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De política, periodismo y más…

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Mi abuelo, que era un gran batllista (de Barbieri, Raúl Ferro, etc.), muy fiel a sus ideas, más de una vez, viendo lo que según él era una decadencia en el nivel de la política en general, dijo algo así: “¡Lo único que falta es que un día vea los nombres y los números de listas de nuestro partido con letras celestes y blancas!”. El abuelo ya falleció hace casi 20 años. Cuando he contado esto, muchos me dicen: “Si viviera ahora, se muere de nuevo”. No creo; pienso que se hubiera adaptado a los cambios sociales, los habría asumido de buena manera.

Y como él, supongo que muchos veteranos de la política hubieran ido adaptando su pensamiento a los nuevos tiempos. Pero, al fin de cuentas, son todas suposiciones. No podemos juzgar lo que no sabemos ni sabremos nunca. De lo que sí estoy seguro es que no hubiera aceptado algunas tendencias que hay ahora, como por ejemplo la de decir que “todos los políticos son iguales” o “que la política es solo para acomodarse”, y frases similares. ¿Por qué? Porque son frases que se desprenden de una comprobación que, lamentablemente, es real.

Allá por los años 50, 60, 70, cuando ocurrían (porque ocurrían, no son invento de ahora) cosas tales como que un político “se vendiera”, o que prometiera cosas que sabía que no podría cumplir, o regalara chorizos y vino a cambio de votos, no eran acciones tan explícitas, tan sin pudor, tan descaradas como vemos hoy en día.

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Entonces, estoy seguro de que aquellos veteranos, quizás con cierta inocencia, en este momento estarían tratando de demostrar que la política no es solo pasear los domingos en la feria o la costanera repartiendo listas para después exigir tal o cual cosa, y hasta “echar en cara” que “yo milité para que ganaras, así que tenés que darme esto o lo otro”. De ninguna manera. Estarían tratando de sumar gente para que vote por determinado candidato, convencidos de que es el mejor.

A ver si me entiende: ¿se da cuenta de que hoy ya casi no existen quienes militan por convicción (¡y solo por convicción!), con el único propósito de mejorar toda la sociedad y sin un interés personal? Por supuesto que hay excepciones, aunque raras. Yo camino las calles, ando en ómnibus, voy a la feria los domingos, me informo (y me divierto) en redes sociales, y estoy cada día más convencido de lo que afirmo: entrar en política en busca de “acomodarse” (sobre todo si esto significa obtener un cargo con un buen sueldo) es lo más común que hay. ¿Y sabe qué? Asquea.

Entiendo también —no puedo ser indiferente a ello— que hay personas que si no se involucran durante el tiempo de campaña electoral con un partido, no tienen ingreso económico en su hogar, simplemente porque se les paga para eso. Entiendo que hay dirigentes que si no “se pasan” de un partido a otro, quizás no tienen para comer (otros lo hacen solo por ambición), porque, como en el fútbol, esos “pases” tienen precio. La mayoría al menos.

¿Y acaso no ocurre algo muy similar también en el periodismo? Aprovecho a introducir este tema ya que estamos en torno al 23 de octubre, “Día del Periodista y los trabajadores de los medios de comunicación”. Los medios de comunicación suelen recibir dinero por concepto de propaganda, y es lógico que sea así: prestan el servicio de comunicar lo que el político solicita y se cobra por ese servicio. Pero existe otra cosa distinta, y es que no pocos políticos literalmente “mantienen” (con dinero) a ciertos periodistas para que, más allá de la propaganda, estén permanentemente destacando sus virtudes y los defectos de los demás, o minimizando sus defectos y las virtudes de los otros. ¿Se entiende? Es decir, periodistas y/o comunicadores a los que se les paga para que hagan creer a la gente que piensan de determinada manera. Créanme que los entiendo; no es fácil cuando hay una familia que sustentar, uno está entre la espada y la pared. Lo dice claramente un personaje de Morosoli en un cuento: se podrán tener ideas firmes, pero “dos días sin comer ablandan el cogote”. Lastimoso, pero real.

