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viernes, 11 de abril de 2025
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¡Salvemos el Patrimonio Rural en Uruguay!

Diario EL PUEBLO digital
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A la hora de dividir geográficamente el país, los uruguayos tendemos a plantear una dicotomía entre “Montevideo y el Interior”. Sin embargo, esto es una caracterización muy desacertada y minimalista, ya que “el Interior” está conformado por dieciocho departamentos, todos ellos con realidades muy distintas entre sí, como también entre las capitales y pagos del interior departamental.

Ahora bien, una situación muy compleja es la que atraviesa el Uruguay más profundo, el Uruguay rural. En nuestro país, más del 80% del territorio es área rural, pero según el último censo (2011) solamente habita allí el 5% de los uruguayos, siendo que las cifras continúan en descenso.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) señala en su documento base -la Agenda 2030- al desarrollo sostenible como regla y motor principal para el siglo XXI, desarrollo que implica tres dimensiones: a) económica, b) sociocultural y c) ambiental.

En el primer caso, referida a la importancia de que existan suficientes ingresos para todos y que los mismos se repartan de manera justa. La segunda, abarca la necesidad de que las posibilidades de bienestar y desarrollo humano estén al alcance de todos e implica a su vez el respeto por los valores y tradiciones de cada cultura. La dimensión ambiental, refiere a la valoración y el respeto por la naturaleza, en vistas de no provocar desequilibrios en los ecosistemas.

Durante décadas, varias generaciones de orientales hemos crecido conociendo las historias de guaraníes, charrúas y gauchos que habitaron nuestros suelos. Lo cierto es que cada vez más el campo se va despoblando y en ese proceso, se van perdiendo los elementos de un paisaje rural que poco a poco se extingue y del cual (si todo continúa como está) las generaciones venideras solamente podrán conocer a través de libros o visitando museos.

Sí. La sostenibilidad del Patrimonio rural uruguayo está en riesgo como consecuencia de dos grandes fenómenos: los efectos de los cambios globales y la consolidación del modelo productivo agrícola-forestal.

Uruguay es otro de los países que padece los efectos adversos de la globalización, que no responden únicamente al contexto mundial sino también a la implementación de políticas estatales vigentes. Dentro de los cambios que la superpoblación provocó, los cultivos de oleaginosos experimentaron un comportamiento dinámico, creciendo el doble de rápido que la agricultura mundial; se trata de un mercado que gira en torno a la creciente demanda de China y otros países en desarrollo.

Uruguay se ha ubicado como uno de los principales productores involucrados en el aumento de la producción de soja junto a otros países sudamericanos. A su vez, como señala el sociólogo especializado en agraria, Diego Piñeiro, ha habido un importante desarrollo de la industria forestal impulsado por cambios institucionales implementados por el gobierno a fines de los años ochenta con la “Ley Forestal” creada con el objetivo de atraer inversionistas para el sector.

Si bien se trata de modelos productivos que generan ingresos económicos muy importantes para el país, el crecimiento descontrolado de ambos sectores, ha permitido fuertes procesos de concentración y extranjerización de la tenencia de la tierra que impactan en las tres dimensiones pregonadas por la sostenibilidad.

Desde el punto de vista ambiental, se ha generado destrucción y pérdida de patrimonio natural, y si bien como ya se ha señalado aquí, el modelo agrícola-forestal genera importantes recursos para el país, también es cierto que la diversidad biológica viene siendo sometida a importantes presiones, debido a las importantes intervenciones ocasionadas en los hábitats naturales por la expansión de la frontera agrícola, existiendo preocupación en sectores de la ciudadanía por los riesgos adversos generados por el uso desmedido de productos agrotóxicos (fungicidas, herbicidas, etc.).

En cuanto a dimensión socio-económica, este modelo ha generado un aumento en la concentración de riqueza (en pocas personas no arraigadas al lugar) y consecuente emigración de familias oriundas del medio rural a la ciudad.

Mientras que -ligado a lo recién mencionado- en el plano cultural se ha dado la pérdida de paisaje en el medio rural, perdiéndose el patrimonio tangible tanto como intangible (saberes, oficios, tradiciones, actividades productivas).

