Morís en la capital

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    4La odisea que se debe pasar para hacer un trámite en el sistema burocrático uruguayo es tremendo. Entre largas filas, sellados, timbres, ascensores que subir y bajar, funcionarios que no atienden y otros menesteres así estamos.

    a situación me hace acordar al eximio cantor popular uruguayo, Pablo Estramín, cuando entonaba con tanta veracidad como firmeza la canción “Morís en la capital”.

    Es que la odisea por la que tiene que atravesar un “contribuyente”, nominación que suena hasta elegante si se quiere, para poder regularizar un trámite o una situación personal ante un organismo del Estado y ser considerado un ciudadano responsable, es de no creer.
    Máxime si esa entidad con la cual se tiene la quijotesca intención de quedar al día y sentirse un buen contribuyente de este país, algo que debe operar como una obligación moral, es nada y nada menos que la Dirección General Impositiva (DGI).
    Pero el hecho es que tamaña institución, con tanto engranaje burocrático que asustaría hasta a Goliat, posee además severas desinteligencias que recaen en quienes concurren a poder arreglar su situación.
    En el presente informe de EL PUEBLO, desnudamos algunas de las situaciones que han debido padecer las personas que ingresan a esa maraña burocrática tan enorme como su propio edificio que la sustenta en su sede central y con suerte, salen teniendo alguna idea de la tormenta que deberán soportar por varios meses, hasta ver algún atisbo de solución al planteamiento de sus problemas.
    ………………

    Liliana Castro Automóviles

    ¿Qué le pasa al Estado?

    El Estado debería hacer lo posible para que no se lo siga criticando por su pésimo funcionamiento. Esa debería ser al menos una de las premisas que las autoridades de las entidades y organismos públicos de este país, deberían empezar a manejar si es que se quiere empezar a funcionar de manera más o menos regular.
    Pero al parecer se trata de una cuestión que pasa por un cambio de mentalidad del manejo de la cosa pública. Donde lo ideal sería que el pensamiento de los funcionarios pasara porque como ellos trabajan para una institución del Estado, que es de todos los uruguayos y que gracias a los contribuyentes de este país cobran su salario, la idea fuerza tendría que ser la de ayudemos a la gente a resolver sus problemas y hacer que todos paguemos nuestros impuestos como corresponde. Ya que cuando ingresa a esa sede se encuentra con un gran cartel que reza: “Cuantos más paguemos, todos pagaremos menos”.
    Y no hacer todo lo contrario como realmente ocurre, como es el hecho de borrar de un plumazo todo esto y seguir cargándole las tintas a la gente poniendo más obs-
    táculos que impidan cumplir con las obligaciones que tenemos como ciudadanos.
    En ese sentido, daremos a conocer una situación como la que según pudo saber este diario, ocurren cotidianamente en el epicentro de la recaudación de impuestos de este país.
    Uno de los casos más emblemáticos con los que nos encontramos es el de un hombre, el cual llegaba desde el interior del país para poder regularizar un trámite, porque debido a haber ganado una licitación abreviada se le concedió la explotación de un parador en la localidad de Durazno.
    El sujeto llegó cansado y bastante hastiado por sexta vez en dos semanas hasta el quinto piso del edificio central de la DGI en Montevideo, ubicada en el centro de la capital, donde esperaba una vez más comenzar con la realización de los convenios de adeudos y por consiguiente con la regularización de los trámites respectivos.
    Para ello incluso, debió contratar a un contador público de Montevideo, ya que esto le facilitaría las gestiones que deberían hacerse en ese lugar antes de estar viajando tanto.
    Es que el hombre ya llegaba embroncado porque todas las veces que realizó el viaje desde su localidad natal y tras recorrer kilómetros y kilómetros en su auto particular gastando, luego de subir otra vez en esos lentos ascensores hasta la sección pertinente, chocándose con centenares de otros contribuyentes (como lo llaman a uno en la DGI, donde al parecer perdemos la calidad de ciudadanos y pasamos ser tales) los que como él hacen catarsis entre sí, contándose cuales son los inconvenientes a los que se enfrentan para poder resolver sus asuntos y se consuelan midiendo el nivel de las peripecias que deben sortear.
    Se llama Gustavo y tiene unos cuarenta y pico largo de edad. “Podes creer que una vez que gané la licitación apronté todo. Contraté al personal, me puse a decorar el lugar, anoté a todos en el BPS, compré los elementos necesarios como para empezar a laburar y cuando quise acordar, me dijeron que debía esperar cerca de tres meses hasta que el Tribunal de Cuentas de la República se expidiera sobre mi licitación. Yo no lo podía creer. Le pregunté porqué demorarían tanto y me contestaron que la licitación a la que yo me había presentado corría con el mismo régimen jurídico que la del Hotel Casino Carrasco que es un monstruo de grande, pero que ellos iban a comparar que estuviera todo en regla, midiendo una con otra. Me quería morir”, remató Gustavo.
    “Ya no podía echar para atrás porque el personal ya estaba contratado y con los aportes en la mano. Y bueno me la tuve que bancar porque si abría antes de tiempo, lo único que podía pasar era que me encajaran una sanción y no me dejaran empezar a trabajar”, aseguró.
    Desde que se expidió el Tribunal de Cuentas de la República, a Gustavo lo tienen trancado con sus trámites en la DGI. “Tengo un socio y estamos poniendo al día los papeles de una sociedad anónima, pero lo que cuesta hacer eso no es dinero sino burocracia y falta de eficiencia, en dos semanas ya entré seis veces a este piso y no me han solucionado nada”, comentó.

    ………….

