Rubén “El Flaco” Sautto
Fuimos sobre las 11 horas de un sábado salteño. Lo encontramos sin clientela, y al principio nos cuestionó sobre nuestra tarea periodística, en el sentido que opinábamos sin saber en alguna ocasión, y que muchas de las cosas que informamos a diario desde las páginas de EL PUEBLO son mentira, o tienen una explicación desde los intereses que mueven a los distintos actores sociales y políticos. En el transcurso de diálogo descubrimos al “Flaco Sautto”, con su “chala” en la boca, con su catarata de anécdotas, que reconoce olvida por la edad, el del diálogo y saludo con los vecinos, que lo reconocen casi como parte del patrimonio de la cuadra, por más que él dice ser “ceibaleño”. La charla duró hasta las 14 horas, y podría haber continuado, más allá del tema de la Gran Peluquería Central, ya que se derivó en temas vinculados a la política, al precio de la carne, a sus hijos, a su pasión por los fierros, en especial por los “Ford A”.
LA FAMILIA
Rubén Sautto nació en San Mauricio, en frente de San Nicanor (en el departamento de Paysandú) en el año 1943. “Mi padre, Rubén, tenía almacén, chacra, lechería y carnicería, y trabajábamos toda la familia”. Se levantaba a las 3 de la mañana y se ordeñaba a mano, “y hacíamos todo tipo de trabajo: el girasol se golpeaba a garrote, y usábamos con arado a mano, teníamos como 200 canarios ”. Le encantaba la vida en el campo “en donde teníamos una libertad bárbara, en donde se trabaja y nadie te mandaba a decir nada, teníamos una libertad bárbara”. Viajaba todos los días a la escuela en la ciudad en ómnibus (de los Arrestia). Fue un año al Salesiano, luego se vino a Salto a la casa de su abuela, y si bien culminó primaria, pasó por las escuelas 1, 3, 9 y 2. “Mi abuelo tenía tropa de carro en lo Solari, y mi viejo se crió entre lo Solari y la casa de don Carlos Ambrosoni, en donde “chofereaba” los primeros Chevrolet 4”.
LA GRAN PELUQUERÍA CENTRAL
Entró a trabajar en la “Gran Peluquería Central” el 9 de mayo del año 1962, con 18 años. Había 6 peluqueros a cargo de don Roberto Roux Cattaneo. En esa época había trabajo para todos. Además del patrón recuerda como compañeros peluqueros a Domingo Veletieri, Aníbal Nalbarte, Falcón y Silva Benítez. “Los peluqueros se empezaron a ir de a poco, empezó a cambiar la cosa, y fuimos quedando menos”. El tema de la profesión “tiene que ver con el sistema político”, es feo trabajar solo, con otros compañeros es lindo. Pero si el patrón se pone a pagar lo que hay que pagar no le da ni para dos. Son las leyes las que complican: “yo y ningunos de mis compañeros nunca cobramos licencia ni aguinaldo, y el patrón nos daba un porcentaje y figurábamos como empleados con sueldo mínimo”. Porque “hay que pagar 14 recibos en el año y tenés que trabajar legalmente 11 meses y 10 días, pero nosotros trabajamos todo el año, y más de 10 horas por día. “Yo en mi vida nunca tuve 5 o 6 días para mí, ni los agarré”. La Gran Peluquería Central tuvo sus inicios en la década del 1880 en un local sobre calle Brasil, a la vuelta de su ubicación actual, fundada por Santini, que era un viejito de bigote que era medio naturista, proveniente de Italia. Con el tiempo fue pasando a otras manos y el patrón Roux tuvo sociedad con varias personas, y trabajó hasta sus 84 años. Se distinguió por “la calidad de gente que había. El patrón era buenísimo, gente con poca escuela, pero bien. Solo se dedicaba a “hombres y niños”. Fue uno de los primeros lugares en “pelar cabeza a los gurises”. En esos tiempos “había muchas peluquerías e incluso teníamos 2 lustradores de zapatos”.
HERRAMIENTAS DEL SIGLO PASADO
Desde aquella época, se incluía también la afeitada, que se desarrollaba con navaja. “Viene mucha gente solo a afeitarse. Yo sigo afeitando con navaja. Es que ahora la gente no sabe afilar ni siquiera una herramienta, y yo he gastado navajas afilando. Conservo herramientas viejas y en pleno uso. En ese tiempo ya usábamos masajeadores, que luego salían en la revista “Gente” o “ 7 días” salían como una gran cosa”. Se hacía la “aplicación de fomento que era obligatorio en las peluquerías para la afeitada. Se calentaba unas toallas en una máquina para esterilizar las herramientas, con agua y desinfectante. En esa época cumplía la función de desinfectante porque no existían antibióticos y había riesgos de infección”. Conserva un asentador (la chaira de las navajas) “que debe de tener 100 años, es francés, y lo guardo porque si no las cosas se pierden. Tengo navajas nuevas (españolas) y tengo algunas otras del ´60 y otras que son de antes de la guerra. Tengo tijeras (cajas de 12), pincel para barba, esterilizadores para parar la sangre cuando se produce un corte”. También apreciamos pulverizadores y talqueras para el trabajo cotidiano. Corta con máquinas (Wahl Clipper) desde hace más de 50 años, y dice “que es pura bulla que ahora se utilizan máquinas”. Hay en el local 5 sillones “del año ´30, hidráulicos, muy pesados”. Los espejos son desde los comienzos del local, la instalación eléctrica tiene más de 100 años. El piso se aprecia gastado de tanto transitar en la tarea. Tiene piedras de afilar “belgas”.
