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miércoles, agosto 27, 2025

Matrimonio Igualitario

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Diario EL PUEBLO digital
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Hace pocos días se aprobó en nuestro país el Matrimonio Igualitario y hoy es Ley. Sin dudas no fue ajeno a las polémicas suscitadas, no faltó la opinión de destacados especialistas del Derecho y de la Iglesia Católica. Los principales referentes de esta Iglesia se pronunciaron claramente en contra y pidieron a los legisladores católicos que no votaran. Mientras que evangélicos sostienen que el matrimonio igualitario tiene reconocimiento bíblico y por tal motivo no se oponen. Hay mucho para hablar de esto y gastaríamos un río de tinta.
Uruguay pasó a ser el Segundo país de América Latina en adoptar este tipo de unión.
Voy a realizar unas reflexiones personales sobre esa nueva Ley que en pocos días entrará en vigencia.
Me parece un tema realmente trascendente en cuanto afecta sentimientos, instituciones y conceptos o escala de valores establecidos, sobre el que todos debiéramos expresarnos sin prejuicios, pero también sin temores a presiones de ningún tipo.
Si fuera legislador jamás acompañaría ningún proyecto que pretenda amparar relaciones homosexuales bajo el manto milenario del término «Matrimonio».
Y esto no significa ningún juicio sobre la relación homosexual. No es el tema central  analizar su naturaleza, sus consecuencias ni su incidencia en el relacionamiento social, y ni siquiera valorar sobre la justicia o injusticia de atribuirle beneficios, cargas, ni derechos ni obligaciones que de ella puedan surgir.
Se trata exclusivamente de entender que relaciones de esa naturaleza, aún generando reconocimientos y derechos de la más amplia diversidad, no pueden asimilarse, compararse o protegerse dentro del término Matrimonio.
Y no se trata de un simplismo semántico. Es mucho más profundo.
La institución matrimonial, de raíces milenarias, muy anteriores por supuesto a nuestra civilización cristiana, ha sido siempre pilar fundamental del concepto «Familia».
Bajo este manto el hombre ha desarrollado su función reproductiva, sustentado las bases de su organización social, defendido el entramado de afectos creados por el vínculo sanguíneo y contingentando la educación en aquellos valores en los que creía.
Y es obvio que el término Matrimonio solo podía aplicarse a la unión del hombre y la mujer, de los que emergerían las figuras de padre y madre, reconocidas en todas las civilizaciones y culturas como la estructura primaria y básica, la esencia misma de todo desarrollo humano.
Tanto el varón como la mujer son parte esencial en la constitución del matrimonio. Ambos, como también las funciones que les identifican, son insustituibles en esa estructura social, al punto que sin uno de ellos la institución carece de existencia, desaparece.
La pretensión de rotular como matrimonio una unión homosexual atenta contra las bases mismas de la institución, no puede modificar la naturaleza de esa unión y solo pretende confundir creando seudo – identificaciones sin sustento alguno.
En nuestro país la unión homosexual acordada tiene su reconocimiento jurídico como unión civil, con sus correspondientes derechos y obligaciones recíprocos.
Podrán ser éstos considerados suficientes o no, podrá entenderse que la regulación jurídica vigente debe complementarse con el otorgamiento de otros, pero lo que no puede hacerse es asimilársele a una institución con perfiles unánimemente definidos durante siglos y siglos que presupone exactamente lo contrario a la homosexualidad.
Esta posición no pretende otra cosa que preservar una institución como el Matrimonio que en su esencia exige la heterosexualidad.
El Dr. Jorge Bartesagui, correligionario editorialista del quincenario «La Democracia» con textuales palabras expresa: «que nadie vea en ella homofobia de especie alguna. No la hay. Nuestro espíritu naturalmente liberal, y la muy alta consideración que tenemos a su esencia, el principio de libertad, nos imponen aceptar el libre albedrío de quienes adoptan opciones de vida diferentes a las nuestras». Impecable lo que dice.
Por tanto como ciudadano, según mis convicciones no estoy de acuerdo con tal Matrimonio por lo ya expuesto; pero mi oposición a la presente ley no implica valoración alguna sobre la unión homosexual en sí misma, ni sobre los colectivos que las representan. Tampoco sobre los derechos y obligaciones que se pretendan emergentes de esas relaciones.
Considero que no es correcta, es totalmente fuera de lugar la inserción de esta figura (matrimonio igualitario) dentro de una institución que en su esencia es absolutamente contraria por cuanto exige la heterosexualidad como su sustento básico.
Es simplemente mi humilde opinión con mi posición. Esa nueva figura tiene naturaleza jurídica de cualquier cosa, menos de Matrimonio porque este instituto milenario está consagrado por la unión compuesta por varón y mujer.

