Lo sucedido días atrás con uno de los últimos murales ideados y realizados en Salto por el fallecido arquitecto y artista plástico César Rodríguez Musmanno -quien fuera declarado ciudadano ilustre en junio de 2016-, despertó la justificada indignación de todos aquellos que admiran el arte y a los artistas, no porque se considere que lo que aparece en estos momentos no lo sea y que sus autores no deban ser considerados como tales –más allá de la abierta discusión al respecto-, sino que, con el hecho, se desconoció una obra importante de un reconocido artista local y nacional, que ya formaba parte de nuestro acervo cultural.
Pero, lamentablemente, este tipo de desprotección al patrimonio cultural –que es de todos, amantes del arte o no-, parecería ser una constante en la forma de proceder del uruguayo (no de todos, por suerte), en los últimos tiempos.
El pasado Día del Patrimonio, tuvimos la oportunidad de visitar distintos lugares de nuestra Capital (Montevideo), muchos de los cuales se encuentran en insuperables condiciones; mientras que otros tantos, no.
Uno de estos últimos es el Panteón Nacional, lugar que cobija los restos de personalidades importantes de la cultura nacional como Delmira Agustini, Florencio Sánchez, Zorrilla de San Martín; de la política, como Eugenio Garzón, Carlos Quijano, Andrés Latorre, Melchor Pacheco y Obes, entre tantos otros personajes que, fueron y construyeron la historia de nuestro Uruguay.
El enorme recinto, ubicado debajo de la monumental Capilla del Cementerio Central, se encuentra en un alarmante proceso de deterioro, con humedades que descascaran las paredes y los Pabellones Nacionales que cubren los ornamentados cofres, con polvo y moho. También, de manera similar, es la situación de la Capilla -la que no posee más elementos que una enorme imagen de la Virgen y un Cristo-, cuya evidente dejadez, no habla bien del “respeto”, ni de la importancia que se les debe dar a los muertos que allí descansan y al innegable símbolo que representa dicho sitio.
Consultada una funcionaria que se aprestaba a dar una “lavada de cara” al monumento -pues comenzaban a llegar los visitantes-, sobre el por qué de ese estado de abandono y de quién era la responsabilidad del mantenimiento; esta confesó con pesar, que tanto la Capilla como el Panteón, eran abiertos para su ventilación, tan sólo el Día del Patrimonio y el 2 de Noviembre (Día de los Difuntos), y que el cuidado del cementerio(como en todos los departamentos), correspondía a la Intendencia de Montevideo.
Ergo. ¿Cómo pretendemos que el común de las personas comprendan y den valor a aquellos elementos culturales que forman parte de nuestra idiosincrasia y alimentan la cultura de nuestra Nación, si quienes deben dar el ejemplo y protegerlos, no lo hacen?
Porque –volviendo al atropello sucedido con el mural de Rodríguez Musmanno-, también es verdad que el mantenimiento de este no era de los mejores, lo cual podía ser percibido por cualquier persona que pasase por el lugar en el que lucía; lo que revela que si bien es compartible la indignación, la responsabilidad se amplía por acción u omisión, a quienes deberían haber velado por su preservación, siempre.
Es una triste realidad por la que atravesamos como sociedad; la que como bien reza el dicho: “valorará lo que tiene, el día que ya no lo tenga más”.
El patrimonio cultural (edificios, parques, pinturas, literatura, música, etc.), es lo que nos identifica como comunidad y nos diferencia del resto de los pueblos; y vaya si Uruguay supo y sabe marcar esa identificación y dicha diferencia.
Nadie puede negar que, para nada es excluyente en nuestro país, lo viejo, con lo nuevo; lo de ayer con lo de hoy; lo que fuimos, con lo que somos y seremos.
La cultura, no es propiedad, ni arena exclusiva de una clase social, ideología política, o grupo de iluminados; la cultura, al decir de André Malraux, “es la suma de todas las formas de arte, de amor y de pensamiento, que, en el curso de siglos, han permitido al hombre ser menos esclavizado”.
Dr. Adrián Báez
