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sábado, 05 de octubre de 2024
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No vale jugar al teléfono descompuesto

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Eran unos cuantos los temas que me parecían interesantes para escribir hoy. Y además, sobre los que tenía ganas de escribir. Me decidí entonces por hacer una suerte de mixtura e ir hilvanando unos con otros, porque al fin de cuentas creo que están bastante ligados, más de lo que me pareció al principio.

Empiezo por decir que estos días, mi hermano Alejandro está paseando por varias ciudades de Italia. Y una de las cosas que le tocó vivir, fue darle la mano al Papa y decirle: “desde Uruguay”. Fue una cuestión de segundos por supuesto, entre una multitud de gente de todo el mundo que quería hacer lo mismo, así como entre un montón de personas dedicadas a la  seguridad del Santo Pontífice. Es lo que se estila -me explicaba-, ese es el protocolo. Saludar y tocar al Papa un segundo (con mucha suerte) es lo máximo a lo que puede aspirar una persona “común” que llega hasta ahí de visita. Este relato viene al caso, porque hace un tiempo, un político salteño promocionó una foto suya en la que se lo veía junto al Papa y el título que le agregó, con picardía sugería que había estado reunido con él. Nada más lejos de la verdad. Sucede que en ese segundo en que pudo saludarlo (como lo hizo Alejandro y tantos más), este político contaba con un fotógrafo apostado en una muy buena ubicación y preparado especialmente para captar la foto en el momento justo, en el segundo preciso.

Lo anterior es una muestra más de la distorsión a la que puede llevarse, si se quiere, una información. Siempre que conversamos con algún fotógrafo, sale el tema de cómo una fotografía ha prácticamente dejado de ser una prueba de algo, ya no es una prueba (irrefutable al menos) de nada. Antes, yo podía demostrar que había estado en determinado lugar o con determinada persona con solo mostrar la foto. Hoy ya no. Hoy puedo tomar una foto mía, otra de una personalidad cualquiera del mundo, y hay quienes saben (tecnología mediante) hacer un trabajo tan bueno que logran crear una en la que estemos juntos. Y de fondo, el paisaje que se quiera.

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Una razón más para decir: ¡Cuidado! Cuidado con lo que leemos y vemos sobre todo en redes sociales.

Cambio de tema, pero no tanto. La semana pasada se cumplió un año más de la muerte del Dr. Pablo Gaudin; como se recordará, asesinado de un balazo en Larrañaga casi Artigas en el amanecer del 11 de enero de 2009. Hubo quienes utilizaron las redes sociales para recordar el hecho. Y lo que más me llamó la atención fue la actitud de tanta gente de juzgar, juzgar y juzgar…a uno y otro, víctima y victimario. Pero además, una tendencia impresionante a querer rearmar la historia, daba la sensación que jugaban a cuál sabía más el porqué de ese desenlace, lo que derivó (como era de imaginarse) a que hubiera mil y una versiones distintas. Imposible no acordarme de la novela “Los adioses”, de Juan Carlos Onetti. Se narra en ella que un hombre muy solitario y misterioso llega a un pueblo para tratarse de tuberculosis en un centro médico del lugar; y recibe con frecuencia cartas de dos mujeres; las cartas llegan al almacén que funciona como correo donde siempre hay parroquianos acodados al mostrador, de esos que pretenden arreglar el mundo. Todo el pueblo especula de todo, desde el bolichero, todos dicen de todo. Especulan de quién serán las cartas, por qué la de una mujer viene a máquina y la de la otra manuscrita, qué dirán, etc. Es decir, rearman una vida en función de lo que imaginan y suponen. Hasta llega un momento en que al hombre, con aspecto cada vez más enfermizo, se lo ve caminar del brazo de una joven y más de uno afirma que “seguro es la amante”; resulta que era la hija.

Volviendo al episodio del médico asesinado en Salto, agrego que el jueves de la semana pasada inicié mi programa radial leyendo una crónica de ese hecho, que extraje de Diario El Pueblo. Era una crónica que simplemente describía los hechos, además de enfatizar en que había sido un ejemplo extremo de cómo puede terminar una mala relación entre un profesional y un paciente. Quiero decir, la crónica no daba ninguna opinión. Sin embargo, inmediatamente no dejaban de llegar a la radio mensajes y llamadas con opiniones de los oyentes que juzgaban duramente a uno y otro de los involucrados. ¡Y eso que el victimario también ya está muerto! Imagínese usted las redes sociales, que como decimos siempre, suelen ser el terreno más fértil para todo esto.

