Y en tiempos en que tanto se habla del Alumbrado Público, de sus ventajas y desventajas, de sus fallas, de tarifas altas y demás, no viene mal un poco de historia, y de humor también. Ojalá en todos los barrios de Salto, hubiera buena luna todas las noches…

En los tiempos en que cuando había luna, no se encendía el alumbrado
Cuando Salto era una pequeña aldea, allá por el año 1832, según una vieja crónica, ya irradiaban, espantando tinieblas, contados faroles de alumbrado público…Competían aquellos escasos farolitos alimentados con velas de sebo, con los similares que de tiempo atrás, los «pulperos» y los vecinos más o menos acomodados colgaban a la puerta de los comercios o de los amplios zaguanes de las casa coloniales. Aquellos farolitos, según cuentan se economizaban en las noches de luna. En el año 1875, el alumbrado público -se disponía ya de candiles alimentados con aceite de potro- contaba con 220 faroles, adecuadamente distribuidos en las calles céntricas del pueblo.
EL GASÓMETRO- Otra innovación, al promediar el año 1884, que colocaba a la futura segunda capital del país a la altura de la metrópoli: El gobierno otorgaba una concesión de luz a la sociedad anónima «Compañía Salteña de Alumbrado a Gas». Esta cubrió el capital inicial, instaló un pequeño gasómetro e hizo un ensayo de luz ya casi olvidado cuando en plena guerra europea, se exhumaron sus herrumbradas cañerías al renovarse el piso de la Plaza 33.
El 27 de octubre de 1891, se enuncia una conquista sensacional, al presentarse a la Junta Económico Administrativa, los señores Juan Toucón -concesionario de los servicios telefónicos locales y Aimé Pouyeaux -escribano francés residente en nuestro medio, que no había revalidado su título, por ser de temperamento más inclinado a las especulaciones industriales- solicitando privilegio para establecer el alumbrado eléctrico en Salto. El privilegio que se otorga, según la cláusula primera del contrato escriturado ante el escribano don Jaime M. Ylla, es por veinte años, «para el alumbrado a luz eléctrica en esta ciudad y Pueblo Nuevo» y «durante ese término no será permitida a ninguna otra empresa o particular establecer el alumbrado eléctrico». La escritura se autorizó el 17 de abril de 1893.
SINGULARES PREVISIONES- Hay una serie de previsiones interesantísimas, de las cuales la contenida en la cláusula undécima, resultará un tanto risueña a los salteños contemporáneos, pero que da idea acabada de las costumbres que imperaban… Veamos: «La empresa estará obligada a dar la luz en las vías públicas en todas las estaciones, con luna o sin ella, desde media hora después de poner el sol, hasta media hora antes de su salida». Los antiguos faroles se apagaban a la media noche y no se encendían en las noches de luna.
La Junta cedía en usufructo gratuito a la empresa, el terreno municipal ubicado en la manzana N° 25 ½, que hacía esquina a las calles Itapebí y Tres Cruces, para el establecimiento de la Usina de Luz Eléctrica. Es el mismo sitio donde se alzó primitivamente un amplio galpón reconstruido y modernizado por dos veces mientras duró la concesión (…) y donde estuvo emplazada la sede hasta que fue absorbida por el ente estatal que tanta fama háse ganado en nuestros tiempos por los apagones (…)
DON AGUSTÍN MAYMUS- El 3 de julio de 1902, la Junta, en virtud de los documentos presentados, reconoció como único y exclusivo dueño de concesión y privilegios de que fueran titulares Toucón y Pouyeaux, el señor José Pereira Fernández, tronco de esa prestigiosa familia española afincada en el solar salteño, que nos ha dado educadores prestigiosos y un escritor de la talla de José Pereira Rodriguez. Al año siguiente se hizo cargo absoluto de la empresa, don Agustin Maymús, que casi una década después la transfirió a la razón social Bart, Bier y Cia., que en realidad integraban 19 socios.
El privilegio terminaba en 1913. El 12 de mayo de 1908, el progresista Don Agustin Maymús, obtuvo la prórroga de la concesión, presentando una memoria amplísima, según la cual se invertiría para mejorar los servicios con moderna maquinaria, extensión de redes, etc., una suma extraordinaria para la época: $ 45.000.00. El presidente Williman ratificó previamente la prórroga de la concesión que se protocolizó ante el Esc. Don Manuel C. Jaccottet, que sería titular del Ejecutivo Comunal, pocos años más tarde.
LA U.T.E.- De este modo, la Usina debía pasar a explotación del Municipio, en 1928. Las arcas comunales, como siempre exiguas, no pudieron afrontar el difícil compromiso. Y fue la U.T.E. quien se hizo cargo de los servicios. Muy poco tiempo siguió funcionando en el viejo edificio de la calle 19 de Abril y Zorrilla de San Martín y por licitación pública se construyó el moderno y amplio local de Colón, a cargo de la empresa Diana y Lavacó, de la capital, que fue inaugurado el 30 de mayo de 1931. También la U. T. E. desechó los materiales anteriores, y se efectuaron cambios de instalaciones, maquinarias, redes, etc., lo que y se hacía avizorar a la industria y al hogar, un hermoso porvenir. Todo nuevecito como recién salido de fábrica tendría que andar muy bien. Pero apenas transcurridas dos décadas, la realidad es verdaderamente deplorable. Insuficiencias no previstas, apagones a la orden del día y tarifas exorbitantes…
DOS ANECDOTAS- Cuéntase que cuando se armaban las nuevas máquinas advirtióse la falta de un generador. El Ing. Grivot, que las dirigía, hacía abrir un cajón tras otro. Y no aparecía. Entonces el empresario telegrafió a la firma vendedora de Montevideo, que confirmó la omisión y anunció el envío. Grivot revisaba cajones de tamaño reducido mientras buscaba el generador. Con idea entonces, de que se trataba de algo pequeño, Don Agustin, trasladándose al puerto con el carro de don Manuel Deveza, para descargar del barco de Asquarone el esperado generador. Su sorpresa no tuvo límites, cuando se enfrentó a un voluminoso bulto, cuya altura superaba los dos metros. Y reflexionaba, en voz alta, como era su costumbre. «Qué clase de ingeniero es este Grivot», para responder enseguida: «Y bueno: ingeniero es todo aquel que se ingenia y a éste le viene bien el título, porque se está ingeniando para sacarme la plata…».
Habían pasado los años y los alemanes disfrutaban su concesión. Se proyectaba la tercera reforma del edificio. Y nos cuenta don Máximo Bruno que cuando la firma empresaria resolvió que en las reformas no se tocara el monograma que lucía en su frente esquinero el edificio sintió tan a lo hondo Don Agustín el homenaje, que rendíase a su esfuerzo de pionero, que no pudo ocultar dos sendas lágrimas que hicieron brillar más sus ojos de vivo mirar”. (Fragmentos de crónica firmada con las iniciales E.T. en El libro del Bicentenario, Salto, 1956).
JORGE PIGNATARO