    “Vayan para
    atrás por favor”

    Pero la escena que se dibujaba en el quinto piso de la DGI hacía recordar aquel sketch en el que el comediante argentino Antonio Gasalla imitaba a una funcionaria pública, que acodada en el mostrador no atendía a nadie, se limaba las uñas y no permitía que la inquirieran sobre tema alguno.
    El jueves el paro de actividades demostró una vez más una situación irregular. La gente se amontonaba sobre los mostradores, puesto que los funcionarios se encontraban sentados en sus respectivos despachos. La mayoría estaba almorzando o atendiendo sus teléfonos celulares, pero nadie atendía.
    Por allá una voz se alzó y dijo “estamos de paro, es hasta las dos (de la tarde) vengan a esa hora porque después continuamos trabajando en horario normal (hasta las cuatro de la tarde)”.
    Allí saltaron varias voces pidiendo hablar con un encargado y entre ellos se escuchaba el susurro de Gustavo “no puede ser, otra vez el paro. Y ahora ¿Cuándo me van a atender?”.
    El hombre ya había pasado por esa misma situación una semana atrás cuando había ido a entregar un formulario que le habían solicitado pero con la firma de un escribano. En ese momento antes de llamarlo por el número correspondiente a su orden de llegada alguien se levantó y dirigiéndose a todos les dijo que desde ese momento los funcionarios de la DGI habían entrado en paro.
    “Literalmente nos echó. Nos dijo que habían entrado en el paro. Yo le expliqué que venía de Durazno exclusivamente a entregar el certificado que me habían pedido que llevara y nada más, que para eso había viajado 200 kilómetros. Que por lo menos me lo aceptara. Pero el funcionario me dijo que él no podía hacer eso porque estaba rigiendo el paro y nadie se lo iba a firmar ni sellar como entregado, que me fuera y volviera otro día, es de locos”, expresó.

    ………………

    “Si fuéramos
    como Chile”

    De inmediato, entre las versiones que se escuchaban sobre los distintos avatares por los que estaban atravesando los presentes. El duraznense sacó a relucir su experiencia en el extranjero.
    “Yo estuve de vacaciones con mi familia en Chile una semana.
    Allí aproveché para regularizar unos papeles, ya que con mi socio teníamos un negocio en ese país. Fui hasta la recaudadora de impuestos, la similar de la DGI en Uruguay pero de Chile, y no podía creer el sistema de atención que tenían, eran geniales”, les decía a los presentes, algo que operaba entre una suerte de consuelo para hacer pasar rápido la hora, pero a su vez generaba cierto recelo del público hacia el denostado sistema local.
    “En cada mostrador hay un cartel donde dice “Gracias a Usted Yo Cobro Mi Salario”.
    Yo no lo podía creer, era una manera de sentirse obligados a prestarnos un mejor servicio porque me explicaron que un contribuyente en ese país, es símbolo de buen ciudadano y eso es bien pagado por el Estado. A mí me atendieron de maravillas. Me hicieron los papeles en 24 horas.
    Y hasta me explicaron detalladamente cuales eran los pasos siguientes y el nombre de las personas con las que debía hablar.
    Un sistema coherente de primera línea”, congratulaba Gustavo a los chilenos.
    “Quizás esa deba ser el sentimiento que tiene que operar en nuestro Uruguay, no el aprovechamiento de ser un funcionario público que porque están asegurados, se quedan tranquilos y la productividad no se mide en lo más mínimo.
    Porque tendrían que trabajar el doble sabiendo que lo hacen para toda la población, que en definitiva es la que le paga el sueldo”, se quejó.
    ………………..

    “Del quinto al subsuelo y así se van las horas”

    La falta de concatenación del sistema burocrático también perjudicó a otros que habían llegado desde el interior. Ya que si bien en sus respectivos lugares existía una sede departamental de la DGI, no podían celebrar sus trámites en esas oficinas.
    Una mujer había llegado a las 9 de la mañana, media hora antes de que el edificio abriera sus puertas. Es oriunda de Melo (Cerro Largo) y de allí se vino en ómnibus. Heredó una casa, tenía que pagar un impuesto sucesorio (ITP) y luego realizar un trámite ante la Intendencia.
    El hecho es que el bien inmueble está ubicado en Montevideo y en la ciudad donde reside, solamente se limitaron a decirle que tenía que ir a la capital para concretar los trámites.
    “Pero me hicieron subir del subsuelo al quinto piso, de allí a otro más abajo, y luego de estar media hora en ese lugar, se rectificaron y me volvieron a pedir que subiera al quinto, y acá estoy. Ya van dos horas porque llegué y estaban de paro, pero para no caminar por las calles me quedé esperando. Ahora me volvieron a pedir que baje al subsuelo y vaya a la sección que me corresponde y saque número para hablar con la escribana, ya no sé más qué hacer”, narró Sara, una melense ya entrada en años que no iba por primera vez a hacer un trámite.
    El problema que se le presenta a la gente del interior que concurre a hacer un trámite ante las instituciones públicas cuyo funcionamiento es sumamente complejo, poseen un sistema con falta de concatenación y mantienen uno de los bastiones de la burocracia del país, solamente genera problemas que se suman a los que ya plantean los usuarios.
    Si a esto le sumamos la existencia de mecanismos de trabajo que ocasionan un conflicto mayor al ya planteado por la complejidad de los asuntos que allí se tratan, sustentados por una mentalidad que se ve como favorecida por el status de ser funcionario público, en vez de que esto implique un compromiso de tener un mejor desempeño para favorecer a la población, las situaciones no solo seguirán siendo complejas sino que tenderán a agravarse.
    Y encima quienes debemos viajar desde el interior del país para poder realizar un trámite seguiremos siendo los más perjudicados, y olvidados de siempre. Y continuaremos eternamente teniendo que (tal como lo decía Estramín) “morir en la capital”.

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