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martes, julio 15, 2025
Columnas De Opinión
Alejandro Irache
Alejandro Irache
Licenciado en Psicología por la Universidad de la República(UDELAR). Habilitado por el Ministerio de Salud Pública (MSP). Atiendo a adolescentes y adultos, con foco en procesos de angustia, depresión y crisisexistenciales. He complementado mi formación con estudios en psicología laboral, selección de personal IT, psicología del deporte y salud mental grave,realizados en la Universidad de Palermo y en el Centro Ulloa (2024).

Multitasking: entre la ilusión de eficiencia y la pérdida de profundidad

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El mito del multitasking ha tejido, en nuestro imaginario colectivo, una fascinante historia de prodigiosa productividad: nos vemos a nosotros mismos como equilibristas hábiles, realizando malabares mentales con llamadas, correos, tareas del hogar, mensajes de texto… y sin embargo, la ciencia cognitiva nos revela una verdad mucho más humilde y profunda: no somos capaces de atender dos procesos complejos a la vez, sino que saltamos ágilmente de un foco a otro, pagando un peaje insospechado en términos de eficiencia, creatividad y bienestar interior.


Lo que de verdad sucede en tu cerebro

Desde la perspectiva del cerebro, lo que denominamos “multitasking” no es sino una ilusión forjada en la rapidez de nuestro cambio atencional. En lugar de distribuir equitativamente nuestros recursos mentales, lo que acontece es un tránsito vertiginoso entre tareas, un vaivén neurótico que agota innecesariamente nuestra capacidad de concentración. Esta alternancia, tan frecuente como imperceptible, desencadena lo que los neurocientíficos llaman coste de conmutación: cada vez que pasamos de una actividad a otra, el cerebro invierte un breve pero sustancial lapso en reconfigurar sus redes de procesamiento, como un director de orquesta que detiene y reinicia la partitura una y otra vez.

Imaginemos por un instante un pianista que, en lugar de interpretar una obra completa, interrumpe la sonata cada diez compases para ensayar un preludio distinto. Aunque sus manos sigan moviéndose con destreza, la pieza pierde su línea melódica y se diluye en fragmentos desarticulados. De igual manera, nuestro pensamiento, al fragmentarse, deja de ser una experiencia fluida y profunda: se convierte en un mosaico de instantes desconectados, donde cada fragmento exige un reajuste mental que consume energía y reduce nuestra claridad de ideas.

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Más lento, más errores, más cansancio

El precio cognitivo de este vaivén se refleja en la ralentización de la ejecución: estudios muestran que el tiempo total para terminar dos tareas simultáneas supera con creces la suma de los tiempos que llevaría realizarlas por separado, de manera secuencial. Además, la tasa de errores se dispara, puesto que la atención dividida distorsiona nuestra percepción de los detalles y embrutece nuestra capacidad de autocorrección. En el terreno laboral, esto no solo repercute en la productividad, sino también en la calidad del trabajo: redactamos correos con faltas de ortografía, pasamos por alto datos cruciales en un informe, o enviamos mensajes equivocados, todo en aras de esa vana aspiración de ser omnipresentes.

El precio emocional de la fragmentación

Pero el impacto del mito del multitasking trasciende la mera eficiencia. Existe una dimensión emocional y existencial que conlleva consecuencias más sutiles: la sensación de fatiga mental, la ansiedad por la sobrecarga informativa y la dificultad para disfrutar plenamente del presente. Al fragmentar nuestra atención, nos alejamos de la experiencia contemplativa, de la capacidad de sumergirnos en un pensamiento profundo o en una actividad creativa que requiere inmersión total. El placer de la concentración pierde su espacio vital y con él, nuestra conexión interna con la tarea que nos enajena.

Asimismo, esta danza frenética de enfoque inestable se refleja en nuestras relaciones: tendemos a interrumpir conversaciones para contestar notificaciones; dialogar y teclear se convierten en actos solapados, donde cada palabra pronunciada es una semi-palabra, cada mirada un fragmento de ícono luminoso en la pantalla del móvil. Así, el otro se convierte en mero decorado de nuestra incesante coreografía cognitiva, y el vínculo humano se diluye en un espejismo de atención parcial.

