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jueves, 15 de mayo de 2025
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Juancito contra los inútiles

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Diario EL PUEBLO digital
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Juancito tiene 12 años. Sus padres son trabajadores rurales. Su madre está en Salto y su papá un poco más lejos, en un departamento a cientos de kilómetros de su casa. Durante los días de semana va al liceo de su barrio, como muchos otros niños que no conoce y que tienen en su casa todo dispuesto para que así sea. Porque es lo que corresponde y porque como lo dijo alguien “el mejor trabajo para nuestros jóvenes (porque nadie piensa en niños trabajando, aunque los hay) es el estudio”.
Pero cuando llegan a esa edad, los niños comienzan a crecer y cuando lo hacen ven otras cosas, que antes no veían, por más que convivieran con eso todos los días y son las necesidades, que muchos miles en nuestro país todavía pasan y que algunos tratan de mostrar con mucho ímpetu, y otros prefieren mirar para un costado y seguir hablando de estadísticas favorables a una gestión, a un gobierno.
Aunque dentro de esos números, de esos porcentajes, de esas pocas pero existentes realidades, de esas caras tristes y panzas vacías, está la de Juancito. Quien en la medida que fue creciendo, entendió por qué su papá tuvo que irse a varios kilómetros de distancia y ya no lo puede abrazar todos los días, y encima, para colmo, tiene que pasar a ser el hombre de la casa, porque su mamá, joven y todo tiene otros hermanitos de Juancito que atender. Y él lo sabe, lo está aprendiendo cada vez más, porque en la medida que crece, con él crecen las responsabilidades, las que antes no tenía.
Hasta hacía pocos años, muy pocos, menos de los dedos que tiene en una mano, él jugaba con otros vecinos de su edad, y vivía para recibir cariño con sus hermanos más chicos. Pero de buenas a primeras, se tuvo que calzar distinto y salir a pelearla, porque aprendió ese concepto y lo sufre, porque cada mañana cuando quiere abrazar a su padre, o contarle lo que está viviendo como adolescente incipiente, dejando de lado la niñez para comenzar a entender lo que es la vida, no lo tiene. Entonces también está sabiendo lo que es el dolor.
Por eso, Juancito no pierde el tiempo, y con sus 12 años de vida, tres mundiales (de fútbol) exactos, los domingos de mañana sale a cuidar autos. Se ubica en uno de los lugares más concurridos de la ciudad ese día y “trabaja”, con toda la responsabilidad que esa palabra implica, con todo lo que eso significa. Porque valora y sabe lo que es la necesidad y no quiere verla más en su casa, al menos quiere que sea lo menos posible y por eso no se queda durmiendo como sí lo hacen otros niños de su edad, que van al liceo igual que él.
Tampoco se queda mirando televisión mientras mamá cocina, como sí le ocurre a la mayoría. Él no. Él se ata bien los cordones temprano en un barrio bastante alejado del lugar al que concurre y no le tiembra el pulso ni la voz, para trabajar y ganarse un dinero con el que ayuda al sustento de su mamá y sus hermanitos.
“Hoy ya voy casi 200 pesos”, me contó, con cara sonriente, como no podía ser de otra manera, si es un niño, cómo no va a sonreir. Pero eso pensé yo, él estaba contento, porque su tarea estaba dando resultados. “Con un poco más, mamá cocina casi toda la semana, y eso me deja tranquilo, porque si no, ella se pone triste, porque gana poco y mi papá está lejos, y yo no puedo ir tranquilo al liceo”, me dijo con la naturalidad de alguien que asume el rol que debería tener alguien serio y responsable, como los que ya no quedan en este país, por más cargos que se otorguen y más ministerios contra la pobreza que se creen y más discusiones filosóficas sobre asistencialismo versus políticas de trabajo se den, generada por gente que tiene la vida económica resuelta.
Mientras tanto, Juancito sigue en lo suyo, tranquilo, tan tranquilo como el ministro de Desarrollo Social, o como sus funcionarios en nuestro departamento, que mientras estas realidades existen y rompen los ojos, esos encargados de hacer que estas cosas no pasen, porque su tarea es evitar que haya gente en la pobreza, desamparados que duerman en lugares como el Parque Solari, demostrando responsabilidades, tomando el timón y haciéndose cargo de las cosas que pasan, mientras todo a su alrededor es un mundo en el que sigue habiendo pobreza y trabajo infantil, ellos pasean por la feria dominical como si nada, comprando contrabando, y yendo a comer a su casa, porque es domingo y la oficina está cerrada.
Me pongo a pensar y razono que Juancito es mucho más hombre que ellos, y mucho más responsable también. Mientras espero afuera del supermercado, se arrima y le pregunto por su padre. Él me dice convencido que “hace poco fue su cumpleaños número 12 y que su padre le prometió que le iba a comprar una bicicleta, que lo esperara, porque el sacrificio de estar lejos valía la pena”. Pero incluso me dice hasta contento “ahora voy a poder venir a trabajar en bicicleta, ya no tengo que caminar para venir, porque siempre me voy en ómnibus, así no camino y evito que alguien me quite lo que gané”.
No hay mucho más para reflexionar después de todo lo que estoy escuchando y ya no sé qué hacer, a quién decirle qué. Me da rabia, mucha rabia. Porque quienes dijeron que iban a combatir estas cosas están en sus casas, y cuando se juntan hablan de todo, menos de lo que tienen que hablar, para hacer algo y evitar que estas cosas sigan pasando.
Pero él sigue ahí, mientras le sonríe a cada “cliente” que llega al lugar y deja su auto en manos de Juancito, y por eso le da con las monedas que le sobran, si es que le sobran. “Vengo a las siete de la mañana y a la una de la tarde me voy para casa, porque contamos la plata con mamá, y ella separa lo que va a usar ese día para la comida y el resto lo reparte para la semana”. Entonces le pregunto si él no se queda con algo y me dice “claro, todo es para mi casa, entonces es para mí también”.
Lo felicité por su hidalguía, por su coraje, por su tesón y por su amor hacia los suyos, también por ir al liceo porque es una forma de quererse él mismo, de valorarse y de saber que puede llegar lejos si se lo propone. Es un gurí genial, que tiene las luces bien prendidas, y sobre todas las cosas los pantalones bien puestos, como pocos hombres mucho mayores que él.
Ahora, basta de heroísmo, menos fotos, menos flashes, menos prensa, menos rencor, menos palabrerío, menos literatura y más trabajo, más acción, más compromiso y sobre todas las cosas más responsabilidad, eso es lo que hay que pedirle a nuestros gobernantes.
Porque mientras ellos salen en la foto y pasean por donde pocos pueden hacerlo para ser bien vistos y venerados por su discurso solidario, del otro lado está Juancito, solo, sin nadie que lo ayude, sin nadie que se haga responsable  y su sola presencia los domingos de mañana, lejos de su casa, cumpliendo un horario para llevar comida a su casa, eso hace caer cualquier discurso, que solo van a tener valor, cuando en este país no haya más Juancitos.

