1918 – 2018
Este año se cumple el centenario de la aparición de Cuentos de la Selva, uno de los más importantes libros para niños que ha dado la literatura universal. Y lo escribió un uruguayo, un salteño, Horacio Quiroga, por supuesto. Cien años después, hay que decir no sólo que su trascendencia y vigencia en el mundo son notorias, sino que crecen constantemente con nuevas ediciones y traducciones. Esto, pese a que el autor murió hace más de ochenta años, es decir: hace más de ochenta años que no está entre nosotros para recorrer lugares mostrándose y mostrando sus cuentos; aunque si estuviera, seguro que por dignidad (quizás el mismo sentimiento que lo llevó al suicidio), jamás hubiera salido a promocionarse y alabarse a sí mismo, menos aún, por ejemplo, a defender sus propios méritos para determinado premio (a propósito, ¿cuántos recibió en su vida?), pues, por el contrario, desde el aislamiento que la selva le permitía y como creador puro y auténtico, vivió sin interés en la fama y el reconocimiento que sin embargo su obra iba adquiriendo. Hoy EL PUEBLO lo homenajea con algunos fragmentos del libro “Encuentro con Quiroga” (1994), de uno de sus principales estudiosos y también salteño, Leonardo Garet. Allí, un capítulo enteramente dedicado a Cuentos de la Selva, alterna palabras de Garet con las de otros importantes críticos, como Mercedes Ramírez, Rodríguez Monegal, Noé Jitrik o Fryda Schultz.
Cuentos admirables
En el comienzo, dice Garet que en este libro “Quiroga lleva la autenticidad del paisaje recién descubierto en Cuentos de amor de locura y de muerte, al molde de la fábula y al resultado feliz para los protagonistas. Vence el hombre, el animal bueno, la justicia –no el azar ciego-, y el adulto comprende que ello se debe a que los animales perdieron su ferocidad natural y son simples caricaturas; pero, también, que la explicación es que al niño se le debe predicar la fe en los valores y no el desengaño y la frustración. Con estas consideraciones son cuentos admirables La gama ciega, El loro pelado, La tortuga gigante, Las medias de los flamencos. El carácter de fábula le permite al autor moverse en el clima de poesía propio del mito. No desaprovecha este lícito argumento narrativo, y sus cuentos para niños resultan, en verdad, cuentos poéticos. Cuentos de la selva es recopilación de parte de la literatura para niños: en efecto, como dice Mercedes Ramírez: este hombre de letras válido universalmente ha tenido el propósito de ser un escritor para niños”.
La alforja de amor
En otro pasaje del análisis, agrega Garet que son cuentos que “vienen a ser la alforja de amor que equilibra la otra llena de tragedia. Sólo si aceptamos que el amor no es más que un deseo de vencer a la soledad y a la muerte –y entonces toda la literatura de amor estaría aquí incluida-, se puede aceptar lo que de ellos dice Noé Jitrik: son expresiones de la incapacidad de ejercitar un amor que salve de la soledad y permita reconocerse en el otro como en uno mismo (…) Encontramos en los Cuentos de la selva la total amistad entre hombres y animales, sicologías simples que se oponen para transmitir una enseñanza. Los mejores ejemplos de comportamiento, los ideales de fraternidad, dignidad del trabajo y comprensión surgen de lo sucedido a la gama, el coatí, las rayas, las abejas, la tortuga gigante”. Y ya introduciéndose más en cada uno de los más emblemáticos cuetos del conjunto, comenta: “El loro pelado crea la ilusión de que el más indefenso y simpático vence al más fuerte y malo. Contiene los elementos para captar la adhesión fervorosa del niño: tensión, situación difícil del loro, desenlace feliz fortuito en su primer encuentro con el tigre y acción heroica en el segundo encuentro. Formas de catarsis surgen de este y de los demás relatos porque se obtiene la complicidad del niño en las situaciones planteadas. El agradecimiento origina una profunda amistad en La tortuga gigante, La gama ciega y El paso del Yabebirí. Se prefiere hasta hipotecar su modo de vida para satisfacer a seres queridos en Historia de dos cachorros de coatí y de dos cachorros de hombre. La moralización se completa con la exhortación al trabajo de La abeja haragana. Fábula poética, Las medias de los flamencos explica las costumbres y el color de las patas de estos animales con vivacidad y luminosa fantasía…”.
La palabra que se dirige a un niño ha de tener la sustancia de las cosas elementales
“La más aguda prueba para el corazón del poeta, o acaso, cernidor por el que no pasa más que el verbo sutil –hijo de antigua y sencilla experiencia de quien nunca se ha apartado de la tierra y sus frutos vivientes- es la palabra que se dirige a un niño. Las gentes de las ciudades no pueden hacerlo; se les olvida esa gracia, como se olvida el gusto del agua pura o del pan familiar cuyo sabor se pierde en el laberinto de una madurez solicitada por mil urgencias y atractivos fugaces. La palabra que se dirige a un niño ha de tener la sustancia de las cosas elementales…”. Es el anterior un párrafo de Fryda Schultz de Mantovani, incluido también en este capítulo, que Leonardo Garet cierra de esta forma: “El Quiroga experimentador de temas y estructuras se hace presente en este libro que, en ese sentido, no es nada más ni nada menos que otra búsqueda. Búsqueda que tiene como resultado visible muchos de los cuentos más queridos de los niños”.
