Allá por el año 2011, Marta J. García (a quien muchos recuerdan por su activa participación en el grupo Perfiles de Salto) ganaba un concurso de poesía organizado por Diario EL PUEBLO. Pero antes y después de ese tiempo, su vínculo con este diario fue permanente y lo sigue siendo: como lectora de todos los días y como colaboradora con las páginas de Cultura. Algo curioso en estos tiempos que corren, es que muy frecuentemente nos hace llegar sus comentarios (sobre diferentes artículos aquí publicados), pero escritos a mano y con toda la formalidad de una carta. ¡Quien pudiera llegar a rondar los 90 años con esa lucidez!
Bien, pero hoy nos vuelve a convocar su creación literaria. En este caso, un cuento y dos poemas.


LA LUZ
La luna llena, plateaba el campo que parecía inmenso por la soledad que lo envolvía. De pronto, se escuchó el trote de un caballo y a lo lejos apareció un jinete guiándolo, que al acercarse por el agreste camino, parecía un paisano común con una boina negra que cubría en parte su rostro, vestimenta común y gastadas botas.
Quizás, iba buscando acercarse a la estancia, que le habían dicho que precisa más peones.
Para él, los largos caminos, no eran desconocidos, acostumbrado desde niño, a trabajar en el medio rural.
Verdaderamente, venía cansado de hacer tantas leguas, pero había un pequeño monte, a la izquierda, y en un desvío del camino una huella clara, que a lo lejos terminaba en una casa grande, de paredes grises y grandes ventanas. Por una de ellas se veía una luz, iluminando una pequeña habitación.
¡Por fin podría descansar si le daban permiso para pasar la noche en el galpón! Una cosa bastante normal en el campo. Al estar a unos cincuenta metros, le llamó la atención que no hubiera perros, que anunciaran su llegada.
La luz del farol que vio desde lejos, comenzó a cambiar de habitación, como si alguien se acercara a la puerta, para ver quién llegaba. Quizás la persona era la encargada de la casa, cuando los dueños no estaban. La peonada, podría estar en algún camino, con una tropa para algún remate. La luz, seguía, de habitación en habitación, hasta llegar a la puerta por la que salió. Era bienvenido, porque alumbraban la entrada. Cuando se acercó más, bajó del caballo, lo ató a un palenque cercano. Recorrió el angosto camino, y la luz lo esperaba en el farol que dejaron sobre una piedra.
¡Qué raro! quien dejó la luz, no era muy amistoso pero debía ir hasta la puerta, para pedir posada, a quien estuviera en la casa.
Golpeó la puerta, y vio que estaba semi abierta. La única luz, esa del farol que llevaba. Nadie contestó a su llamado, entonces, entró.
¡Movió el farol para todos lados, era una casa abandonada! Se internó. Todo lo que estaba adentro, destruido por el tiempo. Donde había una pequeña cama con una colcha deshilachada, quedaba una muñeca que en otro tiempo, habría sido hermosa.
Más allá, un sombrero criollo, un cinto, con monedas de plata, un pequeño paquete de «tabaco criollo», hecho polvo, y en esa habitación grande también, vestimenta femenina, en otros tiempos, muy hermosa.
Los años de campo, le habían sacado el miedo, a las cosas raras o sin explicación.
También en una de las paredes, colgaba un cuadro, de una pareja y una niña. Tenía una firma y fecha: ¡mil ochocientos cincuenta!
Había llegado a una tapera, semi destruida, las ventanas sin vidrios, la madera gastada. Tendría que seguir su camino. Y de pronto, recordó que estaba iluminándose con un farol, que no sabía quién lo prendió, y por qué iluminó su entrada. Lo dejaría en la misma piedra de la entrada, iluminando. Fue hasta su caballo, lo desató, montó, y se iba para el angosto camino. Miró hacia la casa, y el farol que lo alumbró, se movía rumbo a la casa. Desapareció por la puerta, y al momento se movía iluminando las habitaciones. No tenía sosiego. Iba de una a otra, como buscando algo que no encontraba.
El paisano apuró su caballo alejándose del lugar, y pensando: -¡Pobre alma perdida!, buscando algo que no encontraba y eternamente, seguiría buscando. El campo, tiene cosas…
RECORDANDO AUSENCIAS
Nadie va a entrar
por esa puerta
nadie
que me alegre como tú.
Serás una sombra
del pasado
que quizás
ensombrece mi jardín,
en sonidos
que me traen
los pájaros que amabas
y tal vez
tus flores preferidas
detengan su danza
para escucharte.
Pero yo
estoy fuera
de tu mundo
y espero me visites
cuando sueño,
en ese umbral
irreal y verdadero
donde sigue viviendo
todo lo amado.
VACÍOS
Hoy el jardín
está vacío
marchitas sus flores,
sin pájaros
sin nidos
sin besos de palomas,
en el banco de piedra
solitario,
ya no quedan sueños.