Hace pocos días se aprobó en nuestro país el Matrimonio Igualitario y hoy es Ley. Sin dudas no fue ajeno a las polémicas suscitadas, no faltó la opinión de destacados especialistas del Derecho y de la Iglesia Católica. Los principales referentes de esta Iglesia se pronunciaron claramente en contra y pidieron a los legisladores católicos que no votaran. Mientras que evangélicos sostienen que el matrimonio igualitario tiene reconocimiento bíblico y por tal motivo no se oponen. Hay mucho para hablar de esto y gastaríamos un río de tinta.

Uruguay pasó a ser el Segundo país de América Latina en adoptar este tipo de unión.

Voy a realizar unas reflexiones personales sobre esa nueva Ley que en pocos días entrará en vigencia.

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Me parece un tema realmente trascendente en cuanto afecta sentimientos, instituciones y conceptos o escala de valores establecidos, sobre el que todos debiéramos expresarnos sin prejuicios, pero también sin temores a presiones de ningún tipo.

Si fuera legislador jamás acompañaría ningún proyecto que pretenda amparar relaciones homosexuales bajo el manto milenario del término «Matrimonio».

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Y esto no significa ningún juicio sobre la relación homosexual. No es el tema central  analizar su naturaleza, sus consecuencias ni su incidencia en el relacionamiento social, y ni siquiera valorar sobre la justicia o injusticia de atribuirle beneficios, cargas, ni derechos ni obligaciones que de ella puedan surgir.

Se trata exclusivamente de entender que relaciones de esa naturaleza, aún generando reconocimientos y derechos de la más amplia diversidad, no pueden asimilarse, compararse o protegerse dentro del término Matrimonio.

Y no se trata de un simplismo semántico. Es mucho más profundo.

La institución matrimonial, de raíces milenarias, muy anteriores por supuesto a nuestra civilización cristiana, ha sido siempre pilar fundamental del concepto «Familia».

Bajo este manto el hombre ha desarrollado su función reproductiva, sustentado las bases de su organización social, defendido el entramado de afectos creados por el vínculo sanguíneo y contingentando la educación en aquellos valores en los que creía.

Y es obvio que el término Matrimonio solo podía aplicarse a la unión del hombre y la mujer, de los que emergerían las figuras de padre y madre, reconocidas en todas las civilizaciones y culturas como la estructura primaria y básica, la esencia misma de todo desarrollo humano.

Tanto el varón como la mujer son parte esencial en la constitución del matrimonio. Ambos, como también las funciones que les identifican, son insustituibles en esa estructura social, al punto que sin uno de ellos la institución carece de existencia, desaparece.

La pretensión de rotular como matrimonio una unión homosexual atenta contra las bases mismas de la institución, no puede modificar la naturaleza de esa unión y solo pretende confundir creando seudo – identificaciones sin sustento alguno.

En nuestro país la unión homosexual acordada tiene su reconocimiento jurídico como unión civil, con sus correspondientes derechos y obligaciones recíprocos.

Podrán ser éstos considerados suficientes o no, podrá entenderse que la regulación jurídica vigente debe complementarse con el otorgamiento de otros, pero lo que no puede hacerse es asimilársele a una institución con perfiles unánimemente definidos durante siglos y siglos que presupone exactamente lo contrario a la homosexualidad.

Esta posición no pretende otra cosa que preservar una institución como el Matrimonio que en su esencia exige la heterosexualidad.

El Dr. Jorge Bartesagui, correligionario editorialista del quincenario «La Democracia» con textuales palabras expresa: «que nadie vea en ella homofobia de especie alguna. No la hay. Nuestro espíritu naturalmente liberal, y la muy alta consideración que tenemos a su esencia, el principio de libertad, nos imponen aceptar el libre albedrío de quienes adoptan opciones de vida diferentes a las nuestras». Impecable lo que dice.

Por tanto como ciudadano, según mis convicciones no estoy de acuerdo con tal Matrimonio por lo ya expuesto; pero mi oposición a la presente ley no implica valoración alguna sobre la unión homosexual en sí misma, ni sobre los colectivos que las representan. Tampoco sobre los derechos y obligaciones que se pretendan emergentes de esas relaciones.

Considero que no es correcta, es totalmente fuera de lugar la inserción de esta figura (matrimonio igualitario) dentro de una institución que en su esencia es absolutamente contraria por cuanto exige la heterosexualidad como su sustento básico.

Es simplemente mi humilde opinión con mi posición. Esa nueva figura tiene naturaleza jurídica de cualquier cosa, menos de Matrimonio porque este instituto milenario está consagrado por la unión compuesta por varón y mujer.

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