Entramos en octubre, en pocos días se cumplirá un año del fallecimiento del escritor salteño Jorge Menoni, que residía en Holanda. En su Revista Ámsterdam Sur, Jorge brindaba generosamente espacio para que otros salteños publicaran sus creaciones. Recorriendo uno de sus últimos números, encontramos este cuento de Noelí Nicolasa Belzarena Testa, que hoy compartimos con los lectores de EL PUEBLO:

Nuevo hogar para la familia
Cuento infantil
Las vacaciones de semana Santa, las pasábamos siempre en el campo de los abuelos. Era un momento mágico, de reunión familiar.
Unos días antes, ya con el campo en la mente nuestro rendimiento escolar era bajo, pues nos estábamos preparando mentalmente para los días que vendrían.
En todo momento libre, mis hermanos y yo hacíamos listas, para no olvidar nada. Las mismas eran retocadas continuamente o vueltas a hacer. No podía faltar: cañas de pescar, juegos de mesa por si llovía, botas de montar, las cometas, libros y un sin fin de cosas útiles para pasar una semana grandiosa. Por fin llegó el viernes, la maestra vio que los niños estábamos inquietos. Todos o casi todos teníamos programa para la siguiente semana.
Por fin la clase terminó. Le dí un beso a la maestra y salí casi corriendo. En la puerta del colegio ya estaban mis hermanos esperándome. Nos fuimos sin perder más tiempo. Teníamos mucha tarea en casa.
Cuando estuvimos en casa, mamá se asombró por lo rápido que habíamos llegado y sonriendo dijo: – ¡como se nota que nos vamos de paseo! Espero que cada uno arregle sus cosas, luego yo verifico para que no falte nada.
Sábado ¡por fin! Nos levantamos todos sin necesidad de ser llamados varias veces como habitualmente ocurría en las mañanas. El día transcurrió agitado.
A la tarde partíamos.
Este era un día muy especial. Papá ya tenía cargada la camioneta con los comestibles, muchas botellas de agua mineral, las enormes bolsas con la típica galleta de campaña que mamá encargaba con anticipación en la panadería “La estrella”. Las verduras y frutas en enormes canastos de mimbre. También estaban los bolsos con la ropa y calzado de toda la familia.
Cuando todo estuvo cargado, nos apresuramos a subir, y nos acomodamos en el asiento trasero junto a nuestra mascota “Rulo”, el pequeño caniche.
Llegamos al campo al atardecer. Nos detuvimos un momento para ver los rojos y ocres del cielo que estábamos acostumbrados a observar en el litoral uruguayo. Siempre diferentes pero impactantes por su belleza.
Fue un momento mágico ante semejante regalo de la naturaleza. Lo disfrutamos al máximo hasta que las sombras de la noche cayeron definitivamente.
Nuestra madre había llevado la cena pronta, así que solo tuvimos que sacar la ropa de los bolsos y hacer las camas.
La casa estaba muy fría, encendimos la estufa y ayudamos a mamá a tender la mesa. Cenamos temprano y nos fuimos a dormir.
Al otro día nos levantamos al amanecer. Salimos con mi padre a recorrer el campo en la camioneta. Papá quería ir a ver dos tajamares nuevos que había construido en un potrero que no tenía aguadas naturales.
Nos acompañaba Serafín – el capataz – un hombre muy entendido en asuntos rurales. Nosotros íbamos en la caja de la camioneta, tan felices que no sentíamos el aire frío que nos golpeaba la cara y la hacía poner roja.
Cuando llegamos a los tajamares vimos con sorpresa que eran dos grandes lagunas que hasta hace unos meses no eran otra cosa que dos pozos secos. Ante nuestra sorpresa Serafín nos dijo que se habían llenado con agua de lluvia y que hasta tenían muchos peces, a lo que preguntamos a coro:
¿Cómo que hay peces? ¿como hicieron para llegar allí?
La naturaleza es sabia dijo Serafín, – pero no nos dio ninguna explicación. Nos bajamos todos de la camioneta. Mi padre y Serafín comenzaron a recorrer la orilla del tajamar grande, nosotros los seguíamos a corta distancia, haciendo sapitos en el agua con pequeñas piedras.