Juancito tiene 12 años. Sus padres son trabajadores rurales. Su madre está en Salto y su papá un poco más lejos, en un departamento a cientos de kilómetros de su casa. Durante los días de semana va al liceo de su barrio, como muchos otros niños que no conoce y que tienen en su casa todo dispuesto para que así sea. Porque es lo que corresponde y porque como lo dijo alguien “el mejor trabajo para nuestros jóvenes (porque nadie piensa en niños trabajando, aunque los hay) es el estudio”.

Pero cuando llegan a esa edad, los niños comienzan a crecer y cuando lo hacen ven otras cosas, que antes no veían, por más quepobres convivieran con eso todos los días y son las necesidades, que muchos miles en nuestro país todavía pasan y que algunos tratan de mostrar con mucho ímpetu, y otros prefieren mirar para un costado y seguir hablando de estadísticas favorables a una gestión, a un gobierno.

Aunque dentro de esos números, de esos porcentajes, de esas pocas pero existentes realidades, de esas caras tristes y panzas vacías, está la de Juancito. Quien en la medida que fue creciendo, entendió por qué su papá tuvo que irse a varios kilómetros de distancia y ya no lo puede abrazar todos los días, y encima, para colmo, tiene que pasar a ser el hombre de la casa, porque su mamá, joven y todo tiene otros hermanitos de Juancito que atender. Y él lo sabe, lo está aprendiendo cada vez más, porque en la medida que crece, con él crecen las responsabilidades, las que antes no tenía.

Hasta hacía pocos años, muy pocos, menos de los dedos que tiene en una mano, él jugaba con otros vecinos de su edad, y vivía para recibir cariño con sus hermanos más chicos. Pero de buenas a primeras, se tuvo que calzar distinto y salir a pelearla, porque aprendió ese concepto y lo sufre, porque cada mañana cuando quiere abrazar a su padre, o contarle lo que está viviendo como adolescente incipiente, dejando de lado la niñez para comenzar a entender lo que es la vida, no lo tiene. Entonces también está sabiendo lo que es el dolor.

