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martes, 4 de marzo de 2025
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Hoy son las redes sociales, pero mucho antes, Salto ya dio la nota con la rudimentaria estafa en “el testamento de la piolita”

Enlace para compartir: https://elpueblodigital.uy/g83u

Desde hace un tiempo, y últimamente con mucho acento, se viene hablando de estafas, cómo funcionan, cómo prevenirlas y demás. Es que las estafas aumentan, sus modalidades cambian vertiginosamente y las personas (guiadas por especialistas: técnicos en informática, abogados, etc.) parece que vamos siempre detrás, siempre corriendo “detrás de la liebre” para hacer frente a los estafadores. Estos actúan muy especialmente con ayuda de la tecnología. Las redes sociales por ejemplo, son campos fértiles para estas peligrosas maniobras. Es entonces que cada día son varias las personas que caen en la trampa y son estafadas porque se las contactó a través de messenger, whatsapp, entre tantos medios más.

Ahora bien, a fines de noviembre, más precisamente el día 29, se cumplieron 200 años del nacimiento de Saturnino Ribes. Y usted se podrá preguntar: ¿qué tiene que ver el tema de las estafas con este gran hombre de la historia salteña? Seguramente usted habrá leído o escuchado hablar sobre “el testamento de la piolita”…Bien, me pregunto si podríamos decir que es de los casos más insólitos y primitivos (en todos los sentidos de la palabra) de estafas conocidas en Salto, y me respondo que es probable que sí.

Antes de ir al punto, recordemos algo más sobre Ribes. El primer domingo de diciembre de este año se leía en EL PUEBLO: “Hace 200 años nacía un visionario: Saturnino Ribes. Nació en Bayona (Francia) en el año 1824. Una vez en Salto se desempeñó como contador y hombre de confianza del saladerista Harriague. Más tarde fue vicepresidente de la «Nueva Compañia Salteña de Navegación a Vapor», donde se instruyó como armador naval. Luego instaló su propia empresa, cuando en 1866 trajo al Río Uruguay el vapor «Pingo» y posteriormente los vapores «Silex», «Saturno», «Júpiter» y «Onix». Años más tarde adquirió la empresa de la que antes había sido vicepresidente. Era ya el hombre más importante vinculado a compañías de navegación. En 1888 vendió todas las unidades que poseía, pero pronto iba a constituir una nueva empresa: «Mensajerías Fluviales del Plata». Saturnino Ribes murió en Salto en 1898”.

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Ahora sí, vayamos al famoso testamento…

Sobre este hecho curioso, insólito, absurdo…(la verdad es que cuesta encontrar calificativos para definirlo), dan cuenta numerosas publicaciones locales, entre diarios, revistas y libros de historia de Salto. Pero hace unos días nos encontramos con una narración publicada en “Euskonews”, una prestigiosa publicación digital sobre la ciencia y la cultura vasca. Vale la pena compartirla textualmente:

Curiosa historia esta. Sucedió en la ciudad uruguaya de Salto donde un vasco al fallecer legó una cuantiosa fortuna con fines netamente altruista, pero pícaras maniobras cambiaron los destinos de la herencia. Don Saturnio Ribes fue un inmigrante bayonés que llegó a Uruguay con apenas un violín en su equipaje y que a fuerza de voluntad y empeño, no sólo progresó en su vida, sino que ayudó enormemente a que la ciudad uruguaya de Salto alcanzara en los finales del siglo XIX un grado de prosperidad envidiable. Este vasco, a poco de llegar a Uruguay, se afinca en el año 1864 en la ciudad de Salto donde entra a trabajar como empleado superior en los escritorios de la Bodega y Saladero de Don Pascual Harriague, paisano y amigo suyo. En este establecimiento permanece Ribes por algún tiempo, pasando luego a ocupar un alto puesto en la «Nueva Compañía Salteña de Navegación a Vapor», que por cierto no hacía alusión a la tierra de los Valles Calchaquíes, sino a la ciudad donde había sido fundada. Empresa fluvial que realizaba aquellos pioneros viajes a vapor entre Montevideo y Buenos Aires con llamativa regularidad y eficiencia. Según Richard Durante, biógrafo de Saturnino Ribes, éste impulsó el desarrollo de la industria de la navegación en Salto, creando un astillero al tomar las riendas de la empresa Salteña de Navegación, contratando a maestros cualificados en el rublo y mejorando notablemente las condiciones de sus obreros. Apegado al progreso, su hogar fue el primero en contar con luz eléctrica en todo el pueblo, para asombro de sus vecinos. También tuvo el primer teléfono de Salto. Saturnino Ribes murió en 1897, a los setenta y tres años, sin dejar descendencia y sí una gran fortuna en su haber. En su testamento legaba todo el dinero para la creación de una escuela, un hospital y para sus empleados. Pero sin embargo, para que esto no sucediera, Saturnino tuvo que morirse dos veces. Personas muy poderosas del pueblo, en común acuerdo, decidieron «resucitar» al que había testado de tan altruista manera con el objetivo de que el dinero tuviera un destino: sus propios bolsillos. Para eso prepararon la escenografía correspondiente. La habitación del difunto quedó casi a oscura, las cortinas cerradas, y se evitó la entrada de personas indiscretas. Alrededor del cuello del muerto colocaron una piola, cuya punta sostenía disimuladamente alguien sentado a su lado. Llamaron al notario, cómplice por supuesto de esta fraudulenta maniobra, y se pasó a la acción con dos inocentes testigos que los colocaron en un extremo del cuarto en penumbras, lejos del lecho. El escribano habló al cadáver, preguntándole si en el uso de sus facultades deseaba legar la totalidad de sus bienes a favor de las personas que a continuación se detallaban, presentes llamativamente todas ellas en el lugar de hecho. Al formular cada pregunta, don Saturnino «contestaba» con leves movimiento de cabeza. Se simuló luego la firma del testamento y los señores, que hasta ese momento rodeaban el lecho del moribundo, se retiraron de la habitación. De este modo, pudo Saturnio Ribes morir oficialmente cuando un médico ajeno al hecho certificó más tarde su alejamiento de este mundo. El testamento de la piola había concluido. Desde ese momento la ciudad de Salto contaba con nuevos millonarios”.

Y es entonces que uno puede decir muchas cosas a raíz de estos episodios. Uno puede por ejemplo esbozar una sonrisa pensando en el ingenio popular que se hizo patente, después quizás razona sobre lo terrible del caso y la sonrisa se borra para dar lugar a un ceño fruncido…En fin…Pero tal vez lo primero que surge como conclusión, es que las estafas, con una piola o con una red social, son eternas. Y que, de paso, parece que Salto siempre está ala orden para dar la nota.

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