demostrar que apoyan la libertad, la democracia y los valores cívicos que nos distinguen como civilización y que nos fortalecen como especie.
En ese marco, no se puede invocar el dolor por los sucesos de Francia y clamar a favor del actual régimen autoritario de Venezuela. Y si somos ciudadanos del mundo para opinar lo que pasa en Europa, en el conflicto Israel y Palestina, en Estados Unidos, África o en Asia y Oceanía, tenemos más que legitimidad para defender lo que creemos que está mal en nuestro propio continente y en ese marco, brego por una apertura democrática para el país caribeño, que necesita un cambio basado en la libertad y el respeto al que piensa distinto.
Porque esto último fue justamente lo que no respetaron quienes cometieron la atrocidad en París y los que provocan que haya miles de muertos en Medio Oriente, donde Estados Unidos, Rusia, Inglaterra, Alemania y la misma Francia son más que responsables por esos miles de muertos, pero nada puede permitir que se justifiquen o avalen atentados contra la vida humana en ningún lugar del mundo y quienes creemos en la libertad tenemos que levantar la voz, hoy más fuerte que nunca, para defenderla, porque sabemos muy bien que París no está lejos, ya que la esencia de la libertad que proclamó hace más de 200 años está en cada uno de nosotros.
Hugo Lemos