Por eso, Juancito no pierde el tiempo, y con sus 12 años de vida, tres mundiales (de fútbol) exactos, los domingos de mañana sale a cuidar autos. Se ubica en uno de los lugares más concurridos de la ciudad ese día y “trabaja”, con toda la responsabilidad que esa palabra implica, con todo lo que eso significa. Porque valora y sabe lo que es la necesidad y no quiere verla más en su casa, al menos quiere que sea lo menos posible y por eso no se queda durmiendo como sí lo hacen otros niños de su edad, que van al liceo igual que él.

Tampoco se queda mirando televisión mientras mamá cocina, como sí le ocurre a la mayoría. Él no. Él se ata bien los cordones temprano en un barrio bastante alejado del lugar al que concurre y no le tiembra el pulso ni la voz, para trabajar y ganarse un dinero con el que ayuda al sustento de su mamá y sus hermanitos.

“Hoy ya voy casi 200 pesos”, me contó, con cara sonriente, como no podía ser de otra manera, si es un niño, cómo no va a sonreir. Pero eso pensé yo, él estaba contento, porque su tarea estaba dando resultados. “Con un poco más, mamá cocina casi toda la semana, y eso me deja tranquilo, porque si no, ella se pone triste, porque gana poco y mi papá está lejos, y yo no puedo ir tranquilo al liceo”, me dijo con la naturalidad de alguien que asume el rol que debería tener alguien serio y responsable, como los que ya no quedan en este país, por más cargos que se otorguen y más ministerios contra la pobreza que se creen y más discusiones filosóficas sobre asistencialismo versus políticas de trabajo se den, generada por gente que tiene la vida económica resuelta.

Mientras tanto, Juancito sigue en lo suyo, tranquilo, tan tranquilo como el ministro de Desarrollo Social, o como sus funcionarios en nuestro departamento, que mientras estas realidades existen y rompen los ojos, esos encargados de hacer que estas cosas no pasen, porque su tarea es evitar que haya gente en la pobreza, desamparados que duerman en lugares como el Parque Solari, demostrando responsabilidades, tomando el timón y haciéndose cargo de las cosas que pasan, mientras todo a su alrededor es un mundo en el que sigue habiendo pobreza y trabajo infantil, ellos pasean por la feria dominical como si nada, comprando contrabando, y yendo a comer a su casa, porque es domingo y la oficina está cerrada.

Me pongo a pensar y razono que Juancito es mucho más hombre que ellos, y mucho más responsable también. Mientras espero afuera del supermercado, se arrima y le pregunto por su padre. Él me dice convencido que “hace poco fue su cumpleaños número 12 y que su padre le prometió que le iba a comprar una bicicleta, que lo esperara, porque el sacrificio de estar lejos valía la pena”. Pero incluso me dice hasta contento “ahora voy a poder venir a trabajar en bicicleta, ya no tengo que caminar para venir, porque siempre me voy en ómnibus, así no camino y evito que alguien me quite lo que gané”.

No hay mucho más para reflexionar después de todo lo que estoy escuchando y ya no sé qué hacer, a quién decirle qué. Me da rabia, mucha rabia. Porque quienes dijeron que iban a combatir estas cosas están en sus casas, y cuando se juntan hablan de todo, menos de lo que tienen que hablar, para hacer algo y evitar que estas cosas sigan pasando.

Pero él sigue ahí, mientras le sonríe a cada “cliente” que llega al lugar y deja su auto en manos de Juancito, y por eso le da con las monedas que le sobran, si es que le sobran. “Vengo a las siete de la mañana y a la una de la tarde me voy para casa, porque contamos la plata con mamá, y ella separa lo que va a usar ese día para la comida y el resto lo reparte para la semana”. Entonces le pregunto si él no se queda con algo y me dice “claro, todo es para mi casa, entonces es para mí también”.

Lo felicité por su hidalguía, por su coraje, por su tesón y por su amor hacia los suyos, también por ir al liceo porque es una forma de quererse él mismo, de valorarse y de saber que puede llegar lejos si se lo propone. Es un gurí genial, que tiene las luces bien prendidas, y sobre todas las cosas los pantalones bien puestos, como pocos hombres mucho mayores que él.

Ahora, basta de heroísmo, menos fotos, menos flashes, menos prensa, menos rencor, menos palabrerío, menos literatura y más trabajo, más acción, más compromiso y sobre todas las cosas más responsabilidad, eso es lo que hay que pedirle a nuestros gobernantes.

Porque mientras ellos salen en la foto y pasean por donde pocos pueden hacerlo para ser bien vistos y venerados por su discurso solidario, del otro lado está Juancito, solo, sin nadie que lo ayude, sin nadie que se haga responsable  y su sola presencia los domingos de mañana, lejos de su casa, cumpliendo un horario para llevar comida a su casa, eso hace caer cualquier discurso, que solo van a tener valor, cuando en este país no haya más Juancitos.

Hugo Lemos

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