Recuerdo la frase como si la hubiera dicho hoy y fue sin embargo hace veintiséis años. La dijo la profesora «Gogó» Irrazábal. Año 1994, pasillo de la planta del medio del liceo Nº 1; nuestro grupo no se estaba portando demasiado bien y entonces vino Gogó y después de un largo reto cerró con: «ustedes tienen que aprender a respetar, porque el respeto es la base de la felicidad». Quizás esa frase tenga hoy más vigencia que nunca, en una sociedad dividida y llena de intolerancia y violencia.
Nos asaltó ese recuerdo cuando alguien se preguntaba la semana pasada dónde quedó aquella alegría de la militar en política, de salir a pintar muros, carteles, de ir a colocar los carteles en los árboles y columnas, de animarse a poner una bandera o una calcomanía en nuestra casa o en el vehículo…Pues bien, quizás se terminó el respeto y a partir de entonces todo lo demás.
Esa alegre y feliz costumbre en gran medida se terminó, lamentablemente. Se terminó en gran parte por miedo a la falta de respeto. No es que sea algo nuevo, habría que recordar que en otros tiempos hasta altos dirigentes había que iban a reuniones políticas (o incluso ediles a la propia Junta Departamental) con revólver en la cintura. Pero igualmente creemos que la violencia ha crecido y separado a mucha gente de la política.
Hay quienes dicen «la gente está más indiferente, ya no le interesa tanto la política, por eso no sale tanto a militar». Dudamos que sea así, porque uno observa redes sociales por ejemplo, como Facebook, y hay miles de personas que permanentemente están con el tema político y se arman debates y discusiones de todo tipo, algunas encarnizadas realmente. Entonces, ¿dónde está la indiferencia? Lo que más hay es miedo y se ve desde hace mucho tiempo. Claro, en las redes sociales es más fácil, uno no se expone en persona, y a veces hasta desde perfiles falsos y sin foto opinan algunos. Pero que hay miedo de expresarse, hay. ¿Por qué? Porque hay intolerancia y la intolerancia está llevando cada vez más a la violencia Desafortunadamente es así. Hace poco un joven le decía a su madre que iba a acercarse a trabajar a un grupo político de jóvenes y lo que le contestó la madre fue: «bueno, pero medio de lejos eh, no te metas mucho en eso de andar por las calles pegando carteles y esas cosas porque es peligroso». Ahí hay un ejemplo que resume todo lo que estamos planteando.
Hablando de ejemplos, nada más claro y cercano que lo que ocurrió en la noche del pasado miércoles aquí en Salto, en la esquina del Obelisco a Rodó. Si bien la Policía y hasta algunas personas más cercanas a los hechos dijeron que no tienen argumentos sólidos para asegurar que el motivo de la pelea fue la política, todo parece indicar que sí. Hubo un gravísimo incidente del que participaron varias personas y del que resultaron varias lesionadas, entre ellas una mujer con fractura de caballete nasal y un hombre apuñalado que a esta hora permanece internado grave.
Estaban colocando cartelería política cuando se suscitó el incidente, aparentemente a raíz de una discusión porque alguien que pasó habría pisado carteles, y entonces ellos lo increparon y ahí se inició todo. Los agredidos son militantes de la lista 538, que respalda la candidatura a la Intendencia de Andrés Lima. Pero, como ya lo hemos expresado anteriormente desde páginas interiores de este diario, ante hechos aberrantes como este, ¿importa qué filiación política tenían los participantes, más allá que el hecho haya ocurrido durante una actividad de militancia? El hecho conmueve a todos, o debería. Porque además, en una sociedad así, cada vez más violenta, el miércoles fue una persona frenteamplista, mañana puede ser una de cualquier otro partido. Por eso nos parece bien que casi todos los sectores, de todos los colores políticos, hayan emitido comunicados de repudio hacia ese hecho, comunicados de solidaridad con los agredidos. Está bien; pero es claro que no podemos quedarnos en comunicados, hay que actuar con solidaridad.
