No es la primera vez que lo hago ni será la última. Me refiero a dedicar este espacio de contratapa de lunes para una especie de divague, tratando (sin mucho esfuerzo, lo reconozco) se hilvanar ideas y conceptos que me van surgiendo.

Dijera nuestro Víctor Lima (aunque yo le cambiaría el “cantar” por “escribir”):
«Me tienen que perdonar
si lo digo divagando
que mientras voy procurando
definir mi pensamiento
me hace bullas el contento
de cantar como jugando…».
Empecemos….
Lo primero que digo es que me sorprendió la repercusión que tuvo una muy breve nota de opinión que, con mi firma por supuesto, publicó EL PUEBLO el martes 28 de noviembre con el título “Pienso en voz alta y lo escribo”. Hasta ameritó que un programa televisivo la pusiera en pantalla y la comentara, con mi presencia entre los panelistas invitados ese día. Fue una dura crítica a Carlitos (tal el vocativo que siempre utilicé para dirigirme al Dr. Albisu). Lo que más me sorprendió, lo digo con absoluta sinceridad, fue la cantidad de dirigentes de su propio partido, el Partido Nacional, que se comunicaron conmigo para decirme que estaban completamente de acuerdo con lo expresado allí, y que de alguna manera yo había escrito lo que muchos de ellos pensaban y (vaya uno a saber por qué) “no se animaban a decir”… Perdón, perdón perdón…No fue eso lo que más me sorprendió. Lo más sorprendente fue que varios de esos mismos dirigentes que me llamaron o me escribieron, a los pocos días en una reunión interna de ese partido, apoyaron completamente la candidatura de a Carlitos como «única». Es decir, no quisieron abrir el abanico con otros candidatos. Los motivos pueden ser varios: ¿es que el dinero que se necesita para una campaña está allí y en ningún otro candidato?, ¿es que no creen que haya otro candidato con la suficiente capacidad para asumir esa responsabilidad?… No lo sé. Un edil que es prácticamente el único que se opone a que haya solo esa candidatura nos decía textualmente: «esto parece una dictadura de Aire Fresco». En fin…
De lo que no hay dudas es que la famosa «casta política» (expresión que tanto popularizó Javier Milei últimamente) en el Uruguay existe. Sí señor, existe. Lo invito a repasar en la Historia de los Presidentes de la República (y de quienes han ocupado también otros altos cargos) y que saque sus propias conclusiones a ver si es casualidad que se repitan tantos apellidos: Saravia, Pacheco, Batlle, Herrera, Manini, Areco, Heber, Lacalle, y se podría seguir…(no se da tanto en el Frente Amplio, evidentemente por ser un partido con historia más breve, pero ya se verá también).
Le hago esta pregunta y le pido que piense la respuesta despojándose de la simpatía o no, de la afinidad o no, que pueda sentir hacia nuestro Presidente Luis Lacalle Pou, es decir, independientemente de ello: ¿Usted cree que hubiese sido legislador nacional antes de los 30 años de edad y luego Presidente de la República antes de los 50 si no fuera hijo de un Presidente y bisnieto de uno de los políticos más emblemáticos de este país? ¿Cree que con esa corta trayectoria hubiese alcanzado tanto si no fuera de esa familia, que equivale a decir: con ese caudal también económico? Todo es muy simbólico, también que se repita el nombre «Luis Alberto»… Es que «entre un bosque de símbolos va el hombre a la ventura», escribió Baudelaire hace muchos años, es así, tal cual.
Sanguinetti, sin embargo (pese a que su segundo apellido «casualmente» es Saravia) razona en contra: «El Presidente electo argentino, Javier Milei, hizo su campaña impugnando a «la casta». Por supuesto, no le daba a la expresión el sentido clásico de linaje o descendencia sino el peyorativo de una suerte de oligarquía política y sindical corrupta, encaramada en el poder, en la que al barrer caían todos, que de todo hay allende el río. La expresión rebota estos días por aquí, en entrevistas periodísticas y nos lleva a una expresión muy usual que es la de «la clase política». Siempre me he rebelado con esta etiqueta, porque a la dirigencia política uruguaya si algo no le cabe es lo de «clase». En ella hay de todo, desde hijos de viejas familias relevantes, como los Batlle o los Herrera, hasta profesionales de clase media como los Vázquez, los Sanguinetti o los Delgado. Sin olvidar los del origen rural: los Saravia, Gallinal o Bordaberry, o bien los hijos de la inmigración y el comercio como los Sapelli o los Raffo. También están los intelectuales, profesores como Pivel Devoto, Cigliutti o Traversoni. Y ni hablar de los muchos de origen bien modesto, entre los que sobresale emblemáticamente el Presidente Tomás Berreta, peón rural y policía raso, que llegó a las alturas por su inteligencia natural y espíritu de superación. Tampoco faltan los de origen indígena como nuestro querido «negro» Pozzolo, brillante parlamentario que hasta ocupó la Presidencia en una suplencia nuestra o el legendario General Pablo Galarza, no solo conductor del Ejército Nacional en 1904 sino figura de arraigo en el partido Colorado de su tiempo. Podríamos seguir, pero queda claro que la política es una consecuencia natural de un Uruguay policlasista, amalgama de gente venida de todos los orígenes que se superpuso a la muy pequeña población hispano criolla de la época de nuestra independencia”. Claro, es que Sanguinetti con la inteligencia que lo caracteriza, sabe aprovechar muy bien el juego conceptual Casta-Clase, y con gran calidad se sale por la tangente.
Y ahora se me ocurre decir algo de lo que vi ayer durante toda la ceremonia del traspaso de mando en Argentina, donde al decir de algunos «dio inicio la era Milei».
Por un lado, me quedé mirando y razonando sobre los lujos que tiene la Casa Rosada. Y cuidado que en esto no hay grandes diferencias con nuestro Palacio Legislativo por ejemplo. No hablo del funcionamiento (donde vaya que hay lujos y derroches), hablo apenas (y también como símbolo) de lo edilicio. Brillan ahí los más caros materiales, todo impecable, todo inmaculado, todo con un mantenimiento de millones y millones. No estoy en contra de lo fino, lo solemne y majestuoso (si así fuera, debería estar en contra de gran parte de las mejores obras del arte visuales a nivel de todo el mundo). Pero la pregunta es: ¿Hay necesidad de marcar una distancia tan grande respecto a las condiciones en que vive y/o trabaja el pueblo desde el llano? ¿No es hasta violencia simbólica?
Como cosa positiva, entre otras, me quedé con la cantidad de banderas argentinas que había en el acto, muchas pero muchísimas más que las de un partido o sector político en particular. Vi unidad y me pareció bueno.
Otra cosa que me dejó pensando tiene que ver con el discurso de Milei, tanto en la campaña electoral como ayer cuando salió al balcón con la Banda Presidencial ya puesta. Fue claro. No tuvo miedo a decir que se vienen tiempos difíciles si se quiere recomponer el país; dijo que es el precio que se debe pagar para levantar un país en una crisis histórica. ¡Qué diferencia con la mayoría de los políticos uruguayos! Acá, la mayoría de ellos no se anima a decir que algo les será difícil; al contrario, plantean todo como si fuera tan fácil: salir de la pobreza, mejorar la educación, terminar con la delincuencia, encarcelar a los grandes narcos…
Sigo pensando, en voz alta y en silencio, y cuando lo escriba nos volvemos a encontrar.
Hasta la próxima.