Y entonces vuelvo a cambiar de tema, pero otra vez, no tanto. Sigo insistiendo en que el común de la gente tiene la mala costumbre de guiarse por cosas que no siempre son seguras, y de llegar a afirmar datos que no hay seguridad que sean así. En página 3 del sábado último, EL PUEBLO publicó una breve opinión de mi autoría que provocó que mucha gente me escribiera o llamara luego para darme más ejemplos. Es decir, estaban de acuerdo con lo que planteaba y sumaban casos. Recordemos que la nota decía:

“Estos días, por diferentes circunstancias que ahora no vienen al caso, estuve otra vez bastante cerca de la investigación sobre la desaparición de Gonzalo Barboza, visto por última vez hace más de un año y que, dicho sea de paso, ayer fue su cumpleaños. Y comprobé una vez más la cantidad de gente que, como se dice popularmente, “habla por hablar”, o “solo porque tiene boca”. Sobre este caso, hay quienes dicen saber muchas cosas, y lo dicen con gran seguridad. Sin embargo, al momento de brindar una declaración formal, dan un paso atrás, empiezan los titubeos, y lo que parecían tener como certeza se desvanece de inmediato. Lamentablemente, estas actitudes son muy, pero muy frecuentes. Nos pasa a quienes trabajamos en medios de comunicación que hay gente que nos dice sobre determinado tema: “tengo tal dato (incluso con nombre y apellido), dígalo nomás”. Pero uno le pide hacerle una entrevista para que lo diga él o ella directamente, y enseguida viene el típico: “No, mejor dejá, capaz me meto en líos”. ¿Entonces? ¿Quiere que me meta en problemas yo? ¿O acaso no es tan seguro lo que me dice que es seguro? Mi padre, Maestro jubilado como Inspector de Primaria, cuenta que varias veces ante determinado problema en alguna escuela que daba que comentar de todo a todo el mundo, él iba (máquina de escribir en mano) a iniciar una investigación, por lo que debía tomar declaraciones (con la formalidad correspondiente) a esas personas que tanto hablaban. Pues, ante una autoridad y una máquina que registraría todo lo dicho, muy pocos hablaban. Volviendo al tema de Gonzalo, también ocurre. Que lo vi allí, que pasó por allá, que hay que buscarlo más acá, que venía de ese lado…etc, etc. Pero cuando hay que dar certezas, estas se esfuman. Señores, con estas cosas no se juega. Hablemos, declaremos sin miedo, pero cuando tengamos algo seguro. Más incertidumbre nada aporta”.

Ahora agrego yo algunas cosas. Un policía de Investigaciones nos contaba el siguiente caso. Hace unos años, acá en Salto había desaparecido una mujer. Otra mujer prestó declaraciones: aseguró (con la mayor firmeza que se puede tener) que la había visto subir al ómnibus línea 7 cerca de Barrio Artigas, a tal hora, que vestía de tal manera, y que “seguro iba a la casa de….”. Medio día pasó la Policía haciendo un trabajo minucioso de seguimiento del ómnibus mediante registro de cámaras. Resulta que la mujer desaparecida, estaba muerta desde varias horas antes del momento en que supuestamente había subido al ómnibus. Se perdió medio día de trabajo de varias personas, y en momentos claves de la búsqueda. ¿Se entiende al grado que puede afectar una información mal dada, un dato aportado como cierto sin tener la seguridad que sea así?

En definitiva, la sociedad funcionaría mejor, si todos actuáramos con más responsabilidad. En todo sentido, por supuesto. Pero de lo que hablamos hoy es de actuar con responsabilidad al momento de afirmar algo (hay que hacerlo donde y cuando corresponda), de asegurarnos de algo (y no dar por cierto solo especulaciones), al momento también de difundir algo y más aún de repetirlo (acuérdese que hasta una foto puede encerrar una mentira)…Y así podríamos seguir.

Son cosas serias. No cabe en ellas jugar al teléfono descompuesto.

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