La solidaridad de los comunicados debe trasladarse a las acciones. El espíritu de esos comunicados que aparecieron cuando las cosas ya habían ocurrido, es el que tendría que primar en los discursos y más en las actitudes pero antes que las cosas ocurran.
Cuando suceden situaciones puntuales como esta, es imposible no cuestionarse si la responsabilidad mayor no es, en gran medida, de la violencia que se provoca a otros niveles, la que viene «de arriba», la de los altos dirigentes. Mensajes que transmiten ideas como la de «terminar con los lúmpenes y con plomo si es necesario», ¿no serán los que después se desprenden de los discursos para bajar a tierra y concretarse en hechos desgraciados como este del Obelisco? O cuando un partido político en plena campaña hacia las elecciones departamentales –hablamos del FA en Montevideo-, explicita en su programa como un objetivo el de «enfrentar al Gobierno Nacional», ¿no estará fomentando que ese «enfrentamiento» se transforme en algún momento en golpes de puño, pedradas o puñaladas? ¿No es sembrar odio, agresividad?, ¿no es una arenga a salir a pelear? Algunos entenderán y pelearán con palabras y buenas acciones, otro no, y pelearán literalmente hasta con un cuchillo y enfrentándose a quien cuelga un cartel. Hay que ser conscientes, entonces, que los receptores de esos mensajes pueden entender distintas cosas, algunas peligrosas.
En definitiva, qué bueno sería entender lo que decía aquella recordada profesora: que el respeto es la base de la felicidad y que no hay felicidad posible en un entorno cargado de odio y violencia. Y que si hay intolerancia, odio y violencia, y sobre todo miedo hacia todo eso, nunca habrá una plena libertad.
Habrá que «parar la mano», «calmar las revoluciones», «bajar un cambio», pero todos. Esto implica no solamente no generar enfrentamientos, significa también no hacer política con estos desgraciados episodios. Qué bueno sería entender que no están los agredidos solo de un lado y los agresores del otro. Están todos mezclados. Hay de todo en todos lados. No aprovechar situaciones desgraciadas para sacar partido sería fundamental. Porque lo que pasó el pasado miércoles en el Obelisco, aún si no hubiera sido por un móvil político, porque capaz no lo fue, se politizó igualmente después, cuando empezaron las acusaciones de un lado y del otro a ver si el agresor era de tal o cual partido. Eso está mal. El agresor es eso: un ser agresivo capaz hasta de matar. Es alguien que casi asesina a otra persona, ¿qué importa de qué partido es?
Increíblemente (la imaginación de la gente a menudo es poco creíble) hasta hubo quienes unieron este hecho con el de jóvenes que con palos de béisbol hace poco salieron a las calles de Montevideo a golpear a otras personas, y entonces incluso salieron a decir «volvió la JUP», la Juventud Uruguaya de Pie, aquel grupo de extrema derecha, nacido en Salto pero que llegó prácticamente a todo el país, hace décadas. Así como también cuando en mayo asesinaron a los tres fusileros navales en el Cerro de Montevideo, no faltaron los que salieron a decir que habían vuelto los Tupamaros a sus andanzas. En ambos casos, un disparate. Ni volvieron los Tupamaros, porque aquel asesino fue un propio ex militar, ni volvió la JUP, porque este hombre que apuñaló a otro acá en el Obelisco seguramente ni sabe lo que fue la JUP. Están los que dicen incluso que es afín al propio Frente Amplio, otros a Cabildo Abierto…pero, ¿qué importa?
Lo que importa es que diciendo esos disparates, promoviendo discursos que con más o menos sutileza siempre están sembrando el odio y el divisionismo, entre unos y otros, ellos y nosotros, los buenos y los malos, lo único que se puede lograr es que estas cosas se vuelvan cada vez más comunes y cada vez más común sea que la gente tenga miedo y no quiera acercarse sanamente a la política, ese terreno donde el respeto al que piensa diferente es esencial para poder transitarlo sin miedo y, sobre todo, con felicidad.
Contratapa por Jorge Pignataro