La mano de obra humana y la variedad de oficios tradicionales del campo (alambradores, guasqueros, tejedoras, entre otros) tan bien documentados por Roberto Bouton, cada vez es menos demandada, dando paso al avance tecnológico y nuevos trabajos que ya no requieren de esos conocimientos.

Las costumbres gauchescas y el pasado indígena, hoy cada vez más perduran solamente en fiestas o actividades que brindan tributo a esas figuras icónicas en la historia rural del país y son esos hechos, como así también en museos, los únicos espacios donde se puede tener un acercamiento a la vida rural de antaño.

Ahora bien, más allá de la falsa dicotomía Montevideo-Interior mencionada anteriormente, creemos que Uruguay posee, pese a no contar con comunidades nativas, una riqueza en cuanto a diversidad cultural, producto de la herencia de esas poblaciones que aún permanece en las tradiciones y costumbres en algunos parajes rurales así como también las que fueron resultado de la llegada de pobladores afro-descendientes durante la época colonial y las olas de inmigrantes europeos llegados a este territorio en el siglo XIX y XX.

Quizás el turismo pueda significar una oportunidad de complementariedad económica para a las comunidades y a la misma vez, pueda ser una herramienta que ayude a proteger el Patrimonio material e inmaterial del campo uruguayo.

Hay algunos ejemplos interesantes al respecto que bien pueden tomarse como referencia.

A lo largo y ancho del territorio nacional se desarrollan exitosos emprendimientos turísticos familiares donde quienes están a cargo, no han dejado de realizar las actividades productivas que dan el principal sustento a sus familias, pero que se han abierto a la aventura de ofrecer servicios de alojamiento, gastronomía y recreación a los visitantes (la Estancia Bichadero en Tacuarembó es un buen ejemplo de ello). Otro caso interesante es el que está ocurriendo con el viejo edificio de la Escuela rural de Cañada Grande (límite entre Río Negro y Paysandú). Por falta de escolares, la escuela estuvo cerrada durante largos años, pero con impulso de un grupo de guías de Guichón y lugareños, lograron la autorización de ANEP para reabrirla, y allí ahora se desarrolla un proyecto socio productivo cuyo objetivo principal es trabajar en defensa del paisaje de palmares que caracteriza al lugar e identifica a los pobladores de la zona.

Otro ejemplo interesante -que en este caso tiene que ver con el Patrimonio Intangible- son las exitosas propuestas de charlas de fogón y circuitos guiados a pie en distintos puntos del país, que organiza Néstor Ganduglia, psicólogo social reconocido por sus investigaciones y recopilaciones relacionadas con mitos, leyendas y tradiciones del Uruguay. A través de estas experiencias, los visitantes pueden conocer historias y personajes que hacen a cada lugar, recreados por atrapantes relatos ofrecidos por el autor.

Podría pensarse también en crear rutas atractivas para los visitantes, que impliquen el paso por espacios rurales destacados por su valor tanto natural como histórico. Pensando en la región, se me ocurre pensar por ejemplo en una posible ruta artiguista relacionada al éxodo o algún circuito vinculado a la producción citrícola o el vino tannat.

Existen también emprendimientos dedicados a la recreación de la vida rural de antaño, aunque en este artículo quise poner énfasis en emprendimientos donde lo cotidiano sigue girando en torno a los elementos auténticos de cada lugar, es decir, donde la globalización llegó, pero no logró derribar la identidad de los lugareños.

Es necesario salvar el Patrimonio Rural y en este sentido, me parece que cada uno de los uruguayos quizás deberíamos asumir un rol más activo o un papel más militante para defenderlo, ya que como dice el dicho: “la Patria se hizo a caballo” y me parece que no es justo relegar a la simple evocación la gran riqueza histórica, cultural y natural de nuestro Uruguay profundo.

Por Juan Andrés Pardo / [email protected]

* Magíster en Consultoría Turística egresado de la Universidad Europea del Atlántico / Docente del Instituto de Alta Especialización de Salto (DGETP-UTU).

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