En un momento nos acercamos a mi padre y escuchamos que Serafín decía: Mire patrón, descubrí que en el tajamar se ha instalado una familia de nutrias que hacen hoyos y provocan pérdidas de agua importante. Si siguen allí éste tajamar no le va a dar resultado. Bueno…. Serafín, ¿Cómo cree que podemos solucionar esto?
Déjelo por mi cuenta, ya me encargaré de ellas de manera que no molesten más. Cuando escuchamos estas palabras pensamos lo peor. Creíamos que Serafín era una buena persona, nunca pensamos que sería capaz de exterminar a los pobre animalitos.
Pasamos la mañana muy pensativos, tanto que mamá se preocupó por nuestro comportamiento. Comenzamos a pensar en un plan para salvar a la familia de nutrias. Después del almuerzo nos reunimos a la sombra del enorme árbol que había al frente de la casa. Conversábamos en voz baja para que nadie sintiera que tramábamos algo. Luego de una extensa charla y frente a todas las posibilidades creímos que el plan de mi hermano mayor sería bueno.
Sabíamos que el mismo requería de sacrificio. Mi hermano menor sugería decirle a nuestro padre lo que íbamos a hacer. Finalmente lo decidimos por votación, y resolvimos por mayoría decirle a papá.
Esa noche, en la cena, lo hablamos, le dijimos que temíamos por lo que pudiera hacer Serafín, entonces papá decidió ayudarnos y agregó: Serafín no le va a hacer nada malo a las nutrias, tal vez piense cambiarlas de lugar.
A la mañana siguiente, cuando apenas se insinuaban las luces del alba, salimos en la camioneta. A pesar de estar muy abrigados el frío de la madrugada nos hizo tiritar. Llevábamos unas mantas, una linterna, un botellón de agua, un termo con café bien caliente y el mate para cebarle a papá. Tampoco faltó una bolsa grande con galleta de campaña, y un buen pedazo de queso. Debíamos tener provisiones pues la tarea nos podía llevar toda la mañana. Aprovechamos ese día porque Serafín debía ir a recorrer otra parte del campo, así nuestros movimientos no llamarían su atención.
Cuando llegamos al tajamar comenzamos a buscar el escondite de las nutrias. Recorrimos toda la orilla, hasta que encontramos a la madre saliendo de un gran hoyo en un lado del tajamar que se comunicaba con el otro más pequeño. Si,… efectivamente estos simpáticos animalitos terminarían por estropear todo.
Comenzamos a perseguirla, la agarramos enseguida, la subimos a la camioneta sujetándola para que no escapara. Con sorpresa descubrimos que estaba solo la hembra con sus crías en la madriguera. Los pequeños estaban en un lugar bien protegidos de los depredadores.
Con una rama larga y flexible comenzamos a buscar en el hueco. Luego de un largo rato de búsqueda, vimos salir a una pequeña y hermosa nutria. Un bellísimo animalito que tomamos cariñosamente entre nuestras manos. Lo pusimos junto a su madre, en el momento que mi hermano menor gritó:
¡Ahí viene otro!
Y así uno a unos fueron saliendo. Sacamos seis y pensando que era la última subimos todos a la caja de la camioneta, en el momento que veo salir otra, temblorosa y asustada. Corrimos a buscarla. Decidimos entonces esperar un rato y miramos dentro del hoyo alumbrando con la linterna para no dejar ninguno.
La nutria madre se quedó tranquila cuando tuvo a toda su prole reunida. Nosotros también nos habíamos sosegado, pues gran parte del plan rescate estaba realizado.
Cuando llegamos al arroyo, papá estacionó la camioneta en una bajada que conducía directamente al agua. La mañana avanzaba hacia el mediodía, el sol había comenzado a picar, nos protegimos con nuestros sombreros y comenzamos con la tarea de liberación. Liberamos primero a la madre para que ella luego pudiera acomodar correctamente a sus crías.
Culminada la tarea fue tan hermoso ver a la familia reunida en su nuevo hogar, protegida de Serafín que… vaya uno a saber qué hubiera hecho con ella. Regresamos a casa justo a la hora del almuerzo, felices con la misión cumplida. Mamá nos estaba esperando y al vernos a todos embarrados, nos preguntó:
¿Qué estuvieron haciendo que vienen tan sucios?
Buscando un nuevo hogar para las nutrias del tajamar.
