Por Dr. Adrián Báez
Estimados lectores. El 8 de octubre de 1851, se ponía fin a uno de los acontecimientos más sangrientos y tristes de la historia nacional.
Finalizaba la “GUERRA GRANDE”. Conocida como tal, no sólo por su duración -la que había comenzado en 1836, con la Batalla de Carpintería, donde se utilizaron las divisas blanca y colorada por primera vez- sino, también, por el entramado de alianzas entre países de la región (Argentina, Brasil y Uruguay) y de Europa (Francia e Inglaterra). Prácticamente derrotado Juan Manuel de Rosas y su Confederación Argentina, el 19 de julio de 1851, el General Urquiza, quien hasta hacía poco tiempo defendía a ultranza al Gobernador de Buenos Aires, invade el Uruguay al frente de su ejército, al que se le sumaría en Paysandú, parte de las fuerzas oribistas, comandadas por Servando Gómez, Lucas Píriz y otros oficiales que, hartos de la interminable guerra, preveían su cercano fin. El General Oribe, dejando en el sitio de Montevideo, una fuerza de 6.000 hombres, se dirige al encuentro de Urquiza con otra de 5.000 soldados, uniéndola a las que le restaban a su hermano Ignacio Oribe. Urquiza, eludió el combate en espera de refuerzos del Brasil, el que al final llega con 13.000 hombres el 4 de septiembre, entrando al territorio nacional por Santa Ana do Livramento; tal demostración de fuerza, hace comprender a Oribe, que en vano sería oponer resistencia, enviándole a Urquiza un emisario, para dar comienzo así a un acuerdo, mientras él, se retiraba al Cerrito. El canciller de la Defensa, Manuel Herrera y Obes y el General Urquiza, tras arduas discusiones, consiguen llegar a un acuerdo el que establecía: a) Se reconocía que la resistencia que se había hecho a la intervención franco-inglesa lo fue en la creencia de que con ella se defendía la independencia oriental; b) Se reconocía como deuda nacional la contraída por el gobierno del Cerrito; c) Todos los ciudadanos orientales gozarían de iguales derechos, procediéndose a elegir oportunamente senadores y diputados para que estos designaran el futuro presidente. Las elecciones las organizaría el gobierno de la Defensa; d) Se declaró que “entre las diferentes opiniones en que han estado divididos los orientales, no habrá vencidos ni vencedores, pues todos deben reunirse bajo el estandarte nacional, para el bien de la patria y para defender sus leyes e independencia”. Relata Pivel Devoto que al despuntar el alba del 8 de Octubre de 1851, entró al galope en Montevideo el capitán urquicista Ricardo López Jordán. Traía para el gobierno la noticia del ajuste de la paz. Los boletines extraordinarios difundieron el acontecimiento y, al instante, la ciudad cambió su fisonomía. En las azoteas se enarbolaron banderas de todas las naciones, las campanas fueron echadas a vuelo y mientras parte de la población festejaba en las calles, los senderos que bajaban del Cerrito y Paso del Molino, se cubrían de carruajes y comerciantes en busca de la ciudad, al tiempo que de ésta, salían numerosos habitantes hacia el campo sitiador. Cada uno buscaba al pariente, al amigo o al compatriota. Confraternizaron blancos y colorados con una espontaneidad que asombró a los viajeros extranjeros que sólo sabían de un sitio de 9 años. Durante los 6 días de festejos decretados por el gobierno, no hubo, según la prensa, “una sola violencia, un insulto, un grito de provocación…”Nacía de esa manera, la tradición oriental de las amnistías irrestrictas para los bandos enfrentados. Política que durante el siglo XIX y XX, sembraría de manera madura, la concordia entre compatriotas, luego de los desencuentros.
Muchas veces este tipo de solución ha sido desmerecido o incomprendido, pero, remitiéndonos a las pruebas obtenidas de la historia, quizás, podría ser el único que establezca una paz duradera, poniendo fin a reproches de un lado u otro. En el siglo XXI, compete a las nuevas generaciones velar por la paz entre conciudadanos, basándonos en la tolerancia, la que no significa soportar inmóviles sin defender nuestras posturas; el respeto, exigiendo el que nos merecemos y el interés superior del país por sobre los particulares de las divisas o intereses individuales.
Ríos de sangre regaron el suelo patrio en sus 200 años de vida. Construyamos en este presente, un porvenir de hermanamiento entre las distintas visiones del mundo, luchando en el campo de la democracia por glorificar las nuestras. Instalemos una nación sin rencores, en la que la justicia sea la encargada de marcar a fuego, que en las tierras orientales al río Uruguay, no existen, ni vencidos, ni vencedores.