Es verdad, el mundo siempre fue así, o aparentó serlo, y muchas veces, en algunos momentos, no tuvo todos los patitos en hileras, y como que le faltaron, en ocasiones, caramelos en el frasco….
Hay pruebas a gran escala de estos desajustes mundanos, hechos, personajes, episodios, que la historia registra desde sus comienzos. Cualquier estudioso encuentra estas cosas, lo que es difícil de encontrar son las cosas de menor escalas, las ínfimas, las de poca monta, las que suceden en la cercanía de su cotidianidad, de su entorno, de las orillas, de su diario vivir. Le contamos un par:
Agua, agua que me quemo…
Se produce un incendio en el Cuartel de Bomberos, suena la alarma, todos corren, van y vienen. No hay que ir apagar incendio a ningún lado, los bomberos juegan de locales, es en su propia casa que las llamas avanzan.
Ocurre que no hay mangueras conectadas, mientras un soldado del fuego, busca las que están en los camiones, otros, en el deposito, y ni una ni otra están en el lugar que corresponde.
El Sargento, trata de no perder la calma, porque ya ha perdido su gorro y los guantes, en el desespero por detener el vórtice de fuego…
Entonces ordena ir hacia los grandes extintores, los que están en la Sala de Actos, en el pequeño Museo, y allá corren los combatientes de las llamas. Se reparten lo extinguidores, se parapetan detrás de ellos y a una distancia prudencial, accionan en conjunto tratando de hacer frente a ese monstruo incandescente que avanza…
Los extinguidores se traban ante la desesperación del escuadrón de combate…alguien grita que estaban fuera de servicio desde el gran incendio de una década atrás…
El sargento ordena que se utilicen los bomberitos, mientras que los otros cargan el autobomba grande, y otro hace maniobra con el autobomba chico, en tanto que se solicita por teléfono el envío del tercer autobomba que se le había prestado a una población vecina, distante a veinte kilómetros de nuestra ciudad….
Los bomberitos no fueron llenados en su momento, estaban inutilizados. El sargento lejos de amedrentarse, recurrió a un método muy antiguo, pero eficiente si se hace en forma sincronizada es efectivo, y mas con todo el regimiento presente .Ordena traer y llenar todos los baldes de agua y tirarla al fuego a discreción, hasta la última ceniza…
Crease o no, los baldes estaban rasgados, inutilizados y sin manijas.
24 horas después el Jefe de Bomberos leía en el diario que los heroicos vecinos, con mangueras, baldes y hasta un par de botellas hicieron retroceder el foco ígneo y en medio de tan encarnizada lucha contra las llamas, apareció un autobomba que abatió totalmente al fuego, mojó a los vecinos, bomberos y periodistas, que a esa altura ya habían llegado, porque crease o no, las mangueras estaban pinchadas…
La buseca en la Quinta de Beethoven
Aquel cocinero era la imagen viva de un Director de orquesta sinfónica. De saco claro, cabellos largos hasta los hombros, caminar altivo, y con el cucharón en la mano, parecía que en cualquier momento pasaba el tono con su acuencada batuta….
Su compañero de cocina, en cambio, tenía todas las características de un cirujano en plena sala de operaciones. También de un córner corto, claro….
Nuestro cocinero fue contratado para hacer una buseca para 250 personas. Con mucha anterioridad hizo la lista de producto y cantidad de los mismos. También de todo lo que precisaba para llevar a cabo tan grande empresa, que dicho sea de paso, en un momento, el dueño de casa le comenta que tiene varias garrafas y una gran cocina a gas para hacer la calduda receta de tan ostentoso plato.
El cocinero, le dijo, en un tono amable que la buseca sabía mejor hecha a leña y en una gran olla.
Le solicitó una olla de 150 litros y más pequeñas de 20 litros cada una, para las menudencias. El dueño de casa le aseguró que allí estarían todos los implementos y que lo esperaba el sábado al mediodía para iniciar su tarea ya que la buseca se iba a servir por la noche.
Cuando llegan los cocineros al mediodía, no estaban las ollas, no estaba la leña, y no estaban los ingredientes para cocinar…
De lo único que había pedido que estaba era el equipo de música. Nuestro cocinero no hacía ningún manjar si no escuchaba música, y su ayudante, el cirujano, no operaba las verduras si no escuchaba la quinta de Beethoven…
Con urgencia solicitó que trajeran las ollas y la leña para iniciar la buseca.
La olla mas grande era de 75 litros, y como no había ollas chicas, trajeron dos tarros de lecheros del viejo tambo en desuso. Como soldado de mil comidas, el cocinero decidió cortar por lo sano y al ver un tanque de 200 litros, en muy buen estado, ordenó que le cortaran la tapa, le hizo un lavado profundo y lo puso sobre la gran parrilla mientras su asistente pelaba papas al compás de la música del músico nacido en Bonn.
El mondongo llegó congelado, el poroto no había sido remojado, la leña era de sauce llorón y el aceite de soja….
El cocinero ni lerdo ni perezoso arrimó unas tramas que estaban apiladas cerca de un corral, con su ayudante le hicieron palanca, saltaron arriba y quebraron varias de ellas, otras las pelaron con las grandes cuchillas e hicieron dos fuegos, uno para los tarros, poniendo porotos para remojar y hervir a la vez, en otra el mondongo para descongelar, en tanto pusieron a hervir la gran olla con las patitas de chancho, la falda, los chorizos y carne picada que le pusieron para que hicieran sabor.
Mientras la grande hervía, el cirujano, operaba las verduras y una vez que el mondongo quedó descongelado, con su filoso cuchillo cual bisturí, empezó a seccionar en pequeños trozos y al compás de la música, con certeros tiros los iba metiendo dentro de la olla, tal vez recordando su juventud de basquetbolista.
El cocinero, sazonaba con buenos condimentos a la olla grande, bebía largo tragos de un vino fino, se atuzaba los bigotes y le metía tramas al fuego.
Cuando todo tuvo en orden y comenzó a hervir con todos los ingredientes en forma pareja, los cocineros cerraron los ojos y se durmieron dulcemente con el gran sordo de la música universal, despertando, cuando se hacia la noche. Probaron la buseca, y dicen los que saben, y los que la probaron, que nunca comieron un manjar tan exquisito como el de ese día…
Tampoco que jamás vieron tomar tanto vino a dos cocineros… que a la hora de servir, no solo escuchaban sino que bailaban la música de Beethoven, y lloraron con “La patética”, cuando se les terminó el jugo de parra….
CAMACA