El poder de hacer una sola cosa

Para resignificar nuestro modo de habitar la atención, es preciso reconocer que el cerebro humano es, por su propia naturaleza, un órgano secuencial. Su maestría reside en la profundidad, no en la simultaneidad. Cuando permitimos que una tarea absorba nuestra atención de forma sostenida, se despliegan procesos de pensamiento de mayor alcance: la memoria de trabajo se estabiliza, los circuitos neuronales asociados a la creatividad y la resolución de problemas potencian su interacción, y emerge un estado de flujo, esa sensación de armonía donde el tiempo parece dilatarse y las ideas brotan con espontaneidad.

La clave, entonces, está en cultivar la atención plena, en restituir al silencio el espacio que merece. Podemos comenzar con prácticas sencillas: asignar bloques de tiempo dedicados exclusivamente a una tarea, sin interrupciones; silenciar notificaciones superfluas; o establecer pausas regulares para que la mente respire y haga recuento de sus propios procesos. Estas medidas, aunque parezcan modestas, funcionan como rituales de reencuentro con nuestra capacidad atencional: al honrar la continuidad de la experiencia, reducimos el coste de conmutación y recuperamos el sentido de integridad cognitiva.

Una forma de libertad interior

Desde la psicología existencialista, vaciar la atención del ruido constante equivale a recuperar la responsabilidad sobre nuestro mundo interno. Cada vez que reclamamos el derecho a la focalización plena, afirmamos que somos sujetos conscientes, capaces de elegir dónde depositar nuestra energía mental. En este acto reside una forma de libertad: la libertad de ser dueños de nuestro proceso creativo, de nutrir pensamientos profundos y de experimentar el goce de la dedicación total.

Además, restablecer la primacía de la atención secuencial favorece nuestra salud mental: disminuye la percepción de estrés, fortalece la autoestima —al percibir resultados más coherentes y satisfactorios— y propicia estados de calma reflexiva. La introspección, nutrida por la continuidad atencional, nos conduce a una mejor gestión emocional, puesto que somos capaces de observar con más nitidez nuestras reacciones internas ante los estímulos externos.

Estrategias para recuperar la atención plena

Por último, para que este cambio de paradigma prospere en lo cotidiano, conviene adoptar estrategias prácticas que sostengan la disciplina atencional:

1️⃣ Planificación intencional: elaborar listas de tareas ordenadas por prioridad y dedicar tiempos específicos a cada una, evitando la tentación de solaparlas.

2️⃣ Descanso cognitivo: integrar breves pausas de desconexión —incluso de pocos minutos— para que el cerebro procese y consolide la información.

3️⃣ Rituales de transición: antes de cambiar de actividad, realizar una breve pausa consciente —una inspiración profunda, un estiramiento— para marcar el cierre de un ciclo y el inicio de otro.

4️⃣ Entornos libres de distracciones: crear espacios físicos y digitales donde las interrupciones queden minimizadas: modo “no molestar”, aplicaciones de bloqueo temporal, jornadas sin pantallas.

5️⃣ Entrenamiento atencional: incorporar ejercicios de mindfulness o meditación focalizada que fortalezcan nuestra capacidad de mantener la atención en un solo objeto durante períodos prolongados.

Al adoptar estas prácticas, interceptamos el impulso compulsivo de saludar cada notificación y recuperamos la serenidad mental. El cerebro, liberado de la exigencia de cambiar constantemente de tarea, despliega todo su potencial creativo y analítico en cada proyecto, en cada relación interpersonal, en cada lectura profunda. Así, la ilusión del multitasking se desvanece, y emerge en su lugar una atención plena, rica en significado y en posibilidades de trascendencia.

Presencia: el arte perdido de este tiempo

En definitiva, la magia no está en hacer mil cosas al mismo tiempo, sino en hacer cada cosa con la totalidad de nuestra presencia. El verdadero arte de la productividad —y de la vida misma— reside en entregarnos enteros a cada instante, permitiendo que la profundidad de nuestra atención se convierta en el eje de una experiencia más auténtica, más creativa y, sobre todo, más humana.


Recursos adicionales

📘 Libro recomendado; La mente distraída: cerebros ancestrales en un mundo de alta tecnología – Adam Gazzaley y Larry Rosen. Una obra que explica por qué nuestro cerebro no está diseñado para el multitasking y ofrece estrategias prácticas para equilibrar tecnología y atención plena.

📺 Documentales; Multitarea: ¿Cuánto podemos hacer simultáneamente? (Alemania, 2021) – Un documental que expone el mito de la multitarea mostrando cómo impacta en nuestro cerebro, desempeño y salud.

🎬 Películas; La mente, en pocas palabras, episodio “Cómo concentrarse” – Serie documental de Netflix que desglosa los desafíos contemporáneos de la atención.

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