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«Bestiario del Salto Oriental» celebra sus 15 y 10 años respectivamente

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2007 y 2012, los dos nacimientos

Hay libros que llegan para quedarse; y que se quedan grabados, curiosamente, hasta en quienes nunca los leyeron tal vez. El «Bestiario del Salto Oriental», del salteño Diego Moraes tiene, entre otros, ese mérito. Hay varios grupos de salteños que tienen en mente al menos el nombre de ese libro, o uno de sus relatos quizás, porque pudieron acercarse a él cuando eran escolares y las maestras se lo leían en voz alta y tono de misterio. Otros, porque han visto muros en la ciudad -como el de Zorrilla casi 6 de Abril- pintados bajo la inspiración de esas páginas. También el Bestiario está por supuesto entre quienes lo han leído y releído, y entre quien siguen leyéndolo…
Hace exactamente 15 años, en aquel 2007 que hoy parece tan lejano, aparecía editado por primera vez. El éxito fue rotundo. Y entonces en 2012, se reeditó con más historias y nuevas ilustraciones.
Los grandes escritores griegos no inventaban argumentos, los tomaban de la mitología.
Los dramaturgos del Renacimiento, los tomaron de crónicas históricas. Diego Moraes construye este Bestiario tomando como fuente las leyendas de acá cerca. A ellas le imprime su propia impronta de buen narrador, y alcanza una obra cuyo éxito hoy se celebra, a 15 y 10 años de sus dos nacimientos.

LA LLORONA DEL
CEMENTERIO CENTRAL

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En muchos sitios del interior pofundo del territorio de Salto -en localidades como Lluberas, Cuchilla del Daymán, Puntas de Valentín y Paso del Parque- se refiere sobre una fantástica aparición que circunda los cementerios a altas horas de la madrugada, a quien la gente de campo denomina la Moza de Blanco.
En la capital del departamento existe un análogo de esa criatura, deambulando los alrededores del viejo cementerio central durante las noches de luna. Quienes la han presenciado la llaman La llorona.
El folclore fantástico de la ciudad ha urdido diversas teorías que pretenden explicar los orígenes de esta escalofriante aparición.
Algunos dicen que sería el alma en pena de una joven muerta en circunstancias sospechosas y cuyo cadáver, si bien amortajado, jamás recibió cristiana sepultura. Para otros, se trata del fantasma de una madre que perdió a sus hijos en trágicas circunstancias y que luego de suicidarse debido al dolor que sentía, todavía intenta encontrarlos desde el más allá.
También hay quienes aseguran que se trata de una joven que quedó en estado cataléptico y que fue enterrada viva por error en el cementerio. Pero como fuere, el hecho es que el espíritu de esa desventurada mujer quedó prisionero en una especie de limbo entre el mundo de los vivos y el de los muertos y es su destino vagar errante hasta que logre pacificar el dolor de su alma.

Se la describe como una mujer alta, delgada y que lleva un vestido de color blanco, largo y harapiento. Desde lejos parece una joven muy bonita, pero apenas uno se acerca, advierte que tiene un aspecto aberrante: está completamente descarnada, con las cuencas de los ojos vacíos y con algunos huesos del esqueleto mostrándose al exterior. Luce una abundante cabellera negra, suelta y enmarañada que le cubre gran parte del rostro. Su piel es arrugada, pálida y dominada por una leve tonalidad blanquecina. Tiene las uñas desmesuradamente largas, como las que continúan creciendo en los cadáveres, y huele peor que mil letrinas juntas.
Un dato extraordinario es que la Llorona no tiene pies. Se desplaza flotando a escasos centímetros del piso, arrastrando por el suelo su vestido blanco, con la cabeza inclinada y las lágrimas corriéndole por el rostro. Puede moverse a gran velocidad y hay quienes aseguran que también puede levitar, no siendo pocos quienes la han visto sobrevolando los nichos, las tumbas y las lápidas del camposanto. Pero su rasgo más característico es que siempre anda gimiendo. Emite un quejido inarticulado, parecido a un graznido de animal apagándose en la garganta.
Tiene el mismo un timbre sepulcral, como una especie de eco que proviene desde lo más profundo de una cripta vacía y que al escucharse a lo lejos en las nohes serenas llega a poner los pelos de punta. Dicen los que saben que este llanto anuncia desgracias y que quienes lo escuchen se hallan en un grave peligro.

La Llorona tiene el hábito de aparecerse a los desprevenidos conductores que circulan por sus coches en las inmediaciones del cementerio o insinúa su sombra entre los árboles que están a la entrada del zoológico municipal y al costado de la vieja terminal de ómnibus. Acechando al costado de los grises paredones del cementerio, en esas noches oscuras que no anda ni un gato, a veces se sube furtivamente en el asiento de atrás de los que viajan en motocicleta y luego de taparle los ojos a los conductores con una mano muy fría, les ordena seguir su curso sin darse vuelta hasta desaparecer. O bien deja escuchar su triste canto hacia el declinar monótono de las tardes.

Nadie sabe bien qué es lo que quiere la Llorona, ni por qué asusta de ese modo a los vecinos salteños, provocándoles el miedo más terrible de sus vidas. Pero en las noches de niebla, cualquier intrépido que se atreva a cruzar el puente del barrio Salto Nuevo, aunque no siempre se encuentre con la Llorona, podría escuchar con nitidez su lamento melancólico.

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