EL OFICIO Y VIVENCIAS
El oficio de peluquero se aprende “mirando y practicando. Y después hice muchos cursos cuando salieron los primeros cortes de navaja, en Concordia”. Aunque no parezca “tiene ciencia el peluquerar. Miramos a una persona y ni bien abre la boca lo que quieren ya sabemos, porque enseguida armonizamos enseguida el tipo de cabello, su fisonomía, con la frente ancha, el cuello largo”. Uno va “adquiriendo experiencia con los años, y toda la gente es distinta”. Algunas veces voy a domicilio, he ido a sanatorios. Se hacía domicilio, que se cobraba el doble, pero ahora ya no, salvo algunos clientes que no pueden trasladarse”. Reconoce que tiene la computadora (por la cabeza) media cargada y “hay anécdotas y vivencias que no recuerdo, tengo buena memoria, pero me olvido. El patrón abría a las 6 de la mañana y estaba abierto hasta las 10 de la noche. Nosotros veníamos a las 8 o a las 9, y no pasaba nada. El patrón trabajaba como un compañero más, y nos daba porcentaje”. De a poco se fueron yendo los compañeros, de a poco, y “desde hace unos 8 años estoy solo”. Tengo trabajo, “mantengo clientes de todos lados, gente de Buenos Aires y de otras partes, que pasan dos o tres años y aparecen. De todos lados porque la gente se familiariza, es clienta y amiga. Esa gente que viene de otro lado “viene desesperada por conversar, porque en otro lado le cortan y chau”. Está jubilado hace 8 años “pero me dieron de jubilación lo que me sacaron de propina, y cobro $ 3200, y voy a trabajar hasta que muera”.
ESCUCHAR A LA GENTE
En la peluquería “se conoce todas las partes de la sociedad, todo, desde el chacrero, la ganadería, el fútbol, la política. Los peluqueros “somos como una especie que recibe la confesión de la gente, porque todos sus problemas los larga cuando viene. Desde el que anda de novio, al otro que la señora lo dejó, al otro que se funde, que el negocio le va mal, de política, de lo que sé bastante”. La gente “charla porque es conocida de muchos años, ya que hay familias que se siguen cortando, abuelos, hijos, nietos”. Uno tenía “amistad con la gente y mucho respeto, que es una de las cosas que se perdió. Había clientes a los que yo nunca le cortaba el pelo, pero uno se paraba a charlar con todos, no había celos ni envidia, buena atención”. Uno va agarrando la mano, “yo hablo con la gente de todo, pero en general en la sociedad la gente distorsiona las cosas, porque todo es interés, negocio y verso”. Uno “es medio de Psicólogo, porque uno aprendió a entender a la gente antes de que te digan lo que les pasa”.
El Teatro cerquita y algunos personajes
Antes “venía mucha gente al Teatro, después tuvo muchos años quieto. Con el actor argentino Darío Vittori pude charlar rato, y recuerda cuando estuvo “Violeta Rivas y también la venida de “Rubén Juárez (bandoneonista y tanguero argentino)”. Las orquestas grandes de Buenos Aires venían a Salto, pero “la moneda servía”.
Recuerda que un tal “Ochoa y su señora cuidaban el teatro y vivían en el fondo, y eran muy celosos en el cuidado”. Se acuerda de “un lote de Jefes de Policía que se cortaron el pelo en su local: “don Juan José Lagrilla, Victoriano Silva, Juan Gestoso, Llama, Guillermino, Albisu (hasta ahora), da Rosa”. Intendentes también: “hace poco, cuando llegaba de Tacuarembó pasó el “Sapo” Coutinho, pero venía siempre Ramón J. Vinci (que era muy amigo del patrón)”. El actual senador Ramón Fonticiella “vino de guri años, cuando era muchacho y maestro. Yo le corté varias veces, pero él se cortaba con otro compañero”. Porque había gente que “esperaba y se cortaba con alguno y otro se cortaba con cualquiera”. Recuerda que “atendía al Ever Almeida, que jugaba al fútbol en Dublín y al básquetbol en Salto Uruguay, y le gustaba venir a leer (la revista) “El Gráfico”, que la recibimos siempre”.
ANTES OTRO TIPO DE VIDA
Expresa que hoy “nadie sabe nada”. Yo “con mi laburo me hice casa, no la mandé a hacer. Uno hace de todo, cualquier cosa, porque me crié haciendo todo. Y hoy la gente no sabe hacer nada, porque le dan murga y fútbol y se olvidan de lo demás. Todas las familias nos criamos trabajando a lado del padre o del abuelo, y así era la vida. Eso varió, y las leyes desfavorecen que la gente dé trabajo. ¿Quién te agarra a un gurí para enseñar panadero o peluquero, o soldar radiador? Nadie, porque con tantas leyes lo liquidan. Hay muchas leyes sin sentido común, y van matando todo, porque te enredan, te hacen mover y perder tiempo y solo le sirve al empleado público, porque en la actividad privada nos está matando a todos”. Incluso “la ciudad se achata. Antes llegaba el mediodía y era increíble la cantidad de gente que iba a tomar los ómnibus: del Triunfo, de lo Solari, de lo Méndez, del Bazar Lluberas, París Londres”. Se “perdió la familiarización y la cercanía de la gente. Y también se perdió el respeto”.
Hoy por Wenceslao Landarin