Preocupante realidad nacional de la que Salto no escapa: no hay dinero para los museos.
Días pasados, medios de prensa capitalinos se hicieron eco de una problemática situación: el Museo de Historia Natural no tiene local desde hace dieciséis años. Según el diario El País, se trata de “medio millón de piezas, algunas únicas”, que se encuentran totalmente “a la deriva”. Sumemos a esto que otro de los museos nacionales, el Museo Nacional de Antropología, también se encuentra cerrado “por falta de personal y problemas de gestión”, según el mismo diario. Es decir que dos de los cuatro museos nacionales que tiene el Uruguay no pueden abrirse al público.
El Presupuesto indica, para estos aspectos, ni un peso.
Dejando un momento a un lado los museos, nos vienen a la mente las palabras expresadas en nuestra ciudad hace pocos años, por el entonces director de la Biblioteca Nacional, el escritor Carlos Liscano, quien sostuvo que las condiciones en el funcionamiento de los empleados y las del edificio eran lamentables; a modo de ejemplo: los problemas de filtraciones de agua ponían en serio riesgo la conservación del valioso acervo.
Es que quizás tenga razón quien dijo alguna vez: “la gestión en cultura, sea buena, regular o mala, no hace ganar ni perder una elección a ningún gobernante”. Todo esto nos lleva a preguntarnos:
¿Y en Salto cómo estamos?
Pues en Salto hay que recordar algunos casos emblemáticos, como el del Museo Histórico (ubicado en la intersección de las avenidas Blandengues y Enrique Amorim), ya que lamentablemente siguen pasando los años y continúa cerrado, con una construcción en mal estado y con sus piezas de exhibición (algunas de considerable valor) archivadas. Tampoco varían las respuestas de las autoridades al respecto: “No hay rubro para eso”, “No alcanza el presupuesto”, “Hay otras prioridades”.
Corresponde destacar asimismo, que en el período de gobierno departamental anterior, se realizó una importantísima inversión en la remodelación del Museo, Mausoleo y Centro Cultural Casa Quiroga, que se encontraba entonces muy decaída (con espacios prácticamente abandonados) y en la que se logró incluso la inauguración de nuevas salas. O la remodelación (y jerarquización) del Museo Edmundo Prati, que hasta entonces pasaba inadvertido como una mera acumulación de esculturas en el patio central de la Biblioteca Felisa Lisasola.
El manejo del personal también es un problema. Es cierto que los funcionarios de los museos varían permanentemente, lo que dificulta su especialización en los temas que deben explicar a los visitantes y así poder brindar un mejor servicio y esto significa sin dudas un tema complicado a analizar y resolver entre las autoridades y los propios funcionarios, porque, también hay que decirlo, muchas veces son ellos mismos quienes se resisten a su propia formación y, ante esa exigencia, optan inmediatamente por solicitar traslado a otra dependencia.
Ojalá algún día, como sociedad, entendamos que aunque no determine el triunfo o la derrota en una elección (o sea de una incidencia mínima), en un país civilizado y democrático la Cultura sigue siendo mucho, pero mucho más que “el último orejón del tarro”.
Dos de los cuatro Museos Nacionales están cerrados
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