Ahora bien, en esta última contratapa de lunes antes de las elecciones, y ya que últimamente en esa esfera han girado nuestras reflexiones en esta sección, queremos compartir en tres “capítulos” (pequeñas variantes) fragmentos de algunas de nuestras más recientes opiniones vertidas en este diario:

UNO: “…si hablamos concretamente de lo que pasa en esta campaña política, debo coincidir en que pasan algunas de las siguientes cosas que, en definitiva, molestan: te preguntan si les podés hacer una nota tal día, si les decís que sí, sos el mejor. Si les decís que no, por ‘x’ motivo (por ejemplo porque no tenés tiempo en un programa o espacio en una página), a veces ni siquiera te contestan. Dan ganas de decirles: así que soy merecedor de respeto (al recibir aunque sea un “gracias igual”) solo si puedo complacer tus pedidos, de lo contrario no, ¡mirá vos! Te preguntan cuánto cuesta una propaganda. Luego te dicen: “¿Y por qué tan caro, si son unos minutos nomás (o un pequeño espacio en una página) lo que gastan?”. Dan ganas de decirles: ¿Y ustedes no saben que para tener estos minutos al aire (o espacio en un medio escrito) hay una empresa que paga UTE, impuestos, sueldos, etc.? Te dicen si cuando vayas a entrevistarlos les podés preguntar tal cosa y evitar tocar tal otro tema. Si no aceptás esas condiciones, se enojan. Entonces ahí dan ganas de decirles: ¿Y ustedes no son los mismos que exigen que el periodismo sea honesto e independiente? … Tantas cosas dan ganas de decirles a algunos. A algunos, porque no todos son iguales”.

DOS: “Vi estos días, jóvenes que se acercan a comités políticos y preguntan: ‘¿Cuánto pagan acá por militar para ustedes?’. Creo que lo hacen con naturalidad; ya asumieron esto como normal. Pero no podemos desconocer que también hay personas no tan jóvenes que lo hacen (quizás no tan explícitamente). Aunque no estoy de acuerdo y me cuesta muchísimo entender a los dirigentes que se ‘pasean’ por distintos sectores y partidos, reconozco que vivimos en un país libre, nada de eso es ilegal. Pero también tengo que decir que cuando me entero de que hay dinero de por medio para que se den esos “pases”, siento pena. Duele comprobar que haya personas que se venden literalmente; duele saber que la política en gran medida dejó de ser cuestión de conciencia; duele concluir que muchos le mienten a la gente cuando le dicen que tal o cual opción es la mejor (cuando en verdad lo dicen porque para eso les pagan); duele que haya quienes tomen estas cosas como “changas” para parar la olla. Volviendo a los jóvenes, lamentablemente noto que estamos formando generaciones que han asumido como lo más común y natural, elegir para qué sector o partido militar en función de lo que se les pague. Ya no, por ejemplo, de una promesa de trabajo a futuro, sino de dinero en mano y en el momento. O una moto, o un autito. Hace poco, un joven me preguntó si le podía hacer una entrevista. Lo recordé como militante de un diputado salteño y entonces se me ocurrió preguntarle: ¿Para hablar de la campaña del diputado? ‘Sí —me dijo— pero mirá que ahora estoy con… (mencionó a otro diputado salteño)’. El anterior le daba $5.000 por mes y este le da $8.000. ¿Y las ideas? ¿Y las propuestas? ¿Y los sueños de mejorar la vida con la política como herramienta? ¿Dónde queda todo eso?”

TRES: “…Unos cuatro o cinco dirigentes políticos locales se molestaron con comentarios que hice: ya sea acá en el diario, en la radio, en redes sociales. Contento, primero porque cuando uno realiza un trabajo dirigido al público y ese público responde, sea elogiando o criticando, es una buena señal: el mensaje llega a buen puerto. El acto de habla ha sido satisfactorio, como dicen algunos lingüistas. Además, porque quienes se molestaron y otros que, al contrario, se mostraron muy complacidos con mis comentarios, fueron dirigentes políticos de muy varios partidos y sectores políticos. Trato siempre de ser honesto conmigo mismo y decir lo que pienso. En ese pensamiento —el mío propio— es común que encuentre cosas que entiendo buenas, otras regulares y otras malas, provenientes de todos lados, y siempre según mi opinión personal, por supuesto. Lo que hago es decirlas, sin distinción de colores. Eso brinda una libertad incalculable. Creo que no hay mayor recompensa que tener defensores y detractores continuamente, que además van variando su posición hacia mi pensamiento. Creo que no precisa aclarar que lo que los hace variar es si digo algo a favor o en contra de cada uno. Ahí creo que está ‘el camino recto’, diría Dante Alighieri. Porque, al fin de cuentas, uno se pone a pensar y concluye: en algo está fallando aquel

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